¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

lunes, 9 de abril de 2012

UNA DIVAGACIÓN SOBRE ROBERT WALSER

Ernesto Hernández Busto




¿Qué hacer con Jakob von Gunten, pupilo aventajado del Instituto Benjamenta cuyo rasgo más sobresaliente es un morboso interés por las vidas ajenas? Interés que nace, paradójicamente, de un desinterés esencial en su propia vida: "en mi vida futura –confiesa Jakob con desparpajo– seré un magnífico cero a la izquierda, redondo como una pelota". Ahí está el rasgo central de este carácter, lo que emparenta al Escritor con su Personaje: uno puede anhelar, al mismo tiempo, saberlo todo de las vidas ajenas y convertirse en un cero, anularse, hundirse en la ficción.

Esa vacuidad es como un periscopio que dirigido al mundo ofrece, casi siempre, imágenes de uno mismo. "'Todo esto', me propuse en silencio mientras me detenía, 'lo escribiré después en una obra de teatro o en una especie de fantasía que titularé El paseo'". Y esa es precisamente una de las frases de El paseo, fantasía literaria desarrollada sobre el juego anticipatorio, —espejo versallesco, rondó mozartiano— del narrador-paseante. En Walser, la ironía no sólo corresponde a una modalidad del pensamiento, sino a una forma de lo sensible, a una óptica, a una física, a un tipo de movimiento inseparable del órgano que lo percibe.

Los circunloquios de Walser reaparecen en Kafka, despojados de su aire diletante. Kafka se ubica en otra dimensión de lo literario, más adecuada, por así decirlo, al mundo infinitesimal, con abismos que acechan a cada paso; un mundo que ignora el ámbito (¿newtoniano?) de Walser, donde las manzanas caen sin grandes consecuencias metafísicas en las cabezas de los paseantes. Tomemos, por ejemplo, esa escena de El paseo en la que la señora Aebi intenta obligar a su escritor invitado a que coma sin parar:
    
“Quiero pedirle de corazón que se someta de buen grado a lo inevitable; porque puedo asegurarle que no le queda otra posibilidad de levantarse de la mesa más que la que consiste en pinchar y comer limpiamente todo lo que le he cortado y lo que le cortaré. Temo que está perdido sin salvación; porque ha de saber que hay amas de casa que obligan a servirse y a comer a sus invitados hasta que se rompen en pedazos. Le espera un destino mísero y lamentable; pero sabrá soportarlo con valentía. Todos tenemos que hacer algún gran sacrificio un día. Obedezca y coma. Al fin y al cabo, la obediencia es tan dulce. ¿Qué tiene de malo perecer en el empeño?”.

El protagonista intenta escapar, aterrado ante la perspectiva de morir a la mesa por culpa de sus obligaciones sociales. Pero la señora Aebi lo retiene, se ríe cordialmente y le confiesa que era sólo una broma, un ejemplo de esa amabilidad desbordante de ciertas amas de casa. El paseante también se ríe, prosigue su paseo, la madeja del relato vuelve a rodar y la pesadilla queda atrás. Kafka se sentiría obligado a hundirse en la espiral del suceso, recrearía la broma macabra de la Sra. Aebi y volvería intolerable la situación invocando la obediencia o la parálisis; si la señora Aebi fuera un personaje de El castillo en su mesa se seguiría comiendo interminablemente, como en El ángel exterminador de Buñuel.

En realidad, el mundo de Walser es casi el mismo de Kafka, sólo que allí donde el primero encuentra siempre una salida “ligera”, de opereta, que define la absoluta indiferencia de la imaginación con respecto a las obligaciones del entorno, el segundo, en cambio, insiste siempre en las obligaciones que atormentan al agrimensor, prisionero de su propia desazón, angustiado ante la Ley o las leyes. (Para apreciar mejor esa diferencia de registro también podría compararse el relato “El mono” –en La rosa- con el “Informe para una academia”. (Que raro que Coetzee, que glosa maravillosamente el “Informe” en Las vidas de los animales, y que sin duda ha leído atentamente a Walser, no haya hecho la comparación entre ambos textos). Para Kafka los animales son el límite de la humanidad: el insecto monstruoso de La metamorfosis, claro, pero también los ratones de Josefina la cantora, los chacales, las pulgas, el perro de Investigaciones de un perro. El mono del Informe es una excepción puesto que hace el recorrido inverso: diserta, cual profesor retirado, sobre el proceso que le ha llevado a transformarse de simio en hombre. Kafka piensa que la existencia humana nos resulta demasiado fatigosa y deseamos desprendernos de ella y vivir en cautividad. "Todos vivimos tras una reja, que llevamos con nosotros a todas partes", dice en una de sus conversaciones con Gustav Janouch. “Se regresa [hoy] a la condición animal. Resulta mucho más fácil que la existencia humana. Cobijado en el seno del rebaño, se desfila por las calles de las ciudades para acudir al trabajo, al pesebre o a la diversión. No existen milagros, sólo instrucciones de uso, folletos y normas. Uno siente temor ante la libertad y la responsabilidad”.

El mono de Walser es menos grave. Llega a un salón de té, liga y termina revelándonos que el secreto de la felicidad conyugal es la adoración irracional, la obediencia de dos clases irreconciliables. Una libertad identificada con el manual de convenciones. Mientras el mono de Walser cuida el sueño de Preciosa, vestal lánguida (“Una de sus manos colgaba como un racimo de uvas”) con la que, sin duda, vivirá toda la vida, la ficción adquiere un aire de sainete. Lo que para Kafka era una reflexión moral, para Walser es pura fantasía.Desde este punto de vista, Walser no es un narrador, al menos en el sentido habitual de la palabra. Pero tampoco un escritor fantástico. Calasso tiene razón cuando coloca esta escritura bajo el signo de la ensoñación. En alemán, el término Phantasie designa justamente a este mundo sin marco, despojado de profundidad.

Leer a Walser es también ver cómo los pensamientos y las cosas desfilan con una extraña mezcla de orden y azar productivo. Walser hace de esa mezcla el mecanismo de toda su ficción. Aunque un famoso monólogo de Rousseau, por ejemplo, también pueda presentarse como "el fiel registro de mis paseos solitarios y de las rêveries que los llenan cuando dejo mi cabeza enteramente libre, y mis ideas siguen su curso sin resistencia ni embarazo", basta seguir la lectura para darse cuenta de que estas caminatas están más calculadas de lo que aparentan: la vocación expansiva, el libre curso de los pensamientos queda circunscrito a ciertos senderos confesionales, a un programa donde la soledad juega un papel asignado de antemano.

El paseo de Rousseau podría expresarse en términos de física cartesiana: "Ni un reposo absoluto ni demasiada agitación, sino un movimiento uniforme y moderado, que no tenga sacudidas ni intervalos. Sin movimiento, la vida es un letargo. Si el movimiento es desigual o demasiado fuerte, nos despierta: recordándonos los objetos que nos rodean, destruyendo el encanto de la rêverie y arrastrándonos dentro de nosotros mismos" (Les reveries...). Los paseos de Walser, sin embargo, son trayectos ilógicos y agitados: adora los cafés, elegantes y ruidosos, come con ingeniosas damas, se bate a gusto con sastres y recaudadores de impuestos.

Ernesto Hernández Busto (La Habana, 1968) ha publicado el libro de ensayos Perfil derecho. Siete escritores de entreguerras (Aldus, México, 1996). En 1990 participó en el Proyecto Paideia, que pretendía introducir cambios en la política cultural cubana. Abortado el proyecto por razones políticas, emigró de Cuba en 1991 y no ha vuelto desde entonces. Desde 1991 hasta 1999 residió en México, donde colaboró sistematicamente en la revista Vuelta (dirigida por Octavio Paz), así como en numerosas publicaciones mexicanas. Entre 1994 y 1999 trabajó como editor adjunto de la revista y la colección Poesía y poética, que publicó en México a autores como Hilda Doolittle, Robert Creeley, Osip Mandelstam, Joao Cabral de Melo, Anna Ajmatova, Marina Tsvietaieva y Haroldo de Campos, entre otros. En dos ocasiones, 1997 y 1999, obtuvo la Beca de Traducción Literaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (México). Ha publicado traducciones del ruso (Borís Pasternak, Joseph Brodsky) y del italiano (Paolo Maurensig, Eugenio Montale, Andrea Zanzotto).

Trabajos suyos han aparecido en antologías de México, Francia y España. Reside en Barcelona desde 1999. Actualmente prepara una biografía de José Lezama Lima y colabora en varias publicaciones españolas (Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos).





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