¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

lunes, 9 de abril de 2012

LA GRAN PEQUEÑEZ: 'JAKOB VON GUNTEN', DE ROBERT WALSER

Neus Torres Marí

'Dios está con los que no piensan', dice el indescifrable narrador de esta obra que insiste en eludir los grandes temas para abrazar la evanescencia.

Leer este libro se parece a sostener entre las manos un pez que coletea: resbala, se escapa, es brillante y está vivo. Hoy, más de cien años después de su creación, ha soportado estoicamente el paso del tiempo y, como su protagonista, es lúcido, irreverente, libre de una singular manera que hace que, al terminar de leerlo, uno quiera perder todas las competiciones, ser el último en cualquier fila y fracasar en cada propósito.

Jakob von Gunten: el habitante de las regiones inferiores

“Solo puedo respirar en las regiones inferiores”, afirma Jakob, el joven narrador que relata su estancia en el Instituto Benjamenta absorto ante nimiedades, escapando a la interpretación del lector como si fuera un ser de otro mundo mientras el Instituto, un lugar extraño con una lógica propia y bizarra, le enseña a servir y adocenarse.

No se puede hablar de Jakob von Gunten sin hablar de la gran afición de su autor, Robert Walser: los paseos. La novela transcurre como un vagabundeo en el que Jakob, empecinado en convertirse en un “cero a la izquierda”, deambula por los días, asombrándose ante detalles fugaces y dejándose llevar por las pequeñeces, componiendo pensamientos que van y vienen, diluyéndose en el transcurso del tiempo. La obra se narra de manera fragmentaria como un paseo liviano, bello y contradictorio.

Este paseo por los días de Jakob está imbuido de una atmósfera indescifrable, no pocas veces comparada con las creadas por Kafka, autor que declaró su gran admiración por Walser, como también lo hicieron, antes de que ganara su sitio entre los grandes narradores de la modernidad, Robert Musil o Walter Benjamin.

Jakob es, como todos los protagonistas de Walser, un ser que no hace nada, un marginal a la deriva. Abandona sus orígenes burgueses para ingresar en una institución en la que forman a mayordomos y compone anécdotas y reflexiones mientras los instantes se suceden en un presente inaprehensible en el que el tiempo, igual que Jakob, se va diluyendo.

Renunciando a la trascendencia y apegado a la pequeñez de las cosas, su mirada nos ofrece una realidad narrada con desapego, como si Jakob estuviera de paso por su propia vida. Desde su errante distanciamiento, las convenciones sociales se hacen extrañas al lector, y conceptos como el éxito o el reconocimiento se vuelven absurdos.
Jakob no ofrece verdades, hechos o enseñanzas. La levedad como elección podría interpretarse como la asunción del fracaso de la condición humana y, como dice Vila-Matas, solo en "Una red de conspiradores del fracaso”, a través de la conciencia del naufragio sería posible llegar a la vida auténtica. De ser así, la escritura de Walser, con el fracaso como premisa y más allá de este, haría de la renuncia una forma de sublimación. Podría ser una posible explicación a una obra muy difícil de interpretar.

Son muchos los que han apuntado que se trata de una clásica novela de formación trastocada de principio a fin, escrita desde la poesía y sin formación alguna: nadie aprende nada, ni parece haber nada que aprender.

Hay una última incógnita en el libro: Jakob no se desvela como un gran pensador al que hay que descifrar, y pasea por su estancia en el Instituto Benjamenta para diluirse después en un viaje sin destino ni sentido claros, narrado como una enorme vindicación de la libertad.

Forma y estilo de Walser

Un personaje como Jakob von Gunten, que transcurre distrayéndose, con voluntad de empequeñecerse y no ser ni interesante ni memorable, es decir, despojado, lo convierte en un personaje del que es difícil decir. Es por ello que se ha dicho que Jakob von Gunten es una búsqueda distinta de los límites del lenguaje.

Los contrastes entre la sumisión y la insolencia, la audacia y el infantilismo, se traducen en un lenguaje poético, de un humor a veces corrosivo por el que el propio Jakob se reprende. La escritura de Walser es tan evanescente como las futilidades a las que se enfrenta el narrador.

En efecto, se trata de una escritura en la cuerda floja, que se sostiene en el límite de lo improbable gracias a la inteligencia y la ironía, así como observaciones sinceramente conmovidas sobre la belleza del mundo.

Robert Walser

Robert Walser (1878-1956). Suizo y autodidacta, escribió con un humor tan desconcertante como la belleza de sus escritos, en una singular lucha que parece abogar por la vida a la vez que odiarla.

Recluso voluntario en un par de psiquiátricos en los que negaba todo reconocimiento a su obra, murió en los alrededores del sanatorio de Herisau al salir a dar uno de sus habituales paseos. Mucho se ha dicho del hallazgo del cadáver sepultado por la nieve. Curiosamente, Walser había escrito cincuenta años antes el mismo final para el protagonista de una de sus novelas: "Sebastián Tanner apareció muerto un día frío y pálido de invierno, tendido sobre la nieve monótona".




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