¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

domingo, 9 de junio de 2013

"PALABRA DE WALSER" (1)




  • Hay que aprender a amar la necesidad, a cuidarla.

  • Algo absurdo, sí, pero este absurdo tiene una boca preciosa y sonríe.

  • Los que obedecen en su mayoría son copia perfecta de los que los mandan.

  • A menudo cuesta toda una vida librarse de ciertos recuerdos, por muy irrelevantes que sean.

  • Los ojos transmiten ideas, por eso los cierro de vez en cuando, a fin de no verme obligado a pensar.

  • Ya se sabe, en ningún caso hay que hablar de las cosas que uno conoce muy bien; es cuestión de decencia.

  • No desearía a nadie ser yo. Sólo yo soy capaz de soportarme a mí mismo. Saber tanto, haber visto tanto y, Decir nada acerca de nada.

  • Con todas mis ideas y necedades podré fundar muy pronto una sociedad anónima para la difusión de ilusiones hermosas, pero nada fiables.

  • Siento que podría seguir con este relato hasta el infinito. ¿En qué consiste lo infinito, si no en una sucesión interminable de puntos?

  • (...) Un ganso se tiene prohibido todo atisbo de añoranza. Un ganso tiene cosas que hacer, se exige mucho y observa con desprecio sus gansadas.

  • Soy un rotundo seguidor de los batallones de soldados, tanto como partidario del desarme general preventivo. Evidentemente, se podría decir más sobre este asunto.

  • A menudo las apariencias engañan, señor mío, y lo mejor es dejar el juicio sobre una persona a esa misma persona. Nadie puede conocer tan bien como él mismo a un hombre que ha visto y vivido tanto.




martes, 28 de mayo de 2013

CAMINANTES

Jorge Consiglio





La sintaxis del que camina cuenta con la disciplina de la pausa, con la disposición del que respira con sosiego, por eso se lleva bien con la introspección.


Cuando se va la luz, todos los seres vivos hacen algún ruido. El verano pasado, pasé dos meses en Lobos. Alquilé una casa chica con un jardín adelante. Me había organizado una rutina. A las siete de la tarde, iba hasta la laguna. Un personaje de Canetti dice que los atardeceres en soledad son el mejor antídoto contra el desencanto. La laguna parece infinita. Me tiraba debajo de una higuera. Miraba el agua un buen rato. El crepúsculo avanzaba lento. Y esa transición era de los animales. Producían un sonido insólito. Los imaginaba, en la oscuridad, ocupados en crujir. Fritos en la espesura acústica. Laboriosos. Organizados con la noche.

A la mañana, trabajaba desde las nueve hasta la una. Me sentaba en una galería que daba a la calle. Usaba una mesita baja y una silla de esterillas. Seleccionaba textos para una antología que nunca se editó. Si levantaba la vista, veía una de las calles menos transitadas del pueblo. Era un ancho sendero de tierra seca. Unos minutos después de las once, pasaba un hombre de a pie. Era un tipo con barba y pelo espeso y tupido. Llevaba puesta una camisa de trabajo, un jean cortado y un par de alpargatas. De la mano derecha, le colgaba una bolsa de red. Iba al almacén, un galpón fresco que quedaba a dos cuadras. Cuando volvía la bolsa estaba cargada: vino, pan y alguna otra cosa. Cumplía con ese menester todos los días, pero el recorrido no se había convertido en rutina. Ese hombre era, de verdad, un caminante. Me di cuenta no bien lo vi. Se movía calmo, como sin rumbo. Cada paso esmaltado por la curiosidad. Andaba tranquilo. Conforme con su asombro, siempre flamante como el deseo. Para su mirada, los dibujos del aire multiplicaban su enigma. Ese tipo, con su bolsita de hacer las compras, había internalizado el planteo de Jacob Burckhardt y actuaba en consecuencia: se fugaba de las ruedas de la gran maquinaria del mundo y le daba a su existencia una consagración propia y noble.

En este sentido, me hizo acordar a Robert Walser, quien, en algún punto, caminaba como escribía. Atento y dispuesto a interactuar con el flujo de la realidad. Una de sus novelas, El paseo, comienza con el siguiente párrafo: “Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos y de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle”. En el texto se narra lo que el paseante ve. Traduce el impacto de lo real en la imaginación del poeta. Un poeta que cuenta con el tiempo del que anda a pie; del que puede detenerse y contemplar; del que circula al margen del tránsito, excluido de su lógica.

La sintaxis del que camina cuenta con la disciplina de la pausa, con la disposición del que respira con sosiego, por eso se lleva bien con la introspección. El que anda a pie mira su entorno y en el espejo de las cosas encuentra su propia imagen. Uno de los personajes de Walser dice que observar el mundo implica observase a sí mismo. Hay una cuestión compleja en la mirada: nunca es unidireccional. En Las composiciones de Fritz Kocher, un pintor sale a caminar por un bosque, se detienen en medio de la foresta y contempla, pero se siente mirado por los árboles. Y esta reciprocidad natural le revela su propio perfil.

Las caminatas signaron hasta los últimos instantes de la vida del poeta. Carl Seelig, quien fuera su editor, lo visitó en el sanatorio y hogar cantonal de Appenzell-Ausserhoden, en Herisau. En ese lugar, Walser estuvo internado en calidad de enfermo mental desde junio de 1933. Seelig lo visitaba cada tanto. Salían a dar largas caminatas. Iban hasta otros pueblos. Hablaban. Comían. Tomaban vino en las tabernas. Con esas vivencias, Seelig escribió un libro entrañable: Paseos con Robert Walser.

El 25 de diciembre de 1956, el poeta decide salir a caminar. Acaba de almorzar. Está un poco pesado, pero piensa que moverse será saludable. Es cauto: anda despacio sobre la nieve. Viste ropa de abrigo. Deambula por los caminos que conoce bien. La ruta presenta un leve ascenso, nada que no pueda afrontar un hombre como él; sin embargo, esta vez, le pesan las piernas. Siente una molestia en el pecho, un ardor. Quisiera tomar el aire que le ofrece el día, pero no lo consigue. Sus pulmones están cerrados. Cae de rodillas. Unos segundos después, está acostado sobre la nieve. Su sombrero rodó unos metros. El dolor es cada vez más intenso: lo asfixia. Mira de cerca las irregularidades del terreno. Un grupo de chicos lo encontrará dentro de unas horas. Estará con los ojos abiertos, fijos en la nieve traslúcida.


lunes, 27 de mayo de 2013

BASTA







Yo nací en tal y tal fecha, me educaron aquí y allá, fui como es debido a la escuela, soy eso y aquello, me llamo así y asá, y no pienso mucho. Soy hombre; desde el punto de vista civil soy un buen ciudadano y provengo de buena clase. Soy un miembro limpiecito, callado y simpático de la sociedad humana, un así llamado buen ciudadano, me gusta tomar mi cerveza con medida, y no pienso mucho. Es evidente que me encanta comer bien y también es evidente que las ideas me son ajenas. El pensar con agudeza me es totalmente ajeno, las ideas me son completamente ajenas, y por eso soy un buen ciudadano, porque un buen ciudadano no piensa mucho. Un buen ciudadano come su comida y con eso ¡basta!

No me rompo mucho la cabeza, eso se lo dejo a otros. El que se rompe la cabeza se hace odioso; el que piensa mucho es visto como una persona desagradable. Julio César a su vez, señalaba con su dedo gordo al ojeroso de Casio, al que le tenía miedo, porque suponía que tenía ideas. Un buen ciudadano no debe despertar miedo y sospechas; pensar mucho no es asunto suyo. El que piensa mucho es mal visto, y es completamente innecesario hacerse impopular. Dormir y roncar es mucho mejor que pensar y crear. Nací en tal y tal fecha, fui aquí y allá a la escuela, leo ocasionalmente este y aquel periódico, ejerzo esa y aquella profesión, tengo esa y aquella edad, parece ser que soy un buen ciudadano y parece que me gusta comer bien. No me esfuerzo mucho en pensar, eso se lo dejo a otros. Romperme la cabeza no es de mi incumbencia, porque al que piensa mucho, le duele la cabeza, y los dolores de cabeza son completamente innecesarios. Dormir y roncar es mucho mejor que romperse la cabeza, y una cerveza tomada con medida es mucho mejor que pensar y crear. Las ideas me son totalmente ajenas, y no me quiero romper la cabeza bajo ninguna circunstancia, eso se lo dejo a los gobernantes. Por eso soy un buen ciudadano, para tener mi tranquilidad, para no tener que usar la cabeza, para que las ideas me sean completamente ajenas, y para no angustiarme, si es que acaso, llego a pensar mucho. Tengo miedo de pensar con agudeza. Si trato de pensar con agudeza empiezo a ver estrellas. Mejor me tomo una buena cerveza y dejo cualquier forma de pensamiento agudo a los líderes gubernamentales. Por mi parte, los hombres de Estado pueden pensar tan agudamente como quieran, y durante mucho tiempo hasta que se les llegue a romper la cabeza. Siempre veo estrellas cuando uso mi cabeza, y eso no es bueno, y por eso me esfuerzo lo menos que puedo y me quedo de lo lindo sin cabeza y sin pensamientos. Si solamente los hombres de Estado pensaran hasta ver estrellas y les reventara la cabeza, todo estaría perfecto y la gente como yo podría tomar su cerveza de manera moderada, tener preferencia por comida buena, dormir bien y roncar en la noche, suponiendo que dormir y roncar sea mucho mejor que romperse la cabeza y mejor que pensar y crear. El que usa la cabeza sólo se hace odioso, y el que difunde opiniones e intenciones es considerado una persona desagradable; un buen ciudadano no debe ser desagradable sino agradable. Con toda la tranquilidad del mundo, dejo el pensar agudo y fatigante a los líderes de Estado, porque gente como yo sólo somos miembros sólidos e insignificantes de la sociedad, un así llamado buen ciudadano o burgués de miras estrechas al que le gusta tomar su cerveza con medida y le gusta comerse su linda comida grasosa y con eso ¡basta!

Que los hombres de Estado piensen hasta que confiesen que ven estrellas y les duele la cabeza. Un buen ciudadano nunca debe tener dolores de cabeza, al contrario, siempre debe disfrutar su cerveza tomada con medida y debe dormir suave y roncar en las noches. Me llamo así y asá, nací en tal y tal fecha, en este y aquel lugar me mandaron debidamente a la escuela, leo ocasionalmente este y aquel periódico, de profesión soy eso o aquello, tengo esa y aquella edad, y renuncio a pensar mucho y con esmero, porque el dolor de cabeza y el esfuerzo se los dejo con gusto a las cabezas líderes que se sienten responsables. Gente como yo no siente responsabilidad alguna porque le gusta tomar su cerveza con medida y no piensa mucho; deja esta particular diversión a las cabezas que llevan la responsabilidad. Fui aquí y allá a la escuela, donde me obligaron a usar mi cabeza, a la que desde entonces nunca más esforcé en lo más mínimo y tampoco he empleado. Nací en tal y tal fecha, tengo este y aquel nombre, no tengo responsabilidad y de ninguna manera soy único en mi especie. Afortunadamente hay muchos como yo, los que disfrutan de su cerveza tomada con medida, que al igual que yo piensan poco y no les gusta romperse la cabeza, que mejor dejan eso con gusto a otras personas, como por ejemplo a hombres de Estado. A mí, miembro callado de la sociedad, pensar con agudeza me es ajeno, afortunadamente no sólo a mí, sino que a legiones de aquellos, que como yo, les encanta comer bien y no piensan mucho, tienen esa y aquella edad, fueron educados aquí y allá, son miembros pulcros de la sociedad y, como yo, buenos ciudadanos, a los que pensar con agudeza les es ajeno como a mí, y con eso ¡basta!

LECHO DE NIEVE

Bibiana Bernal
                                                 


A Robert Walser, quien murió sobre la nieve.


Rumor de hojas en sus pasos.
Camina invisible dejando huellas sonoras.
Viene de lejos. Viene sin prisa.

Es la sombra de un espantapájaros
que solloza en la noche.

Viene entre los crujidos del viento
es la voz rota del espejo.

Movimiento sin volumen, sin peso
que avanza entre la quietud.

Viene desnudo, sin piel,
en busca de la espesura.
                                                    
Camina lento.
Es el tiempo desencarnado.
Su alma errante.

No hay espacio
entre su transparencia y la solidez.

No hay caminos.

Instante y eternidad
nievan en su cuerpo.





miércoles, 2 de enero de 2013

APROXIMACIÓN A WALSER POR VILA- MATAS. WALSER HABLA DE WALSER.





El narrador de Doctor Pasavento persigue el destino del escritor suizo Robert Walser, de quien admira su afán por pasar desapercibido, la vida de bella infelicidad que llevó y la extrema repugnancia que le producían el poder y la grandeza literaria. Quiere apartarse, y un día desaparece. Cree que indagarán pero a Pasavento no le busca nadie y poco a poco va imponiéndose la sencilla verdad: nadie piensa en él. Le veremos entonces recurrir a esa estrategia de la renuncia que es el acto extremo con el cual algunos raros escritores se aseguran el único modo de captar el destello de la vida plena e inexpresable, no sofocada por el poder.


Entrevista en Revista Lit. Virtual: La casa de los Malfenti LCM.

Entrevista al escritor Belén Galindo a propósito de la publicación de su novela DOCTOR PASAVENTO, en el otoño de 2005. Transcribo gran parte de la misma, de aquellas preguntas y respuestas en las que Enrique Vila-Matas se refiere al escritor suizo ROBERT WALSER(1878-1956).

"Mis libros cuentan historias de gentes que se pierden" -EVM


LCM/La casa de los Malfenti :(...) ¿Qué quiere contarnos?

EVM/ Enrique Vila-Matas: Intento retratar a un personaje representativo de nuestro tiempo, alguien que desea retirarse del mundo y vivir apartado. Como vivió apartado Robert Walser, que es el héroe moral de Doctor Pasavento. Vivió apartado 23 años en el manicomio de Herisau, en la Suiza Oriental. El lugar que, como escritor de esta novela, visité el año pasado con la intención de ver dónde estuvo Robert Walser apartado del mundo. Es un héroe –o un antihéroe- actual: primero, porque busca apartarse; después porque, cuando se aparta del mundo, cree que lo van a buscar y no es buscado por nadie y descubre que está solo y que nadie piensa en él; y, en tercer lugar, porque la soledad le conduce a profundizar en el mundo de su héroe en la vida y en la literatura, Robert Walser, y a visitar el manicomio de Herisau con la intención de esconderse allí. Algo que es inútil porque nadie le ha buscado ni le va a buscar.

LCM: ¿Qué impresiones tuvo cuando visitó el manicomio?

EVM: Había leído tanto sobre los paseos de Robert Walser los sábados y domingos, caminando por ese lugar nevado que, para mí, ese lugar y esa palabra pertenecía a un mundo de ficción. No había caído en la cuenta de que había un lugar real en Suiza en el que estaba todo mi mundo de admiración literaria hacia este personaje. Y surgió a través de una invitación. En un viaje anterior a la Suiza alemana conocí a Yvette Sánchez, catedrática de Literatura Española, que se ofreció medio año después a llevarme a ver el paisaje que rodea el manicomio de Herisau. Como yo no sé alemán, ella me acompañó y quedé bastante impresionado con el lugar. Es como una pequeña montaña mágica donde está el viejo manicomio, hoy llamado Centro Psiquiátrico. Es un lugar muy bello. Luego fuimos a ver el cementerio donde está la tumba de Walser. Nos costó mucho encontrarla porque no estaba donde las demás tumbas, donde le habría gustado a Walser, que quería perderse en el anonimato de la historia mundial, sino que estaba apartada. Como él se había apartado del mundo, le apartaron luego a él. La tumba está a la entrada del cementerio, en un lugar muy visible, pero tardamos mucho en encontrarla. Después Yvette Sánchez me sorprendió diciéndome que había concertado una cita con el director del centro psiquiátrico y fuimos recibidos por él. Ahí comenzó una escena que he trasladado a la novela.

LCM: Nos ha dicho que en la novela se acerca al dificilísimo ejercicio de convertirse en nada, algo en lo que Robert Walser fue un maestro o pretendió serlo, al menos. ¿Cree que se puede desaparecer hoy y ahora?


EVM: Yo siempre digo que, para que uno desaparezca, alguien ha de percibirlo, deben darse cuenta, si no, no hay desaparición. En el caso de Pasavento nadie se da cuenta ni nadie se interesa y no puede completar la desaparición hasta que alguien note que ha desaparecido. Es una especie de paradoja. Por otra parte, tampoco es tan sencillo desaparecer: no basta con encontrar un lugar donde no sea fácil que a uno le encuentren.LCM: En ese desapego a la fama que tenía Walser ¿hay un reflejo también del escritor?¿de verdad no le gusta que le reconozcan y le admiren?


EVM: Hay un momento en que el Doctor Pasavento dice que no escribe para ser fotografiado y eso coincide bastante con mi idea de que, a la larga, resulta muy pesado tener que responder a toda la cuestión del circo mediático actual y creo que esto es algo que les pasa a muchos escritores. La paradoja se da cuando presento el libro y el que está ahí para ser fotografiado soy yo y el doctor Pasavento está “missing”. Así que ahora me toca a mí ser fotografiado y que Pasavento pueda vivir su vida apartado de todo.

LCM: En sus últimos años, antes de recluirse en el manicomio, la letra de Robert Walser fue haciéndose cada vez más pequeña. Llegó incluso a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz porque entendía que el lápiz se encontraba más cerca de la desaparición. Esto, que es tan sólo un detalle, supone todo un símbolo del fin de la existencia de Walser. ¿Son esos detalles los que nos definen, los que nos hacen grandes o pequeños?

EVM: Yo creo en los pequeños detalles. Lo pequeño puede ser muy grande y, de hecho, en cosas pequeñas se encuentra resumida la historia de la humanidad. Y, respecto a la letra de Walser, los llamados microgramas, habría mucho que decir. Durante mucho tiempo se creyó que, por estar medio loco Walser, resultaban incomprensibles. El asunto era que había que saber leer la letra tan pequeña y ahora se están analizando y son historias y novelas. Es curioso que ha habido un error en la crítica de El País cuando se dice que estos papelitos estaban escritos dentro del manicomio de Herisau y lo cierto es que, mientras estuvo en el manicomio, no escribió nada. De hecho, cuando sus amigos le visitaban y le preguntaban por qué no escribía él les contestaba que no estaba allí para escribir sino para enloquecer. Y lo que más me llamó la atención de estos papelitos era que podían estar escritos en la servilleta de un papel o en cualquier cosa que encontrara apta para la escritura. Empezaba una historia que terminaba cuando acababa el tamaño del soporte. Es un tipo de escritura muy fragmentaria hasta el punto de que el final de lo escrito viene marcado por el papel.(...)

LCM: ¿Y el principio de una novela?¿Tiene que ver con la nieve, con esa metáfora sobre la página en blanco?


EVM: No sé explicar la página en blanco, pero sí me siento próximo a la nieve. Me fascina la muerte de Robert Walser. Ocurrió un día de Navidad que salió a caminar por los alrededores del sanatorio y murió sobre la nieve. No puede ser una muerte más metafórica sobre la pureza de su estilo y de su vida. Fue encontrado por dos niñas que pasaban por allí ese día de Navidad y colocaron una flor al lado del cadáver (…)

LCM: ¿Y Doctor Pasavento es Alonso Quijano o Don Quijote?

EVM: Doctor Pasavento se parece más a Robert Walser, que es quien inaugura de alguna manera la literatura contemporánea del siglo XX. Y es el anti-Thomas Mann, el que puede abarcar todo el mundo y se compara con el mismísimo Dios. La tradición que inaugura Walser enlaza con lo mínimo, lo minúsculo y fragmentario y es luego recogida por algunos grandes como Kafka, que era cinco años menor que él, y que incorporó el sentido del humor a este tipo de prosa walseriana. De hecho, cuando apareció Kafka en Alemania se dijo que había aparecido una variación de la prosa de Walser. Hay que recordar que Robert Walser fue muy conocido en los años veinte en los ámbitos de la literatura alemana y suizo-alemana, pero después su confinamiento en el sanatorio y la guerra hicieron que desapareciera completamente su recuerdo hasta que comienza a ser republicado en los años sesenta. (…)

"Me gustaba la ironía secreta de su estilo y su premonitoria intuición de que la estupidez iba a avanzar ya imparable en el mundo occidental. Me intrigaba la gran originalidad de sus relaciones con el mundo de la conciencia. Y siempre había encontrado infelices pero muy bellos sus melancólicos paseos alrededor del manicomio de Herisau, donde, remedando el destino de Hölderlin, estuvo internado durante veintitrés años, hasta el final de sus días. Desde que entrara en el manicomio de Herisau hasta que murió, no había escrito una sola línea, se había apartado radicalmente de la literatura. Murió en la nieve, un día de Navidad, mientras caminaba por los alrededores de aquel sanatorio mental. Se ha dicho de él que es el poeta más secreto de todos, y seguramente esto se aproxima a la verdad, pues para Walser todo se convertía por entero en el exterior de la naturaleza y lo que le era propio, más íntimo, lo estuvo negando a lo largo de toda su vida. Negaba lo esencial, lo más hondo: su angustia. Tal como él mismo decía en su novela Jakob von Gunten, disimulaba su desasosiego «en lo más profundo de las tinieblas ínfimas e insignificantes».

En Walser, el discreto príncipe de la sección angélica de los escritores, pensaba yo a menudo. Y hacía ya años que era mi héroe moral. Admiraba de él la extrema repugnancia que le producía todo tipo de poder y su temprana renuncia a toda esperanza de éxito, de grandeza. Admiraba su extraña decisión de querer ser como todo el mundo cuando en realidad no podía ser igual a nadie, porque no deseaba ser nadie, y eso era algo que sin duda le dificultaba aún más querer ser como todo el mundo. Admiraba y envidiaba esa caligrafía suya que, en el último periodo de su actividad literaria (cuando se volcó en esos textos de letra minúscula conocidos como microgramas), se había ido haciendo cada vez más pequeña y le había llevado a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz, porque sentía que éste se encontraba «más cerca de la desaparición, del eclipse». Admiraba y envidiaba su lento pero firme deslizamiento hacia el silencio".


- De la novela Doctor Pasavento

WALSER HABLA DE WALSER

Ustedes van a poder oír hablar de escritor Walser. ¡Al señor Walser, escritor!
Así comienzan las cartas que recibo, como si algunas personas preocupadas por mi quisieran recordarme mi oficio de escritor.
¿Dormirá en mí la capacidad de escribir?
¿Personas bien intencionadas quizá quieran hacerme reaccionar?
Desde que un día comencé a llevar una vida de dependiente, el escritor Walser se durmió ya en mí. De otra forma no habría podido ser un auténtico dependiente.
Para escribir “Los hermanos Tanner”, tuve que esperar largo tiempo, y eso se produjo de manera espontanea e inconsciente. Y recordaría más bien a un escritor que antes que escritor es hombre. La escritura emana también de la esfera de lo humano.
Conozco personas que piensan que se escribe muchísimo. De la misma manera que se pinta demasiado.
Comparto esta opinión y por lo tanto no me inquieta en absoluto que el escritor Walser esté aparentemente dormido. Al contrario su comportamiento me hace feliz.
¿Cuándo desempeñaba realmente las tareas de “criado” presentía que de esta parcela de la experiencia saldría una “novela de lo real”, y que, en consecuencia, de un acto real emanaría una obra literaria? No, no, ¡por nada del mundo!
Walser, ya entonces, también vivía, dormía y escribía demasiado poco, es verdad. Pero es porque se consagraba a lo vivido sin interesarse por ello, es decir sin soñar con escribir, o digamos, sin escribir nada entonces, así años más tarde escribió su Der Geülfe ["El Ayudante"], es decir después de la crisis.
He ahí por qué no sucumbió al deseo insatisfecho de publicar.
En definitiva, todo lo que el escritor ha escrito “después de la crisis”, debió vivirlo “antes”.
¿Un hombre que no trata de escribir algo sólo puede tomar un café por la mañana?
¡Un hombre así apenas puede respirar!
Y, con todo, Walser da cada día un paseo de una horita, en lugar de escribir hasta hartarse. En su espontaneidad natural, encuentra incluso pretextos para ayudar a las sirvientas a poner la mesa. ¿Por qué Walser ha vivido en el pasado toda suerte de aventuras?
Porque el escritor dormía en él indolente y no le impedía, pues, vivir. Por esta razón, piensa que sería bueno dejarlo en un profundo olvido, y ruega a los que se preocupen por ello que esperen pacientemente una decena de años, deseando a sus colegas todo el éxito posible. ¿Por qué la gloria de Walser deja a cualquier otro individuo menos frío que a él?
Cuando escribía "Los hermanos [Tanner]", por ejemplo, ¡qué poco me preocupaba de la celebridad! Si hubiera sido ya famoso, el libro no hubiera visto jamás la luz.
Deseo, pues, permanecer ignorado. Y si algunos, a pesar de todo, quieren preocuparse por mí, pues bien, yo no prestaré atención alguna a estas preocupantes personas. Hasta aquí nunca he escrito mis libros por obligación. Quiero decir que el hecho de escribir mucho no garantiza sin embargo que una obra sea buena. ¡Qué no venga nadie a hablarme de mis libros “anteriores”! Que no los sobrevaloren, y que se esfuercen en tomar a Walser tal cual es.

- Robert Walser (1925)

martes, 1 de enero de 2013

DISCURSO A UNA ESTUFA





Una vez pronuncié un discurso a una estufa y quisiera transcribirlo aquí hasta donde lo recuerdo de memoria.

Asaltado por toda suerte de pensamientos iba un día de un extremo a otro de mi habitación. En cierto modo me había extraviado, perdido, y hacía grandes esfuerzos por orientarme de nuevo, lo cual me costaba numerosos suspiros; era, eso sí, absolutamente incapaz de disimular que estaba angustiado.
Y entonces vi a la estufa sonreír sarcásticamente desde su imperturbable quietud estufesca.

“A ti no te afecta nada”, le grité furioso y con sincera indignación, “no estás sometida a ningún tipo de excitación. La inquietud no te atormenta ni te afligen las calamidades.”

“¿No es acaso cierto, so pasmona e insensible majadera, que al no tener capacidad ni, por lo tanto, necesidad alguna de moverte, te imaginas que vales una enormidad?

“Como eres una pasmona burda e insensible, te crees grande.
“¡Vaya grandeza!

“Como desconoces cualquier tipo de tentación, te crees una mujer modelo.
“¡Vaya feminidad!

“No sentir nada, contonearse como una osa gruñona o una elefanta parece ser tu concepto de feminidad.

“Como nunca en tu vida has pensado en algo más profundo, tienes el descaro de burlarte insensatamente de quienes deben enfrentarse a toda suerte de dudas y escrúpulos.

“¡Valiente amiga eres tú!

“Es muy evidente que, hasta ahora, el mundo te ha echado en falta. En ti y en tus semejantes bien puede confiar el mundo.

“Como no necesitas luchar ni combatir, te consideras perfecta.

“Como nunca has condescendido en nada ni te has dejado ver allí donde hombres y corazones son puestos a prueba, te figuras estar libre de toda flaqueza, por lo que te permites señalar con el dedo a quienes, arriesgándose a entrar en el campo de batalla, sacan a la luz sus flaquezas y errores.

“Cobarde rebosante de energías que no se atreve a moverse para no tener que revelar dónde están sus defectos: avergüénzate de no haber tenido que avergonzarte jamás ni un poquito; quien no sabe lo que es dedicarse a una causa justa tiene el corazón cubierto de grasa y la buena voluntad asfixiada.

“Quiero que sepas que más que cualquier buena reputación me importa mi tarea, para mí más importante que la necia fama de no haberse equivocado nunca.

“Quien nunca se equivoca es probable que jamás haya hecho nada bueno”.

ROBERT WALSER: TRES MICROGRAMAS


José Luna Borge




Cuando Robert Walser escribe estos artículos, «Fur die Katz» («Por nada» o «Para el gato») 1928/29; «Meine Bemühungen» («Mis esfuerzos») 1928/29 y «Der gebrauchte Mensch» («El hombre gastado») 1930/31, se encuentra entre los cincuenta y los cincuenta y cuatro años, edad en la que un escritor sabe de sobra si ha conseguido algo en su oficio o si, por el contrario, ha fracasado. Walter entonces se encontraba en una deriva en la que «la soledad si iba haciendo en torno suyo» y no tenía dónde agarrarse, solo los articulillos que aparecían en «el folletín» (sección de algunos periódicos en la que se publicaban pequeñas notas de interés general, reseñas de libros, novelas y todo lo que escapaba a las secciones «serias» de política y economía) de algunos diarios que todavía se aventuraban a publicarle. Cuando este único asidero le faltó, todo se vino abajo con la crisis de 1928/29 que, precisamente, parece haberse originado por la negativa del Berliner Tagblatt a publicar los textos que Walter había enviado. Desde 1925 este periódico venía publicándole hasta tres colaboraciones mensuales, constituyendo su principal fuente de recursos, la más segura y lucrativa. El redactor jefe le recomienda que momentáneamente deje de colaborar durante seis meses. Desde noviembre de 1928, en efecto, y durante seis meses, ningún texto de Walser aparece en el periódico. Es muy probable que esta noticia desatara la grave crisis cuyo final sería el ingreso en el asilo de Waldau. «Me esforcé en seguir escribiendo a pesar de esta advertencia», le cuenta a Carl Seelig, «pero fueron solo tonterías las que me arrancaba con mucho trabajo […] Para terminar, mi hermana Lisa me llevó al asilo de Waldau. Todavía en la puerta, le pregunté: “¿Hacemos lo conveniente?” Su silencio fue explícito ¿qué otra cosa podía hacer sino entrar?».

Walser por entonces vivía en Berna (1921/1929) sin trabajo ni domicilio fijos (en los ocho años berneses se cambiaría catorce veces de domicilio) viviendo modestísimamente de sus colaboraciones que aparecen en diarios y revistas y no siempre con la periodicidad deseada (en 1925 publicará Die Rose (La rosa), el último de sus libros).

Los artículos que aquí traducimos permanecieron inéditos en vida de Walser y solo vieron la luz en 1986 con ocasión de la edición de su obra completa Sämtliliche Werke in Einzelansgaben, editada en veinte volúmenes por Jochen Greven, Suhrkamp Verlag, Zurich. En castellano se traducen por vez primera.

Los tres artículos, aparte de tener un cierto aire de época y de mostrar las inquietudes que Walser tenía en aquellos años de crisis, son importantes para entender su abandono de la novela, ante la falta de éxito, y la incursión, casi exclusivamente, en el artículo como única vía de subsistencia. Intenta en esta época un modo de escritura totalmente personal. Pasa conscientemente «de la redacción de novelas a los artículos» porque, como dice en «Mis esfuerzos», «las vastas construcciones épicas comenzaban por así decirlo a irritarme». Alude también a la «crisis de la pluma», cuando habla de que su mano de escritor «se niega a realizar cualquier servicio»; tal como lo sugiere en el mismo pasaje, esboza en primer lugar sus prosas a lápiz, en una escritura microscópica (estos «microgramos», así denominados por Jochen Greven, tardarían veinte años en ser descifrados y transcritos) selecciona seguidamente estos borradores y los pasa a limpio, a tinta, para enviarlos a las redacciones de los periódicos.
En Berna lleva una existencia marginal, se convierte en un desconocido que vive en mansardas, pasea por la ciudad vieja y visita sus tabernas. Como apunta en «El hombre gastado»: «La soledad se iba haciendo en torno suyo». Esta soledad, a pesar de la euforia y ganas que pone en la redacción de sus artículos, alterna con fases depresivas e improductivas y en uno de estos episodios es cuando acepta ingresar en el asilo de Waldau.

«Für die Katz», literalmente «Para el gato», corresponde, más o menos, a la expresión castellana por nada o de balde (tiene también relación con la expresión doméstica para el gato, refiriéndose a las sobras de la comida que se aprovechan echándoselas a estos felinos). Este artículo, más que ningún otro, viene a decirnos que la «singular felicidad» que nace de la micrografía walseriana, está ligada a verdaderos sufrimientos del autor. El contenido de estos escritos constituye un rico tesoro de eslabones perdidos que relacionan entre sí los textos de Walser, pero que también nos proporcionan nuevas luces biográficas sobre el autor. Cada artículo es para Walser una tentativa de profundización en lo cotidiano. Un simple objeto, un paisaje, un gorrión, se convierten en el emblema de la crónica (como sucede en otro de sus textos titulado precisamente «Yo era un gorrión») un pájaro de ciudad, de vida efímera, que sabe de sobra que no tendrá la más mínima oportunidad de alcanzar la inmortalidad literaria. El gato en este artículo, uno de los más bellos y profundos de Walser, simboliza la institución del «folletín» y toda la «maquinaria de la civilización» a la que, día tras día, el cronista se ofrece como alimento, como auténtico pasto. Todo el potencial poético que dormita en el artículo de folletín, y que desde Baudelaire será la base de la columna moderna, Walser se preocupará de desvelarlo y de ofrecerlo, inocente, al lector.

La traducción ha sido hecha sobre la base de las obras completas de R. Walser: Sämtliche Werke in Einzelausgaben, editadas por Jochen Greven, vol. 20, Für die Katz. Prosa aus der Berner Zeit, 1828-1933, Suhrkamp Verlag, Zurich, 1986. Hemos consultado también la colección de prosas breves Nouvelles du jour, Proses brèves, ii, Éditions Zoé, Genève, 2000.

Por nada (para el gato)

Anoto el articulillo que me parece quiere nacer aquí, en el silencio de la medianoche, y lo escribo Por Nada, es decir para el gato, es decir, por la costumbre de hacerlo.

Por Nada es una especie de fábrica o de establecimiento industrial para el que los escritores bregan diariamente, cada hora incluso y al que, fieles y asiduos, entregan su mercancía. Producir es mejor que charlar inútilmente sobre la producción, o perderse en discursos estériles sobre lo que es útil. De Pascuas a Ramos, incluso los poetas escriben Por Nada, pensando que es más inteligente hacer algo que no hacer nada en absoluto. Quien trabaja Por Nada, esta quintaesencia de la comercialización, lo hace por el misterio de sus ojos. A ese gato se le conoce sin conocerlo; dormita, ronronea de alegría en su sueño, quienquiera que intente comprenderlo se encuentra ante un enigma impenetrable. Aunque Por Nada represente para la cultura un peligro notorio no parece que uno esté en condiciones de prescindir de él, pues no es otra cosa que la época en la que vivimos y para la que trabajamos, la época que nos provee de trabajo, pues bancos, colegios, restaurantes y casas editoriales, y la mayor parte del comercio, y la importancia fenomenal de las redes de producción de mercancías, y más aún, suponiendo, lo que considero superfluo, que quisiera enumerar todo aquello que pudiera entrar en esta lista, todo eso, es Por Nada, siempre Por Nada, y aún Por Nada. Por Nada, no es sólo bajo mi punto de vista lo que contribuye a la buena marcha del sistema, que tiene algún valor en la maquinaria de la civilización, sino como he dicho, Por Nada, es el mismo sistema, y si hay algo que pueda en rigor distinguirse de él, y pretender no ser hecho Por Nada, es precisamente lo que presenta un valor de eternidad: las obras maestras del arte, por ejemplo, o las acciones que sobrepasan los simples gorjeos, efectos sonoros, rumores y estridencias del día. Solo aquello que no es mascado y devorado por el rechazo o la admiración, dicho de otra forma Por Nada, que por cierto representa algo eminente, solo eso, se dice, está llamado a perdurar y llegará algún día, como un buque de carga o un paquebote, al puerto de una lejana posteridad. Mi colega Tartempion, bajo mi punto de vista, garabatea de todas todas Por Nada, aunque escribe y versifica de la manera más sofisticada. En lo tocante a la nadería natural de su trabajo, sin ninguna duda notable, Trucmuche, que puede decir que tiene una bella y encantadora esposa, que cena y se festeja como un príncipe, que pasea estupendamente todos los días y vive en un apartamento romántico, Trucmuche, pues, comete un flagrante error obstinándose en creer que el gato lo ignora. Pues si, por su parte, éste considera a Trucmuche como a uno de los suyos, Trucmuche insiste en pensar que Por Nada no lo juzga digno, lo que de ninguna manera corresponde a la realidad.

Al mundo actual, yo lo llamo Por Nada; para la posteridad, no me permito denominación familiar.
Por Nada es a menudo desconocido, uno se hace el desdeñoso, y cuando se le echa algo de alimento, se añade con desdén, en una disposición de espíritu totalmente aberrante, ¡es Por Nada! Como si, todos los hombres, desde que el mundo es mundo, no hubieran trabajado para él.

Él es, pues, el destinatario primero de todo lo que acontece; se repite, y solamente lo que continua viviendo y actuando a su pesar es inmortal.

Mis esfuerzos

Con el tiempo he llegado a ser un tema de preocupación para mis editores. Hay uno que me ha invitado a escribir novelas cortas para él; ¡a mí, que hasta el momento quizá no haya sido capaz de que ni una sola haya salido bien! A los veinte años, escribía versos, y a los cuarenta y ocho, de repente he comenzado de nuevo a escribir poemas. Por principio, en la presente tentativa de autorretrato, voy a evitar cualquier deriva personal. Por ejemplo, no diré ni una sola palabra de las personalidades importantes que he encontrado en mi vida. En cambio, me gustaría hablar lo más fielmente posible de hacia dónde van mis esfuerzos. Creo disfrutar hoy de cierta reputación como escritor de historias cortas. Quizás el valor literario del relato breve sea bastante efímero. ¿Puedo por otra parte rogar al lector que tenga la bondad de creer que lo que sale de mi boca es el fruto de mi excelente humor? Tengo la impresión, en este momento delicioso de mi vida, de ser la alegría en persona. Hasta aquí, he escrito por otra parte en una tranquilidad perfecta, a pesar de que mi naturaleza me haya podido llevar a la intranquilidad. Subrayemos de paso que, más o menos, desde hace cinco años, tengo una amiguita que a fe mía, no quiero siempre con un amor de primerísima categoría. De cuando en cuando, lo confieso abiertamente, leo en francés, sin tener la pretensión de comprender cada palabra de esta lengua. Respecto a los libros y a los seres humanos, considero que entenderlos de cabo a rabo, antes que provechoso, carece de interés. Quizá me haya dejado influenciar, aquí o allá, por las lecturas. Hace unos veinte años, redacté con cierta maña tres novelas, que quizá no lo son en absoluto, sino que serían más bien libros, en los que aparecen un montón de cosas, y cuyo contenido parece que ha gustado a un círculo más o menos grande de mis semejantes. Hace mucho tiempo, uno de mis jóvenes contemporáneos, se puso casi a provocarme al ver que no me emocionaba porque se le hubiera ocurrido decirme que admiraba tal o cual de mis viejos libros. Es un hecho, sin embargo, que la obra en cuestión es por así decirlo inencontrable en librería, por lo que su autor no debería mostrarse encantado. Sucede quizá lo mismo con alguno de mis honorables colegas. Cuando iba al colegio, uno de mis maestros o pedagogos celebró mi redacción como diciendo que era el tipo de escritura de artículo por excelencia, lo que me permitió redactar numerosos borradores, etcétera, y me llevó a cuidar mi oficio de escritor, por lo que, naturalmente, me enorgullezco. En aquella época, si pasé de la redacción de novelas a los artículos, es porque las vastas construcciones épicas comenzaban por así decirlo a irritarme. Mi mano desarrolló como una especie de rechazo a servir. Para recuperar sus buenas costumbres, no le pedía más que ligeras pruebas de eficacia, pues, son precisamente este tipo de detalles los que me han permitido reconquistarla. Conteniendo mi ambición, he tenido por norma el contentarme con cualquier pequeño éxito, por modesto que fuera. El escritor en mí se conformaba a las órdenes de aquel que deseaba seguir llevando una vida muy tranquila, y que cobraba de las redacciones de periódicos más diversos. Por lo que creo, en otro tiempo tuve un nombre; sin embargo, me acostumbré también a un nombre menos notable pues anhelaba adaptarme a la denominación de «cronista de periódicos». Jamás me ha llegado a paralizar la idea sentimental de que se me pudiera considerar como artísticamente perdido. Como una suave mano sobre mi hombro, la pregunta se planteaba a veces: «¿Ya no es arte lo que haces?». Sin embargo, podía decirme que lo que continua mereciendo la pena no tiene que dejarse importunar por exigencias cuyo peso ideológico lo ensombrece. Confesémoslo rotundamente, no tenía voluntad para prohibirme perder el tiempo hasta ciertos límites. Me basta con poder pensar que es verosímil que el tiempo ha cuidado de mí maravillosamente. Aún estoy vivo, lo reconozco, y quizá me sea permitido dar gracias por ello estando dispuesto a vivir en armonía conmigo mismo. Cuando, ocasionalmente, me apetecía garabatear al buen tuntún, ello podía parecer un poco descabellado a los ojos de la gente archiseria; pero en realidad, experimentaba en el terreno de la palabra, con la esperanza de que la lengua guardara alguna vitalidad aún desconocida que sería una alegría descubrir. Mientras que mi único deseo era liberarme, y permitía que este deseo existiera, ha podido suceder que aquí o allá, se me desapruebe. La crítica acompañará siempre a los esfuerzos.

El hombre gastado

Lentamente, el hombre gastado hacía su camino, dándose cuenta perfectamente de que en otro tiempo se había echado a perder. Con frecuencia, se había podido ver su imagen, no exenta de seducción, en el grupo de amigos. Hace muchos años, él y estas personas eran presumidos, tenían lo que querían, es decir lo que deseaban, confianza y serenidad. Si apenas se habían sentido llamados a realizar grandes cosas o a esforzarse al máximo. Vivía, como muchos de sus vecinos, en una feliz despreocupación, pasando la mitad de las noches de comilona con toda una compañía de felices guasones y bocazas. Se sentía absolutamente incapaz, por el momento, de dárselas de listo. Ya desde hacía un tiempo, ofrecía a los demás una cara pasmada, asombrada, por así decirlo, pues la soledad se iba haciendo en torno suyo. Creía tener que acordarse de que en otro tiempo, por ejemplo, una multitud de amigos y conocidos habían formado casi continuamente una especie de muralla protectora a su alrededor. Esta buena gente, en cierto sentido, se le parecía mucho. Era, cómo decirlo, un tipo desajustado, o a punto de llegar a serlo poco a poco. A lo largo del año, pensaba y hacía siempre lo mismo, tan poco, pequeñas nadas confortables, fáciles, agradables, propicias a la vanidad. La vanidad, sí, era eso, sobre todo, lo que durante años había contado para él. Ahora, sus manos tenían una expresión de molicie. La renuncia había impreso su sello a todo su comportamiento. Sobre todo, no tenía en absoluto ganas de bromear. Había dejado de reír desde hacía mucho tiempo. Algo en él temía el haber recurrido a la risa, como uno teme una inconveniencia. Antes, había sido claramente un gatillo o un detonador de cohetes de risa. Estos buenos viejos tiempos parecían haber huido para siempre. ¿Era viejo? No. Aún no. Se encontraba más bien en el cenit de la vida, o sea, en su quincuagesimotercer o quincuagesimocuarto año. ¡Ah! ¡Si únicamente su cráneo había sido el cráneo de un cínico triunfador! ¡He ahí lo que le hubiera convenido en su más alto grado, he ahí con lo que disfrutaría! Pero triunfar, ¡ay! No era necesario soñar con ello. Cómo le hubiera gustado imaginarse que era un tigre, una fiera soberbia, vigorosa, invencible. De eso no se encontraba ni rastro en su persona. Temblaba en su fuero interno como un criminal reincidente, es decir como aquel a quien se le podía reprochar tal o cual crimen. Todo el carácter que había tenido parecía desvanecido, probablemente para siempre. Y su lado petulante, chispeante, lleno de ideas, ¿dónde estaba ahora?

Soñando que en una determinada época, había creído controlar la vida, entró indeciso y a la defensiva, en un museo, y se quedó pasmado ante el retrato de un almirante del Renacimiento, ¡completamente ahumado! ¡Inaudita, la expresión impasible que ofrecía! Le llamó la atención otro cuadro que representaba a un hombre de alrededor de ochenta años, que representaba, sin embargo, la destilada firmeza de un joven de muy buena familia.

Al salir del museo, sabía, con certeza y para su mayor desagrado, que sus trazas imploraban asistencia, y que todo su comportamiento delataba el desorden.

Jamás hubiera creído que fuera posible una cosa parecida. Como pasaba ante las ventanas de una casa completamente construida de cristal, quedó clavado en el suelo, estupefacto ante un extraño espectáculo.

Vio una mujer joven y bella, elegantemente vestida, que bajo las miradas de los viandantes, sentada en un canapé, acercaba de vez en cuando a sus labios el borde de una taza. Sobre la mesa se encontraba un libro abierto. Su fisonomía parecía decirle:

«Tú como los demás, esperabas mucho del porvenir. ¡Pero no es lo que habías imaginado!».
Siguió su camino, y por doquier chocaba consigo mismo, y era para no entender nada.