¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

miércoles, 2 de enero de 2013

APROXIMACIÓN A WALSER POR VILA- MATAS. WALSER HABLA DE WALSER.





El narrador de Doctor Pasavento persigue el destino del escritor suizo Robert Walser, de quien admira su afán por pasar desapercibido, la vida de bella infelicidad que llevó y la extrema repugnancia que le producían el poder y la grandeza literaria. Quiere apartarse, y un día desaparece. Cree que indagarán pero a Pasavento no le busca nadie y poco a poco va imponiéndose la sencilla verdad: nadie piensa en él. Le veremos entonces recurrir a esa estrategia de la renuncia que es el acto extremo con el cual algunos raros escritores se aseguran el único modo de captar el destello de la vida plena e inexpresable, no sofocada por el poder.


Entrevista en Revista Lit. Virtual: La casa de los Malfenti LCM.

Entrevista al escritor Belén Galindo a propósito de la publicación de su novela DOCTOR PASAVENTO, en el otoño de 2005. Transcribo gran parte de la misma, de aquellas preguntas y respuestas en las que Enrique Vila-Matas se refiere al escritor suizo ROBERT WALSER(1878-1956).

"Mis libros cuentan historias de gentes que se pierden" -EVM


LCM/La casa de los Malfenti :(...) ¿Qué quiere contarnos?

EVM/ Enrique Vila-Matas: Intento retratar a un personaje representativo de nuestro tiempo, alguien que desea retirarse del mundo y vivir apartado. Como vivió apartado Robert Walser, que es el héroe moral de Doctor Pasavento. Vivió apartado 23 años en el manicomio de Herisau, en la Suiza Oriental. El lugar que, como escritor de esta novela, visité el año pasado con la intención de ver dónde estuvo Robert Walser apartado del mundo. Es un héroe –o un antihéroe- actual: primero, porque busca apartarse; después porque, cuando se aparta del mundo, cree que lo van a buscar y no es buscado por nadie y descubre que está solo y que nadie piensa en él; y, en tercer lugar, porque la soledad le conduce a profundizar en el mundo de su héroe en la vida y en la literatura, Robert Walser, y a visitar el manicomio de Herisau con la intención de esconderse allí. Algo que es inútil porque nadie le ha buscado ni le va a buscar.

LCM: ¿Qué impresiones tuvo cuando visitó el manicomio?

EVM: Había leído tanto sobre los paseos de Robert Walser los sábados y domingos, caminando por ese lugar nevado que, para mí, ese lugar y esa palabra pertenecía a un mundo de ficción. No había caído en la cuenta de que había un lugar real en Suiza en el que estaba todo mi mundo de admiración literaria hacia este personaje. Y surgió a través de una invitación. En un viaje anterior a la Suiza alemana conocí a Yvette Sánchez, catedrática de Literatura Española, que se ofreció medio año después a llevarme a ver el paisaje que rodea el manicomio de Herisau. Como yo no sé alemán, ella me acompañó y quedé bastante impresionado con el lugar. Es como una pequeña montaña mágica donde está el viejo manicomio, hoy llamado Centro Psiquiátrico. Es un lugar muy bello. Luego fuimos a ver el cementerio donde está la tumba de Walser. Nos costó mucho encontrarla porque no estaba donde las demás tumbas, donde le habría gustado a Walser, que quería perderse en el anonimato de la historia mundial, sino que estaba apartada. Como él se había apartado del mundo, le apartaron luego a él. La tumba está a la entrada del cementerio, en un lugar muy visible, pero tardamos mucho en encontrarla. Después Yvette Sánchez me sorprendió diciéndome que había concertado una cita con el director del centro psiquiátrico y fuimos recibidos por él. Ahí comenzó una escena que he trasladado a la novela.

LCM: Nos ha dicho que en la novela se acerca al dificilísimo ejercicio de convertirse en nada, algo en lo que Robert Walser fue un maestro o pretendió serlo, al menos. ¿Cree que se puede desaparecer hoy y ahora?


EVM: Yo siempre digo que, para que uno desaparezca, alguien ha de percibirlo, deben darse cuenta, si no, no hay desaparición. En el caso de Pasavento nadie se da cuenta ni nadie se interesa y no puede completar la desaparición hasta que alguien note que ha desaparecido. Es una especie de paradoja. Por otra parte, tampoco es tan sencillo desaparecer: no basta con encontrar un lugar donde no sea fácil que a uno le encuentren.LCM: En ese desapego a la fama que tenía Walser ¿hay un reflejo también del escritor?¿de verdad no le gusta que le reconozcan y le admiren?


EVM: Hay un momento en que el Doctor Pasavento dice que no escribe para ser fotografiado y eso coincide bastante con mi idea de que, a la larga, resulta muy pesado tener que responder a toda la cuestión del circo mediático actual y creo que esto es algo que les pasa a muchos escritores. La paradoja se da cuando presento el libro y el que está ahí para ser fotografiado soy yo y el doctor Pasavento está “missing”. Así que ahora me toca a mí ser fotografiado y que Pasavento pueda vivir su vida apartado de todo.

LCM: En sus últimos años, antes de recluirse en el manicomio, la letra de Robert Walser fue haciéndose cada vez más pequeña. Llegó incluso a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz porque entendía que el lápiz se encontraba más cerca de la desaparición. Esto, que es tan sólo un detalle, supone todo un símbolo del fin de la existencia de Walser. ¿Son esos detalles los que nos definen, los que nos hacen grandes o pequeños?

EVM: Yo creo en los pequeños detalles. Lo pequeño puede ser muy grande y, de hecho, en cosas pequeñas se encuentra resumida la historia de la humanidad. Y, respecto a la letra de Walser, los llamados microgramas, habría mucho que decir. Durante mucho tiempo se creyó que, por estar medio loco Walser, resultaban incomprensibles. El asunto era que había que saber leer la letra tan pequeña y ahora se están analizando y son historias y novelas. Es curioso que ha habido un error en la crítica de El País cuando se dice que estos papelitos estaban escritos dentro del manicomio de Herisau y lo cierto es que, mientras estuvo en el manicomio, no escribió nada. De hecho, cuando sus amigos le visitaban y le preguntaban por qué no escribía él les contestaba que no estaba allí para escribir sino para enloquecer. Y lo que más me llamó la atención de estos papelitos era que podían estar escritos en la servilleta de un papel o en cualquier cosa que encontrara apta para la escritura. Empezaba una historia que terminaba cuando acababa el tamaño del soporte. Es un tipo de escritura muy fragmentaria hasta el punto de que el final de lo escrito viene marcado por el papel.(...)

LCM: ¿Y el principio de una novela?¿Tiene que ver con la nieve, con esa metáfora sobre la página en blanco?


EVM: No sé explicar la página en blanco, pero sí me siento próximo a la nieve. Me fascina la muerte de Robert Walser. Ocurrió un día de Navidad que salió a caminar por los alrededores del sanatorio y murió sobre la nieve. No puede ser una muerte más metafórica sobre la pureza de su estilo y de su vida. Fue encontrado por dos niñas que pasaban por allí ese día de Navidad y colocaron una flor al lado del cadáver (…)

LCM: ¿Y Doctor Pasavento es Alonso Quijano o Don Quijote?

EVM: Doctor Pasavento se parece más a Robert Walser, que es quien inaugura de alguna manera la literatura contemporánea del siglo XX. Y es el anti-Thomas Mann, el que puede abarcar todo el mundo y se compara con el mismísimo Dios. La tradición que inaugura Walser enlaza con lo mínimo, lo minúsculo y fragmentario y es luego recogida por algunos grandes como Kafka, que era cinco años menor que él, y que incorporó el sentido del humor a este tipo de prosa walseriana. De hecho, cuando apareció Kafka en Alemania se dijo que había aparecido una variación de la prosa de Walser. Hay que recordar que Robert Walser fue muy conocido en los años veinte en los ámbitos de la literatura alemana y suizo-alemana, pero después su confinamiento en el sanatorio y la guerra hicieron que desapareciera completamente su recuerdo hasta que comienza a ser republicado en los años sesenta. (…)

"Me gustaba la ironía secreta de su estilo y su premonitoria intuición de que la estupidez iba a avanzar ya imparable en el mundo occidental. Me intrigaba la gran originalidad de sus relaciones con el mundo de la conciencia. Y siempre había encontrado infelices pero muy bellos sus melancólicos paseos alrededor del manicomio de Herisau, donde, remedando el destino de Hölderlin, estuvo internado durante veintitrés años, hasta el final de sus días. Desde que entrara en el manicomio de Herisau hasta que murió, no había escrito una sola línea, se había apartado radicalmente de la literatura. Murió en la nieve, un día de Navidad, mientras caminaba por los alrededores de aquel sanatorio mental. Se ha dicho de él que es el poeta más secreto de todos, y seguramente esto se aproxima a la verdad, pues para Walser todo se convertía por entero en el exterior de la naturaleza y lo que le era propio, más íntimo, lo estuvo negando a lo largo de toda su vida. Negaba lo esencial, lo más hondo: su angustia. Tal como él mismo decía en su novela Jakob von Gunten, disimulaba su desasosiego «en lo más profundo de las tinieblas ínfimas e insignificantes».

En Walser, el discreto príncipe de la sección angélica de los escritores, pensaba yo a menudo. Y hacía ya años que era mi héroe moral. Admiraba de él la extrema repugnancia que le producía todo tipo de poder y su temprana renuncia a toda esperanza de éxito, de grandeza. Admiraba su extraña decisión de querer ser como todo el mundo cuando en realidad no podía ser igual a nadie, porque no deseaba ser nadie, y eso era algo que sin duda le dificultaba aún más querer ser como todo el mundo. Admiraba y envidiaba esa caligrafía suya que, en el último periodo de su actividad literaria (cuando se volcó en esos textos de letra minúscula conocidos como microgramas), se había ido haciendo cada vez más pequeña y le había llevado a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz, porque sentía que éste se encontraba «más cerca de la desaparición, del eclipse». Admiraba y envidiaba su lento pero firme deslizamiento hacia el silencio".


- De la novela Doctor Pasavento

WALSER HABLA DE WALSER

Ustedes van a poder oír hablar de escritor Walser. ¡Al señor Walser, escritor!
Así comienzan las cartas que recibo, como si algunas personas preocupadas por mi quisieran recordarme mi oficio de escritor.
¿Dormirá en mí la capacidad de escribir?
¿Personas bien intencionadas quizá quieran hacerme reaccionar?
Desde que un día comencé a llevar una vida de dependiente, el escritor Walser se durmió ya en mí. De otra forma no habría podido ser un auténtico dependiente.
Para escribir “Los hermanos Tanner”, tuve que esperar largo tiempo, y eso se produjo de manera espontanea e inconsciente. Y recordaría más bien a un escritor que antes que escritor es hombre. La escritura emana también de la esfera de lo humano.
Conozco personas que piensan que se escribe muchísimo. De la misma manera que se pinta demasiado.
Comparto esta opinión y por lo tanto no me inquieta en absoluto que el escritor Walser esté aparentemente dormido. Al contrario su comportamiento me hace feliz.
¿Cuándo desempeñaba realmente las tareas de “criado” presentía que de esta parcela de la experiencia saldría una “novela de lo real”, y que, en consecuencia, de un acto real emanaría una obra literaria? No, no, ¡por nada del mundo!
Walser, ya entonces, también vivía, dormía y escribía demasiado poco, es verdad. Pero es porque se consagraba a lo vivido sin interesarse por ello, es decir sin soñar con escribir, o digamos, sin escribir nada entonces, así años más tarde escribió su Der Geülfe ["El Ayudante"], es decir después de la crisis.
He ahí por qué no sucumbió al deseo insatisfecho de publicar.
En definitiva, todo lo que el escritor ha escrito “después de la crisis”, debió vivirlo “antes”.
¿Un hombre que no trata de escribir algo sólo puede tomar un café por la mañana?
¡Un hombre así apenas puede respirar!
Y, con todo, Walser da cada día un paseo de una horita, en lugar de escribir hasta hartarse. En su espontaneidad natural, encuentra incluso pretextos para ayudar a las sirvientas a poner la mesa. ¿Por qué Walser ha vivido en el pasado toda suerte de aventuras?
Porque el escritor dormía en él indolente y no le impedía, pues, vivir. Por esta razón, piensa que sería bueno dejarlo en un profundo olvido, y ruega a los que se preocupen por ello que esperen pacientemente una decena de años, deseando a sus colegas todo el éxito posible. ¿Por qué la gloria de Walser deja a cualquier otro individuo menos frío que a él?
Cuando escribía "Los hermanos [Tanner]", por ejemplo, ¡qué poco me preocupaba de la celebridad! Si hubiera sido ya famoso, el libro no hubiera visto jamás la luz.
Deseo, pues, permanecer ignorado. Y si algunos, a pesar de todo, quieren preocuparse por mí, pues bien, yo no prestaré atención alguna a estas preocupantes personas. Hasta aquí nunca he escrito mis libros por obligación. Quiero decir que el hecho de escribir mucho no garantiza sin embargo que una obra sea buena. ¡Qué no venga nadie a hablarme de mis libros “anteriores”! Que no los sobrevaloren, y que se esfuercen en tomar a Walser tal cual es.

- Robert Walser (1925)

martes, 1 de enero de 2013

DISCURSO A UNA ESTUFA





Una vez pronuncié un discurso a una estufa y quisiera transcribirlo aquí hasta donde lo recuerdo de memoria.

Asaltado por toda suerte de pensamientos iba un día de un extremo a otro de mi habitación. En cierto modo me había extraviado, perdido, y hacía grandes esfuerzos por orientarme de nuevo, lo cual me costaba numerosos suspiros; era, eso sí, absolutamente incapaz de disimular que estaba angustiado.
Y entonces vi a la estufa sonreír sarcásticamente desde su imperturbable quietud estufesca.

“A ti no te afecta nada”, le grité furioso y con sincera indignación, “no estás sometida a ningún tipo de excitación. La inquietud no te atormenta ni te afligen las calamidades.”

“¿No es acaso cierto, so pasmona e insensible majadera, que al no tener capacidad ni, por lo tanto, necesidad alguna de moverte, te imaginas que vales una enormidad?

“Como eres una pasmona burda e insensible, te crees grande.
“¡Vaya grandeza!

“Como desconoces cualquier tipo de tentación, te crees una mujer modelo.
“¡Vaya feminidad!

“No sentir nada, contonearse como una osa gruñona o una elefanta parece ser tu concepto de feminidad.

“Como nunca en tu vida has pensado en algo más profundo, tienes el descaro de burlarte insensatamente de quienes deben enfrentarse a toda suerte de dudas y escrúpulos.

“¡Valiente amiga eres tú!

“Es muy evidente que, hasta ahora, el mundo te ha echado en falta. En ti y en tus semejantes bien puede confiar el mundo.

“Como no necesitas luchar ni combatir, te consideras perfecta.

“Como nunca has condescendido en nada ni te has dejado ver allí donde hombres y corazones son puestos a prueba, te figuras estar libre de toda flaqueza, por lo que te permites señalar con el dedo a quienes, arriesgándose a entrar en el campo de batalla, sacan a la luz sus flaquezas y errores.

“Cobarde rebosante de energías que no se atreve a moverse para no tener que revelar dónde están sus defectos: avergüénzate de no haber tenido que avergonzarte jamás ni un poquito; quien no sabe lo que es dedicarse a una causa justa tiene el corazón cubierto de grasa y la buena voluntad asfixiada.

“Quiero que sepas que más que cualquier buena reputación me importa mi tarea, para mí más importante que la necia fama de no haberse equivocado nunca.

“Quien nunca se equivoca es probable que jamás haya hecho nada bueno”.

ROBERT WALSER: TRES MICROGRAMAS


José Luna Borge




Cuando Robert Walser escribe estos artículos, «Fur die Katz» («Por nada» o «Para el gato») 1928/29; «Meine Bemühungen» («Mis esfuerzos») 1928/29 y «Der gebrauchte Mensch» («El hombre gastado») 1930/31, se encuentra entre los cincuenta y los cincuenta y cuatro años, edad en la que un escritor sabe de sobra si ha conseguido algo en su oficio o si, por el contrario, ha fracasado. Walter entonces se encontraba en una deriva en la que «la soledad si iba haciendo en torno suyo» y no tenía dónde agarrarse, solo los articulillos que aparecían en «el folletín» (sección de algunos periódicos en la que se publicaban pequeñas notas de interés general, reseñas de libros, novelas y todo lo que escapaba a las secciones «serias» de política y economía) de algunos diarios que todavía se aventuraban a publicarle. Cuando este único asidero le faltó, todo se vino abajo con la crisis de 1928/29 que, precisamente, parece haberse originado por la negativa del Berliner Tagblatt a publicar los textos que Walter había enviado. Desde 1925 este periódico venía publicándole hasta tres colaboraciones mensuales, constituyendo su principal fuente de recursos, la más segura y lucrativa. El redactor jefe le recomienda que momentáneamente deje de colaborar durante seis meses. Desde noviembre de 1928, en efecto, y durante seis meses, ningún texto de Walser aparece en el periódico. Es muy probable que esta noticia desatara la grave crisis cuyo final sería el ingreso en el asilo de Waldau. «Me esforcé en seguir escribiendo a pesar de esta advertencia», le cuenta a Carl Seelig, «pero fueron solo tonterías las que me arrancaba con mucho trabajo […] Para terminar, mi hermana Lisa me llevó al asilo de Waldau. Todavía en la puerta, le pregunté: “¿Hacemos lo conveniente?” Su silencio fue explícito ¿qué otra cosa podía hacer sino entrar?».

Walser por entonces vivía en Berna (1921/1929) sin trabajo ni domicilio fijos (en los ocho años berneses se cambiaría catorce veces de domicilio) viviendo modestísimamente de sus colaboraciones que aparecen en diarios y revistas y no siempre con la periodicidad deseada (en 1925 publicará Die Rose (La rosa), el último de sus libros).

Los artículos que aquí traducimos permanecieron inéditos en vida de Walser y solo vieron la luz en 1986 con ocasión de la edición de su obra completa Sämtliliche Werke in Einzelansgaben, editada en veinte volúmenes por Jochen Greven, Suhrkamp Verlag, Zurich. En castellano se traducen por vez primera.

Los tres artículos, aparte de tener un cierto aire de época y de mostrar las inquietudes que Walser tenía en aquellos años de crisis, son importantes para entender su abandono de la novela, ante la falta de éxito, y la incursión, casi exclusivamente, en el artículo como única vía de subsistencia. Intenta en esta época un modo de escritura totalmente personal. Pasa conscientemente «de la redacción de novelas a los artículos» porque, como dice en «Mis esfuerzos», «las vastas construcciones épicas comenzaban por así decirlo a irritarme». Alude también a la «crisis de la pluma», cuando habla de que su mano de escritor «se niega a realizar cualquier servicio»; tal como lo sugiere en el mismo pasaje, esboza en primer lugar sus prosas a lápiz, en una escritura microscópica (estos «microgramos», así denominados por Jochen Greven, tardarían veinte años en ser descifrados y transcritos) selecciona seguidamente estos borradores y los pasa a limpio, a tinta, para enviarlos a las redacciones de los periódicos.
En Berna lleva una existencia marginal, se convierte en un desconocido que vive en mansardas, pasea por la ciudad vieja y visita sus tabernas. Como apunta en «El hombre gastado»: «La soledad se iba haciendo en torno suyo». Esta soledad, a pesar de la euforia y ganas que pone en la redacción de sus artículos, alterna con fases depresivas e improductivas y en uno de estos episodios es cuando acepta ingresar en el asilo de Waldau.

«Für die Katz», literalmente «Para el gato», corresponde, más o menos, a la expresión castellana por nada o de balde (tiene también relación con la expresión doméstica para el gato, refiriéndose a las sobras de la comida que se aprovechan echándoselas a estos felinos). Este artículo, más que ningún otro, viene a decirnos que la «singular felicidad» que nace de la micrografía walseriana, está ligada a verdaderos sufrimientos del autor. El contenido de estos escritos constituye un rico tesoro de eslabones perdidos que relacionan entre sí los textos de Walser, pero que también nos proporcionan nuevas luces biográficas sobre el autor. Cada artículo es para Walser una tentativa de profundización en lo cotidiano. Un simple objeto, un paisaje, un gorrión, se convierten en el emblema de la crónica (como sucede en otro de sus textos titulado precisamente «Yo era un gorrión») un pájaro de ciudad, de vida efímera, que sabe de sobra que no tendrá la más mínima oportunidad de alcanzar la inmortalidad literaria. El gato en este artículo, uno de los más bellos y profundos de Walser, simboliza la institución del «folletín» y toda la «maquinaria de la civilización» a la que, día tras día, el cronista se ofrece como alimento, como auténtico pasto. Todo el potencial poético que dormita en el artículo de folletín, y que desde Baudelaire será la base de la columna moderna, Walser se preocupará de desvelarlo y de ofrecerlo, inocente, al lector.

La traducción ha sido hecha sobre la base de las obras completas de R. Walser: Sämtliche Werke in Einzelausgaben, editadas por Jochen Greven, vol. 20, Für die Katz. Prosa aus der Berner Zeit, 1828-1933, Suhrkamp Verlag, Zurich, 1986. Hemos consultado también la colección de prosas breves Nouvelles du jour, Proses brèves, ii, Éditions Zoé, Genève, 2000.

Por nada (para el gato)

Anoto el articulillo que me parece quiere nacer aquí, en el silencio de la medianoche, y lo escribo Por Nada, es decir para el gato, es decir, por la costumbre de hacerlo.

Por Nada es una especie de fábrica o de establecimiento industrial para el que los escritores bregan diariamente, cada hora incluso y al que, fieles y asiduos, entregan su mercancía. Producir es mejor que charlar inútilmente sobre la producción, o perderse en discursos estériles sobre lo que es útil. De Pascuas a Ramos, incluso los poetas escriben Por Nada, pensando que es más inteligente hacer algo que no hacer nada en absoluto. Quien trabaja Por Nada, esta quintaesencia de la comercialización, lo hace por el misterio de sus ojos. A ese gato se le conoce sin conocerlo; dormita, ronronea de alegría en su sueño, quienquiera que intente comprenderlo se encuentra ante un enigma impenetrable. Aunque Por Nada represente para la cultura un peligro notorio no parece que uno esté en condiciones de prescindir de él, pues no es otra cosa que la época en la que vivimos y para la que trabajamos, la época que nos provee de trabajo, pues bancos, colegios, restaurantes y casas editoriales, y la mayor parte del comercio, y la importancia fenomenal de las redes de producción de mercancías, y más aún, suponiendo, lo que considero superfluo, que quisiera enumerar todo aquello que pudiera entrar en esta lista, todo eso, es Por Nada, siempre Por Nada, y aún Por Nada. Por Nada, no es sólo bajo mi punto de vista lo que contribuye a la buena marcha del sistema, que tiene algún valor en la maquinaria de la civilización, sino como he dicho, Por Nada, es el mismo sistema, y si hay algo que pueda en rigor distinguirse de él, y pretender no ser hecho Por Nada, es precisamente lo que presenta un valor de eternidad: las obras maestras del arte, por ejemplo, o las acciones que sobrepasan los simples gorjeos, efectos sonoros, rumores y estridencias del día. Solo aquello que no es mascado y devorado por el rechazo o la admiración, dicho de otra forma Por Nada, que por cierto representa algo eminente, solo eso, se dice, está llamado a perdurar y llegará algún día, como un buque de carga o un paquebote, al puerto de una lejana posteridad. Mi colega Tartempion, bajo mi punto de vista, garabatea de todas todas Por Nada, aunque escribe y versifica de la manera más sofisticada. En lo tocante a la nadería natural de su trabajo, sin ninguna duda notable, Trucmuche, que puede decir que tiene una bella y encantadora esposa, que cena y se festeja como un príncipe, que pasea estupendamente todos los días y vive en un apartamento romántico, Trucmuche, pues, comete un flagrante error obstinándose en creer que el gato lo ignora. Pues si, por su parte, éste considera a Trucmuche como a uno de los suyos, Trucmuche insiste en pensar que Por Nada no lo juzga digno, lo que de ninguna manera corresponde a la realidad.

Al mundo actual, yo lo llamo Por Nada; para la posteridad, no me permito denominación familiar.
Por Nada es a menudo desconocido, uno se hace el desdeñoso, y cuando se le echa algo de alimento, se añade con desdén, en una disposición de espíritu totalmente aberrante, ¡es Por Nada! Como si, todos los hombres, desde que el mundo es mundo, no hubieran trabajado para él.

Él es, pues, el destinatario primero de todo lo que acontece; se repite, y solamente lo que continua viviendo y actuando a su pesar es inmortal.

Mis esfuerzos

Con el tiempo he llegado a ser un tema de preocupación para mis editores. Hay uno que me ha invitado a escribir novelas cortas para él; ¡a mí, que hasta el momento quizá no haya sido capaz de que ni una sola haya salido bien! A los veinte años, escribía versos, y a los cuarenta y ocho, de repente he comenzado de nuevo a escribir poemas. Por principio, en la presente tentativa de autorretrato, voy a evitar cualquier deriva personal. Por ejemplo, no diré ni una sola palabra de las personalidades importantes que he encontrado en mi vida. En cambio, me gustaría hablar lo más fielmente posible de hacia dónde van mis esfuerzos. Creo disfrutar hoy de cierta reputación como escritor de historias cortas. Quizás el valor literario del relato breve sea bastante efímero. ¿Puedo por otra parte rogar al lector que tenga la bondad de creer que lo que sale de mi boca es el fruto de mi excelente humor? Tengo la impresión, en este momento delicioso de mi vida, de ser la alegría en persona. Hasta aquí, he escrito por otra parte en una tranquilidad perfecta, a pesar de que mi naturaleza me haya podido llevar a la intranquilidad. Subrayemos de paso que, más o menos, desde hace cinco años, tengo una amiguita que a fe mía, no quiero siempre con un amor de primerísima categoría. De cuando en cuando, lo confieso abiertamente, leo en francés, sin tener la pretensión de comprender cada palabra de esta lengua. Respecto a los libros y a los seres humanos, considero que entenderlos de cabo a rabo, antes que provechoso, carece de interés. Quizá me haya dejado influenciar, aquí o allá, por las lecturas. Hace unos veinte años, redacté con cierta maña tres novelas, que quizá no lo son en absoluto, sino que serían más bien libros, en los que aparecen un montón de cosas, y cuyo contenido parece que ha gustado a un círculo más o menos grande de mis semejantes. Hace mucho tiempo, uno de mis jóvenes contemporáneos, se puso casi a provocarme al ver que no me emocionaba porque se le hubiera ocurrido decirme que admiraba tal o cual de mis viejos libros. Es un hecho, sin embargo, que la obra en cuestión es por así decirlo inencontrable en librería, por lo que su autor no debería mostrarse encantado. Sucede quizá lo mismo con alguno de mis honorables colegas. Cuando iba al colegio, uno de mis maestros o pedagogos celebró mi redacción como diciendo que era el tipo de escritura de artículo por excelencia, lo que me permitió redactar numerosos borradores, etcétera, y me llevó a cuidar mi oficio de escritor, por lo que, naturalmente, me enorgullezco. En aquella época, si pasé de la redacción de novelas a los artículos, es porque las vastas construcciones épicas comenzaban por así decirlo a irritarme. Mi mano desarrolló como una especie de rechazo a servir. Para recuperar sus buenas costumbres, no le pedía más que ligeras pruebas de eficacia, pues, son precisamente este tipo de detalles los que me han permitido reconquistarla. Conteniendo mi ambición, he tenido por norma el contentarme con cualquier pequeño éxito, por modesto que fuera. El escritor en mí se conformaba a las órdenes de aquel que deseaba seguir llevando una vida muy tranquila, y que cobraba de las redacciones de periódicos más diversos. Por lo que creo, en otro tiempo tuve un nombre; sin embargo, me acostumbré también a un nombre menos notable pues anhelaba adaptarme a la denominación de «cronista de periódicos». Jamás me ha llegado a paralizar la idea sentimental de que se me pudiera considerar como artísticamente perdido. Como una suave mano sobre mi hombro, la pregunta se planteaba a veces: «¿Ya no es arte lo que haces?». Sin embargo, podía decirme que lo que continua mereciendo la pena no tiene que dejarse importunar por exigencias cuyo peso ideológico lo ensombrece. Confesémoslo rotundamente, no tenía voluntad para prohibirme perder el tiempo hasta ciertos límites. Me basta con poder pensar que es verosímil que el tiempo ha cuidado de mí maravillosamente. Aún estoy vivo, lo reconozco, y quizá me sea permitido dar gracias por ello estando dispuesto a vivir en armonía conmigo mismo. Cuando, ocasionalmente, me apetecía garabatear al buen tuntún, ello podía parecer un poco descabellado a los ojos de la gente archiseria; pero en realidad, experimentaba en el terreno de la palabra, con la esperanza de que la lengua guardara alguna vitalidad aún desconocida que sería una alegría descubrir. Mientras que mi único deseo era liberarme, y permitía que este deseo existiera, ha podido suceder que aquí o allá, se me desapruebe. La crítica acompañará siempre a los esfuerzos.

El hombre gastado

Lentamente, el hombre gastado hacía su camino, dándose cuenta perfectamente de que en otro tiempo se había echado a perder. Con frecuencia, se había podido ver su imagen, no exenta de seducción, en el grupo de amigos. Hace muchos años, él y estas personas eran presumidos, tenían lo que querían, es decir lo que deseaban, confianza y serenidad. Si apenas se habían sentido llamados a realizar grandes cosas o a esforzarse al máximo. Vivía, como muchos de sus vecinos, en una feliz despreocupación, pasando la mitad de las noches de comilona con toda una compañía de felices guasones y bocazas. Se sentía absolutamente incapaz, por el momento, de dárselas de listo. Ya desde hacía un tiempo, ofrecía a los demás una cara pasmada, asombrada, por así decirlo, pues la soledad se iba haciendo en torno suyo. Creía tener que acordarse de que en otro tiempo, por ejemplo, una multitud de amigos y conocidos habían formado casi continuamente una especie de muralla protectora a su alrededor. Esta buena gente, en cierto sentido, se le parecía mucho. Era, cómo decirlo, un tipo desajustado, o a punto de llegar a serlo poco a poco. A lo largo del año, pensaba y hacía siempre lo mismo, tan poco, pequeñas nadas confortables, fáciles, agradables, propicias a la vanidad. La vanidad, sí, era eso, sobre todo, lo que durante años había contado para él. Ahora, sus manos tenían una expresión de molicie. La renuncia había impreso su sello a todo su comportamiento. Sobre todo, no tenía en absoluto ganas de bromear. Había dejado de reír desde hacía mucho tiempo. Algo en él temía el haber recurrido a la risa, como uno teme una inconveniencia. Antes, había sido claramente un gatillo o un detonador de cohetes de risa. Estos buenos viejos tiempos parecían haber huido para siempre. ¿Era viejo? No. Aún no. Se encontraba más bien en el cenit de la vida, o sea, en su quincuagesimotercer o quincuagesimocuarto año. ¡Ah! ¡Si únicamente su cráneo había sido el cráneo de un cínico triunfador! ¡He ahí lo que le hubiera convenido en su más alto grado, he ahí con lo que disfrutaría! Pero triunfar, ¡ay! No era necesario soñar con ello. Cómo le hubiera gustado imaginarse que era un tigre, una fiera soberbia, vigorosa, invencible. De eso no se encontraba ni rastro en su persona. Temblaba en su fuero interno como un criminal reincidente, es decir como aquel a quien se le podía reprochar tal o cual crimen. Todo el carácter que había tenido parecía desvanecido, probablemente para siempre. Y su lado petulante, chispeante, lleno de ideas, ¿dónde estaba ahora?

Soñando que en una determinada época, había creído controlar la vida, entró indeciso y a la defensiva, en un museo, y se quedó pasmado ante el retrato de un almirante del Renacimiento, ¡completamente ahumado! ¡Inaudita, la expresión impasible que ofrecía! Le llamó la atención otro cuadro que representaba a un hombre de alrededor de ochenta años, que representaba, sin embargo, la destilada firmeza de un joven de muy buena familia.

Al salir del museo, sabía, con certeza y para su mayor desagrado, que sus trazas imploraban asistencia, y que todo su comportamiento delataba el desorden.

Jamás hubiera creído que fuera posible una cosa parecida. Como pasaba ante las ventanas de una casa completamente construida de cristal, quedó clavado en el suelo, estupefacto ante un extraño espectáculo.

Vio una mujer joven y bella, elegantemente vestida, que bajo las miradas de los viandantes, sentada en un canapé, acercaba de vez en cuando a sus labios el borde de una taza. Sobre la mesa se encontraba un libro abierto. Su fisonomía parecía decirle:

«Tú como los demás, esperabas mucho del porvenir. ¡Pero no es lo que habías imaginado!».
Siguió su camino, y por doquier chocaba consigo mismo, y era para no entender nada.


ROBERT WALSER: EL PASEO


Ramiro T.



De vez en cuando (muy de vez en cuando) cae en tus manos un libro de esos realmente especiales, un libro prácticamente desconocido en las librerías, un libro de un autor de los que no te suenan ni de casualidad…

De vez en cuando un libro te frena en seco, te sacude la mirada y te refresca las ideas.
Ése es el caso de un pequeño libro de la colección “Libros del Tiempo” de la editorial Siruela: EL PASEO, de Robert Walser, Madrid, 4ª edición, 2001. Traducción de Carlos Forteca.

De entrada uno recibe el libro con un cierto escepticismo… ¿quién será Robert Walser?, se le da un buen repaso, se le acaricia, se mesura la calidad del ejemplar, la credibilidad de la editorial, el año de publicación… se ojean las páginas, el tipo de papel, el tamaño de la letra… se leen las primeras líneas…
“Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamentee a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombreo en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle”

…y se guarda, se aparca en el rincón de los libros especiales porque, como todo el mundo sabe, para leer según qué libros se necesitan (según las personas) determinados estados de ánimo.
Días (semanas, meses o años) después, a saber por qué oscuros motivos, uno reconoce en su interior una incierta inquietud lectora bien diferente de la lectora sed de cada día… es entonces cuando, a saber por qué oscuros motivos, uno se acuerda al instante de éste o aquél libro que no se sabe cuánto tiempo hace que nos espera.

Sólo en estos momentos cabe acometer la lectura de “El paseo” y claro… se trata de apenas 70 páginas que se leen en un suspiro y se digieren (quien no me crea que lo pruebe) con una relajante sonrisa.
¿y de qué va la “cosa”?

Pues sencillo. Tal como queda “declarado” en las primeras líneas del libro y tal como reza el mismo título, se trata ni más ni menos que de un paseo que tan ricamente se da el señor Walser (para más información poeta) por su pueblo, en algún lugar de Suiza, un día cualquiera a media mañana.
La lectura es cuando menos relajada o mejor dicho relajante. Uno se ve arrastrado por la tranquilidad (evito términos como espiritualidad) por la paz de la narración, por el estado “romántico-extravagante” en el que se reconoce el propio Walser…

“El mundo matinal que se extendía ante mis ojos me parecía tan bello como si lo viera por primera vez”
Pero Alto!… ¿en qué año, en qué mítica época se dio el señor Walser semejante paseo? Se atiende entonces, una vez más, a los datos de edición del libro y se topa uno con la fecha: 1917 !!! En plena Primera Guerra Mundial !! En los incios de la Revolución Rusa !!
Europa se bate en armas y Walser pasea “romántico y extravagante” disfrutando hasta de su propia sombra.

¿Frívolo?
“Desde la superficie, me precipité a la fabulosa profundidad que en ese momento reconocía como el Bien. Aquello que entendemos y amamos nos entiende y nos ama también”
¿Trivial?

“Yo ya no era yo, era otro, y precisamente por eso era otra vez yo. A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe”
En absoluto.

En el contemplar del paseante cabe toda una filosofía de la percepción:
“Su cuidadosa mirada tiene que vagar y deslizarse por doquier, desinteresada y carente de egoísmo; tiene que ser siempre capaz de disolverse en la observación y percepción de las cosas, y ha de postergarse, menospreciarse y olvidarse de sí mismo, sus quejas, necesidades, carencias, privaciones…”

Probablemente uno de los secretos de “El paseo” sea lo contagioso de su tono. En apenas unas líneas nuestra lectura se tiñe de esa inefable lógica optimista o alegre esgrimida por el autor, que nos hace reconocer y participar de ese peculiarcísimo estado de ánimo.

La magia de “El paseo” es ese contemplar puro, esa conciencia de poeta valientemente defendida por encima de las exigencias sociales y sobre todo esa voz límpida hasta lo absoluto.
A riesgo de abusar de las citas prestadas del libro, no puedo sino terminar este breve paseo por “El paseo” con otro de sus párrafos, con todo un arrebato (permítaseme expresarlo así) de lucidez realista, con un jirón de naturalleza humana:

“A veces ando errante en la niebla y en mil vacilaciones y confusiones, y a menudo me siento miserablemente abandonado. Pero pienso que es bello luchar. Un hombre no se siente orgulloso de las alegrías y del placer. En el fondo lo único que da orgullo y alegría al espíritu son los esfuerzos superados con bravura y los sufrimientos soportados con paciencia. Pero no gusta derrochar palabras a este respecto. ¿Qué hombre honrado ha mantenido por completo intactos a lo largo de los años sus esperanzas, planes, sueños? ¿Dónde está el alma cuyos anhelos, osados deseos, dulces y elevadas concepciones de la felicidad se cumplieron, sin tener que hacer descuentos en ellas?

ROBERT WALSER FUE UN HOMBRE MISTERIOSO Y ERRANTE, Y UN ESCRITOR CAPAZ DE TRANSMITIR EL PENSAMIENTO QUE OCUPABA SU MENTE

José A. Garriga Vela



EL escritor Robert Walser nació en Biel (Suiza) en 1878 y, tras vivir en varias ciudades antes de que le sorprendiera la muerte, murió el día de Navidad de 1956 mientras paseaba cerca del manicomio de Herisau; donde había pasado los últimos años de su vida aquejado de una enfermedad mental de origen hereditario que quebró su carrera literaria casi treinta años antes de morir. La obra de Robert Walser está compuesta por las novelas 'Los hermanos Tanner' (1907), 'El ayudante' (1908) y 'Jacob von Gunten' (1909). También tiene publicados varios libros de prosas breves como 'El Paseo', 'La rosa' y 'La habitación del poeta'. Se trata de breves joyas literarias que fueron celebradas por escritores como Kafka, que consideraba a Walser su escritor favorito, Thomas Mann, Musil, Canetti, que dijo: «De todos sus contemporáneos, Robert Walser se ha convertido a mis ojos -exceptuando a Kafka que no existiría sin él- en el más importante», Walter Benjamín, Thomas Bernhard, Peter Handke o Claudio Magris. 

Robert Walser reflexiona en sus textos sobre pequeños detalles, personajes, impresiones y circunstancias de la vida cotidiana que rapta de la realidad para inmortalizar por escrito esa sobrecogedora fugacidad. Robert Walser fue un hombre misterioso, errante, a veces irónico, que amaba la vida y se emocionaba con la belleza que brota de las pequeñas cosas. Un escritor capaz de transmitirnos el pensamiento que ocupa su mente, las sensaciones que experimenta mientras da un paseo y también es capaz de camuflarse dentro del cuerpo y el cerebro de personajes profundamente dispares. 

En una de sus prosas, Robert Walser señala que el escritor todo lo vive para sus adentros, es carretillero, restaurador y camorrista, cantante, zapatero y dama de salón, mendigo, general, aprendiz de banca y bailarina, madre, hijo padre, estafador, amante y creador. Él es el claro de luna y el murmullo de la fuente, la lluvia y el calor de las calles, la playa y el barco de vela. Es quien pasa hambre y quien se empacha, el fanfarrón y el predicador, el viento y el dinero. Es la moneda de oro sobre el contador. Es el rubor en las mejillas de la mujer a la que siente que ama, el odio del mezquino rencoroso; en suma, él es y deber serlo todo. Para él existe una sola religión, un solo sentimiento, una sola manera de concebir el mundo: refugiarse cual amante, con cuidado, en la forma de pensar, en los sentimientos y en la religión de otras personas, si no de todas. Se olvida a sí mismo cada vez que escribe la primera palabra, y cuando ha dado forma a la primera frase no quiere saber nada más. Supongo que todo eso habla a su favor.

Cuando Robert Walser habla del escritor se define a sí mismo. Se dice que él encarnó mil figuras y entonó mil voces sin revelar lo que pensaba realmente. Yo opino todo lo contrario. Creo que él estaba detrás de cada una de esas voces, se camuflaba en los personajes que describía y a través de ellos expresaba sus propios pensamientos. Lo escribió Watt Whitmann: «Soy contradictorio: ¿Y qué?; soy inmenso y contengo multitudes». Robert Walser era una persona inmensa con una sensibilidad maravillosa. Fue la voz del paseante. Su pensamiento. El niño que antes de nacer era una ola que se lo pasaba de lo lindo encrespándose y rompiendo en el mar; el hombre que buscaba comprensión en las flores; el amante de la cabaretera; el escritor que, como el propio Walser señala en uno de sus textos, escribe sobre lo que siente, oye y ve, o sobre lo que se le ocurre. El escritor acecha los acontecimientos, persigue las rarezas del mundo, busca lo extraordinario y verdadero. El escritor ve más allá de lo que se aprecia a simple vista. Ve detrás de las cosas. Robert Walser es un maestro a la hora de descubrir las cosas invisibles y contárselas al lector. 

En otra de sus prosas Robert Walser nos cuenta la historia del Robert Walser poeta que vive en un cuarto de baño. Él se siente a gusto en ese escueto lugar. Dice que el aire es húmedo, pero no importa, porque le gustan los aires húmedos y frescos. La habitación es baja, pero ha vivido en habitaciones aún más bajas. El polvo se acumula sobre los muebles. Pero el poeta nos confiesa que con el polvo le pasa lo siguiente: le gusta respirar el aire polvoriento. El aire sucio contiene una cierta magia romántica. El poeta del texto de Robert Walser duerme en una cama plegable que le cambió a una jornalera. Él le dio para su hijo un par de botas que no se podía poner porque le iban grandes. Así es como uno da al otro lo que le sobra y recibe un trato recíproco. La estufa del poeta es una estufa de baño y según él calienta que es una maravilla. Hubo un tiempo en el que el poeta vivó en una habitación elegante y señorial. Un conde no podría vivir con más distinción. Al final terminaron por echarle, pero a él no le importó. Imagino al escritor Robert Walser exhalando un suspiro de placer y diciendo: Es tan bonito poder soñar con la suntuosidad de antaño. Un par de paños, alfombras y mantas hacen que una habitación sea cálida. El poeta asegura que con eso tiene de sobra. Y luego el escritor Rober Walser que vive en un cuarto de baño, acaba diciendo: ¿Acaso no brilla el amable sol lisonjera y prodigiosamente? Y por la noche, ¿quién es esa muchacha curiosa y agradable que me contempla a través de la ventana? ¿Es la luna? Sí, es la buena y noble luna. ¿No debería estar contento? Sí debería estar contento. Tengo la cabeza clara y el alma rodeada de esperanzas amables y de ojos azules. Nunca, nunca jamás querría una vida distinta de la que tengo. Ésta y no otra distinta. Ni un ápice.

ROBERT WALSER, EL ESTETA QUE HACÍA HABLAR A LOS CUADROS

Álvaro Cortina




Es curioso que a un escritor como Sebald se le haya familiarizado con dos escritores tan dispares como el obsesivo Thomas Bernhard y el límpido Robert Walser. El símil con este último es más evidente. En la antología de alígeras prosas y poemillas de 'Ante la pintura' (Siruela), Walser nos lleva en distraído paseo (como después hizo Sebald) por estancias de exposiciones de Berlín, de Berna y Zurich. Del solaz ajardinado y con columpio del rococó Fragonard a la tiniebla flamenca de Rembrandt.

Walser pasea por sus recuerdos y reinventa cuadros, o hace hablar al Apolo y a Diana de Lucas Cranagh, o a la Olympia de Manet. Misceláneo puro, de textos caducifolios de periódico a notas personales. Escribe del cuadro de 'Paisaje con la caída de Ícaro', del misterioso Pieter Brueghel el Viejo: "Cualquier afán/ por elevarnos/ sobre la vulgaridad/ tiene un límite en la vida".

Walser, que decía que nunca corregía lo escrito, es un ejemplo arquetípico de la delicadeza en la palabra, es un ejemplo claro de esteta. Incluso la última foto que nos queda de él, echado en la nieve, muerto, no muy lejos del psiquiátrico de Herisau donde vivió sus últimos 30 años de vida, es una imagen muy bella. Fleur Jaeggy hace una referencia a esta estampa etérea y serena en el arranque de su relato 'Los hermosos años del castigo'.

Aunque no queda constancia de que se desmayara al ver un cuadro, como Proust cuando vio, poco antes de morir, la 'Vista de Delft', de Vermeer (¡el colmo de la sofisticación!). Las impresiones artísticas de Walser no son arrebatos, ni vehemente glosa. Son juego, ironía, misterio. Rafael Narbona ha escrito agudamente: "Es imposible saber para quién escribía Walser". Cuando se habla de él se suele mentar al loco romántico Hölderlin o al enigmático Kafka, émulo suyo.

En el epílogo, el editor Bernhard Echte explica que para Walser la pintura viene a ser un arte superior al ir cosiendo palabras en concienzuda y musical caligrafía. La inmersión de Walser en el mundo artístico berlinés (que 'Ante la pintura' ilustra y simboliza) a principios de siglo fue muy facilitada por su hermano, el pintor Karl. Siruela coloca en la portada una obra del por entonces más famoso de los hermanos Walser. Bernhard Echte, editor, cuenta en el epílogo:

"No debe haber muchas novelas de la literatura universal cuyo héroe muestre tan escaso heroísmo como el Simon de 'Los hermanos Tanner', pues el personaje rodeado por un nimbo no es él, sino Kaspar, el pintor". Echte resalta lo autobiográfico de aquella primeriza obra. Si bien, en 'Ante la pintura' Walser incide una y otra vez en el carácter narrativo de los hallazgos plásticos que se le plantean. Dice de 'La arlesiana', de Van Gogh:

"Me pareció una narración seria. De repente la mujer empezó a hablar de su vida. En otro tiempo era una niña e iba al colegio". A Walser le hablaban los cuadros, algo de estas conversaciones aquí reunidas saldría por esos disparates que mascullaba en Herisau, tan recoleto, reconcentrado en sí mismo, loco y monje, que ya dijo Canetti del psiquiátrico que es el monasterio de la época moderna.

Viendo 'Lise con sombrilla', de Renoir, escribe, arrobado por unos destellos, por la luz rubia del mediodía, por una mujer detenida en óleo: "Si yo lograra ahora/ transmitir fielmente/ esa apacibilidad, esa calma,/ del rostro hasta los zapatos,/ ¡qué sutil me sentiría,/ y qué dichoso".
La mujer de Cezánne

El autor de 'Jacob von Gunten' muestra fascinación por otra mirada femenina, muy diferente, la esposa de Cézanne, vestida de rojo, bañada en nuevos equilibrios, intuición de vanguardias en tromba:

"Téngase presente la particularidad de que él miraba a su mujer como si fuese una fruta sobre el mantel. Pensaba que los perfiles, los contornos de su esposa eran igual de fáciles y, por consiguiente, igual de complicados que las flores, vasos, platos, cuchillos, tenedores, manteles, frutas, tazas de café y cafeteras".

Walser, paseante como Sebald, repasaba también lo concreto para pescar una belleza, una grata estética, y saltaba de un cuadro a otro en sus recuerdos (a veces se equivoca, le falla la memoria), y hace hablar a los cuadros, elevados, elevadísimos sobre lo vulgar. Walser encontró en su calma un estanque y sacó a abrevar a la imaginación, en estos y otros cuadros menos famosos como del suizo (compatriota suyo) Albert Anker o de su ya olvidado hermano.


CIUDADES DE LA IMAGINACIÓN


 Nicolás Gelormini



“¡Joven, provenga usted de donde provenga, sea muy burgués o no, a usted le falta la chispa divina!”. Con esta versión propia de una fallida prueba de talento, Robert Walser –que por entonces (1905) rondaba los diecinueve años– dio por concluida su no comenzada carrera de actor y al mismo tiempo decidió convertirse en “un gran escritor”.

“La nueva misión en la vida exigía, según parece, un cambio de lugar de residencia”, escribe Robert Mächler, el más importante de sus biógrafos. Esta sentencia puede aplicarse a la obra misma de Walser: con cada cambio de ciudad, un cambio de estilo. Y las ciudades no son muchas, son cuatro: Zürich, Berlín, Biel y Berna. Wlaser, nacido en Biel (Suiza) en el año 1878, no tuvo una vida sedentaria ni mucho menos: “Me conformo con llevar una vida nómade dentro de los límites de nuestra ciudad”. Esta vida nómade implicaba cambios casi ininterrumpidos de trabajo y de lugar de residencia; según el período, más intensivos o no. Teniendo en cuenta las ciudades ante mencionadas, una ojeada al mapa basta para definir dos grandes líneas de interpretación de la obra de Walser.

Por un lado, el kafkiano mundo centroeuropeo del escritor fantástico; por otro, la patria suiza realista de los paseos por el bosque y Guillermo Tell. Otra oposición surge según se considere la distancia de Walser con sus contemporáneos. Walser “pariente” de Kafka, Walser periodista, Walser y el Jugendstil. Cada vez son más numerosas las lecturas que lo acercan a los discursos de su tiempo.

Por otro lado, aquellos que lo consideran un escritor incomprendido, le otorgan un privilegiado lugar marginal y enarbolan la figura del poeta encerrado en su buhardilla o muestran su foto, donde aparece caído sin vida sobre la nieve, en 1956, luego de un paseo solitario una noche de Navidad por los alrededores del hospital psiquiátrico de Herisau, lugar donde permaneció internado los últimos veintitrés años de su vida. Aislamiento y locura, dos platos deliciosos para quienes quieren, hagan ficción o no, estetizar circunstancias personales que, penosas o no (Walser suscribiría esto último) poco tienen que ver con la literatura. Cuando relató la vida de Hölderlin, destino similar al suyo, Walser concluye su breve pieza con las siguientes palabras: “Hölderlin salió de la casa, vagó todavía un tiempo más en el mundo y cayó luego en una demencia incurable”.

Zürich 1895-1904. El primer libro

Los textos de Walser se adelantaron a su autor. Su primera publicación conocida es la de una selección de poemas que apareció en 1896 anónimamente en el diario suizo Der Bund. Posteriormente, el autor colaboró, instalado por unos meses en Münich, con la prestigiosa revista Die Insel, alineada en las filas del Jugendstil –el art nouveau en su versión alemana–. Tras una breve estadía en Berlín, regresa a Zürich en 1904, año en que aparecerá su primer libro, Las composiciones de Fritz Kocher. En esta recopilación (cuya reciente edición en Eudeba reproduce, a diferencia de la española, las ilustraciones originales de Karl Walser, hermano del escritor), Walser reúne los supuestos trabajos de un alumno de segundo grado de nombre Fritz Kocher. Dichos textos ya habían aparecido como artículos en Der Bund y habían provocado la indignación de alguno de sus lectores.

“Yo amo y venero los hechos”, escribe Fritz Kocher refiriéndose a la escuela. Esta vocación de realidad recorre casi por entero el texto y es extensible al conjunto de la obra de Walser. Sin embargo, la simpleza aparente con que el mundo es aceptado implica un trabajo y el niño confiesa su esfuerzo “por querer voluntariamente lo que una vez se me impuso, y de cuya necesidad se me ha persuadido en silencio desde todas partes”. Así, descubrimos otra de las vocaciones del niño, a saber: la del sometimiento a la norma –sea ésta caligráfica, estilística o incluso lade cortesía–, tan placentera para el protagonista, pues en ella “reconoce uno la esencia de una persona”. Por eso, hay una reflexión permanente sobre el propio estilo: “Es necesario que mejore mi estilo. La última vez recibí una nota: estilo deplorable”. Pero si el estilo es el lugar del autodominio, también es aquello que lo separa a él, pequeño escritor por encargo, del escritor profesional.

Las breves redacciones de Kocher, sometido con tanta voluntad a la norma que casi termina por anularla, tienen temas clásicos (“La patria”, “Mi montaña”, “La feria”) y otros no tanto (“La composición escolar”, “En reemplazo de una composición”). Tres textos, agregó Walser, para la publicación en forma de libro de las composiciones: “El dependiente”, “Un pintor” y “El bosque”. Son, a primera vista, independientes de aquéllas. En el segundo, un escritor inexperimentado –un pintor– cuenta su estancia en el castillo de una condesa. El primero y el último de los textos poseen el carácter de una investigación, de una lectura ideológica y a la vez ingenua del mundo comercial y del bosque, lugar tan privilegiado en la cultura centroeuropea. Igual que en las demás composiciones, también aquí el narrador aparece distanciado del “escritor profesional”, pero si la mano del pequeño temblaba ante temas tan difíciles como la Navidad o la naturaleza, la mano del dependiente “dispara, y vuelan las letras, las palabras, las frases como sobre un campo paradisíaco, y cada frase tiene la graciosa cualidad de expresar generalmente muchísimo”.

Berlín 1905-1913. Las novelas

Karl Walser, el hermano de Robert, se había ganado en Berlín un importante lugar como ilustrador de textos y diseñador de decorados para teatro. De esta manera, mudado a la casa de su hermano en la capital alemana, Walser pudo entrar en contacto rápidamente con escritores, artistas y, lo que es más importante, con editores. Así aparecieron, editadas por Bruno Cassirer, las novelas Los hermanos Tanner (1907), El ayudante (1908) y Jakob von Gunten (1909). A todas se les atribuye un carácter autobiográfico que, de todos modos, no es necesario atender aquí. Según Claudio Magris, las novelas de Walser son un “adiós a la totalidad épica sirviéndose por una última vez de las formas de esa totalidad, descarnadas hasta el hueso y reducidas a una estructura tan esencial que resulta abstracta”.

En El ayudante, Walser narra la estadía de Joseph Marti en la casa del inventor Tobler, donde se lo emplea para tareas administrativas. Paseos por la ciudad cercana y excursiones al lago se enlazan en una complicada dialéctica de amo y esclavo. “¡Mira qué amable soy!”, responde en silencio Joseph a su jefe, y ésa parece ser la mejor arma contra el colérico y tartamudeante ingeniero y su distante esposa: el tono. En este contexto a medio camino entre lo comercial y familiar, el tono ocupa un lugar parecido al que ocupa el estilo en Los apuntes de Fritz Kocher. Es en el tono donde el sometimiento y la rebelión, son posibles. “Que el tono de voz no le parecía del todo adecuado, se atrevió a decirle a su jefe”. Pero pese al excelente estilo comercial de las cartas de Joseph, los inventos no se venden. La caída de la casa Tobler es inevitable, sobre todo si se tiene en cuenta el derroche permanente que realiza su dueño: “El ingeniero no introdujo en su casa ningún nuevo régimen de vida. La batuta y la tonalidad siguieron siendo las mismas”.

Biel 1914-1920. La patria suiza

En Biel se forja la leyenda del poeta aislado en su buhardilla. De hecho, Walser vive en la del hotel Blaues Kreuz y coquetea con las empleadas. Alejado del mercado alemán por la guerra, publica predominantemente en revistas y diarios suizos. 1917 es el año de mayorcantidad de publicaciones: Obras en prosa, Vida de poeta, Pequeña prosa, todas compilaciones de piezas breves. En el mismo año, aparece también una de sus obras más conocidas, El paseo.

Cuando el protagonista de El paseo decide abandonar la habitación, en la que había estado “incubando (...) sobre una hoja en blanco”, podemos ver a la sedentaria literatura salir en busca de su motor móvil, el vagabundeo. Éste, a su vez, se convertirá en literatura cuando el paseante regrese y escriba. El espacio de la hoja en blanco, que dejará de ser tal con la narración del paseo, es tan importante como el tiempo del paseo mismo. Así, luego de encontrase con una “mujer que parecía española, peruana o criolla”, el narrador huye apurado: “No puedo desperdiciar ni espacio ni tiempo”. Y es así que este texto programático nos habla también de una posición frente al mundo: “Decir sí a toda imagen de vida y de muerte, un abrirse sin límite a las infinitas posibilidades del encuentro”, como ha señalado Massimo Cacciari. El paseo puede conducir al mundo o a la literatura. Sin embargo, El paseo no termina con un regreso del protagonista, cargado de experiencias, a la hoja de papel, ni tampoco con la pérdida del paseante entre todas las maravillas que se le ofrecen. Encerrado en la oscuridad, luego de un movimiento de incorporación, “me había levantado para irme a casa; porque ya era tarde, y todo estaba oscuro”. El bosque, las flores, el recuerdo de la muchacha y la librería están allí para ser registrados por el paseante y parecen decir: puesto que nos abandonas, es hora de irnos.

Berna 1921-1929. El folletín

Exceptuando La rosa (1925), Walser ya no publica ningún libro más. Sus textos aparecen exclusivamente en diarios y revistas, aunque no siempre con la periodicidad deseada y muchas veces a regañadientes de los lectores que “amenazaban con suspender la suscripción si se continuaban publicando esas tonterías”. Saltos bruscos en la narración y forzamiento máximo de la lengua caracterizan este período. Según la interpretación de Peter Utz, las voces de los paseantes que entran en la habitación del escritor representan los discursos de época, de los que injustificadamente se supone separado al poeta. Con ello, se desvanece la aureola de escritor marginal, aislado en su buhardilla, que rodea tan cómodamente a Walser. Peter Utz es precursor en el estudio de los textos walserianos atendiendo al contexto en que aparecieron, el folletín –sección de los diarios en la cual se publican pequeños artículos de interés general, reseña de libros, novelas, o (definido negativamente) “todo lo que escapa a las rúbricas establecidas de la política y la economía”.

Si, como escritor de folletín –tal la tesis de Utz–, Walser se halla aislado de los grandes discursos y de la alta literatura condenada a la inmortalidad, el autor dispone de recursos para saltar la raya que separa, en los diarios de la época, las noticias serias de las “femeninas” historias de folletín. Uno de los procedimientos favoritos de Walser es la tematización de los códigos del folletín a los que se somete. En el caso de “Reseña”, por ejemplo, el autor nos cuenta que ha leído la novela objeto de su comentario “rápida y placenteramente a la vez”, tal como lo harán a su vez los lectores perezosos y ávidos de entretenimiento que Walser imagina.

Microgramas, hasta 1933.

La ciudad privada

A partir de la década del veinte y hasta 1933, año en que cesó toda actividad literaria, Robert Walser produjo los que posteriormente se conoció como microgramas, textos escritos a lápiz en letra minúscula no sólo sobre hojas en blanco sino también sobre recibos, telegramas y otros papeles por el estilo. Durante mucho tiempo se pensó que estos textos estaban redactados en un tipo de escritura indescifrable inventada porWalser, hasta que Bernard Echte y Werner Morlang descubrieron que se trataba simplemente de cursiva alemana corriente –escondida, eso sí, detrás de la pequeñez del trazo–. Así comenzó la tarea de desciframiento (que todavía hoy continúa) que permitió agregar a las tres novelas antes mencionadas una nueva, El ladrón (inconclusa) y una cifra similar a la gran cantidad de piezas breves publicadas. De esta manera, lo que parecía ser un dato biográfico más a anotarse en la lista de las excentricidades psicológicas de Walser pudo ser recuperado y puesto en el haber literario del autor.

Algo parecido ocurre con las interpretaciones de que fue objeto este tipo de escritura. Fascinados con el carácter de miniatura, algunos críticos no vacilaron en atribuirlo al deseo de pequeñez o desaparición tan característicos de Walser. Sin embargo, Werner Morlang no se dejó cegar por lo pequeñamente obvio e indicó el sorprendente parecido que tiene el conjunto con “la diagramación de una hoja de diario”.

Este “diario privado”, donde Walser era a la vez periodista y jefe de redacción, podría pensarse como una quinta ciudad, virtual, donde el autor, sin el pacato lector medio de por medio, pudo llevar libremente una vida nómade y literaria.


Walser sigue escribiendo

La ordenación cronológica de las piezas breves en las Obras completas presenta dificultades. La puesta en serie de textos destinados a una publicación separada no siempre resulta atractiva, sobre todo si se tiene en cuenta la variedad temática del folletín. Quizás esta idea animó a Völker Michels a publicar en 1994 la interesante antología Liebesgeschichten (Historias de amor). Basándose en una declaración de Walser, según la cual sus textos no serían más que “una novela que escribo y sigo escribiendo”, Jochen Greven armó el mismo año una novela a partir de los textos de la época de Berna. Más recientemente, en 1998, la escritora austríaca Elfriede Jelinek publicó él no en tanto él, una obra de teatro a partir de citas de Robert Walser. El texto se abre con la siguiente indicación para una eventual representación escénica: “Muchos, pero de muy buen ánimo, diciéndose entre sí (quizás en una bañadera tal como se usaban antes en los manicomios)”.

La renuncia de Walser a la escritura ha sido siempre objeto de lamentaciones. En sus paseos con Robert Walser, Carl Seelig le preguntó una vez por qué no seguía escribiendo. Walser mencionó la falta de libertad (se encontraba, entonces, internado en un manicomio). Jelinek da otra respuesta. Entre las cuatro paredes del hospicio, digamos ocho (¿diez?, ¿doce?) Walser locos dicen sin razón: “Aquí, dentro del bosque, está tan sereno como dentro de un alma, de la cual ya ha escapado una obra”.