¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

lunes, 30 de julio de 2012

ROBERT WALSER POR ENRIQUE VILA-MATAS






     LCM ¿Qué quiere contarnos?



EVM/ Enrique Vila-Matas:

Intento retratar a un personaje representativo de nuestro tiempo, alguien que desea retirarse del mundo y vivir apartado. Como vivió apartado Robert Walser, que es el héroe moral de Doctor Pasavento. Vivió apartado 23 años en el manicomio de Herisau, en la Suiza Oriental. El lugar que, como escritor de esta novela, visité el año pasado con la intención de ver dónde estuvo Robert Walser apartado del mundo. Es un héroe –o un antihéroe- actual: primero, porque busca apartarse; después porque, cuando se aparta del mundo, cree que lo van a buscar y no es buscado por nadie y descubre que está solo y que nadie piensa en él; y, en tercer lugar, porque la soledad le conduce a profundizar en el mundo de su héroe en la vida y en la literatura, Robert Walser, y a visitar el manicomio de Herisau con la intención de esconderse allí. Algo que es inútil porque nadie le ha buscado ni le va a buscar.

LCM: ¿Qué impresiones tuvo cuando visitó el manicomio?

EVM: Había leído tanto sobre los paseos de Robert Walser los sábados y domingos, caminando por ese lugar nevado que, para mí, ese lugar y esa palabra pertenecía a un mundo de ficción. No había caído en la cuenta de que había un lugar real en Suiza en el que estaba todo mi mundo de admiración literaria hacia este personaje. Y surgió a través de una invitación. En un viaje anterior a la Suiza alemana conocí a Yvette Sánchez, catedrática de Literatura Española, que se ofreció medio año después a llevarme a ver el paisaje que rodea el manicomio de Herisau. Como yo no sé alemán, ella me acompañó y quedé bastante impresionado con el lugar. Es como una pequeña montaña mágica donde está el viejo manicomio, hoy llamado Centro Psiquiátrico. Es un lugar muy bello. Luego fuimos a ver el cementerio donde está la tumba de Walser. Nos costó mucho encontrarla porque no estaba donde las demás tumbas, donde le habría gustado a Walser, que quería perderse en el anonimato de la historia mundial, sino que estaba apartada. Como él se había apartado del mundo, le apartaron luego a él. La tumba está a la entrada del cementerio, en un lugar muy visible, pero tardamos mucho en encontrarla. Después Yvette Sánchez me sorprendió diciéndome que había concertado una cita con el director del centro psiquiátrico y fuimos recibidos por él. Ahí comenzó una escena que he trasladado a la novela.


LCM: Nos ha dicho que en la novela se acerca al dificilísimo ejercicio de convertirse en nada, algo en lo que Robert Walser fue un maestro o pretendió serlo, al menos. ¿Cree que se puede desaparecer hoy y ahora?


EVM: Yo siempre digo que, para que uno desaparezca, alguien ha de percibirlo, deben darse cuenta, si no, no hay desaparición. En el caso de Pasavento nadie se da cuenta ni nadie se interesa y no puede completar la desaparición hasta que alguien note que ha desaparecido. Es una especie de paradoja. Por otra parte, tampoco es tan sencillo desaparecer: no basta con encontrar un lugar donde no sea fácil que a uno le encuentren.

      LCM: En ese desapego a la fama que tenía Walser ¿hay un reflejo también del escritor?¿de     verdad no le gusta que le reconozcan y le admiren?


        EVM: Hay un momento en que el Doctor Pasavento dice que no escribe para ser fotografiado y  eso coincide bastante con mi idea de que, a la larga, resulta muy pesado tener que responder a toda la cuestión del circo mediático actual y creo que esto es algo que les pasa a muchos escritores. La paradoja se da cuando presento el libro y el que está ahí para ser fotografiado soy yo y el doctor Pasavento está “missing”. Así que ahora me toca a mí ser fotografiado y que Pasavento pueda vivir su vida apartado de todo.

       LCM: En sus últimos años, antes de recluirse en el manicomio, la letra de Robert Walser fue   haciéndose cada vez más pequeña. Llegó incluso a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz  porque entendía que el lápiz se encontraba más cerca de la desaparición. Esto, que es tan sólo un detalle, supone todo un símbolo del fin de la existencia de Walser. ¿Son esos detalles los que nos definen, los que nos hacen grandes o pequeños?


EVM: Yo creo en los pequeños detalles. Lo pequeño puede ser muy grande y, de hecho, en cosas pequeñas se encuentra resumida la historia de la humanidad. Y, respecto a la letra de Walser, los llamados microgramas, habría mucho que decir. Durante mucho tiempo se creyó que, por estar medio loco Walser, resultaban incomprensibles. El asunto era que había que saber leer la letra tan pequeña y ahora se están analizando y son historias y novelas. Es curioso que ha habido un error en la crítica de El País cuando se dice que estos papelitos estaban escritos dentro del manicomio de Herisau y lo cierto es que, mientras estuvo en el manicomio, no escribió nada. De hecho, cuando sus amigos le visitaban y le preguntaban por qué no escribía él les contestaba que no estaba allí para escribir sino para enloquecer. Y lo que más me llamó la atención de estos papelitos era que podían estar escritos en la servilleta de un papel o en cualquier cosa que encontrara apta para la escritura. Empezaba una historia que terminaba cuando acababa el tamaño del soporte. Es un tipo de escritura muy fragmentaria hasta el punto de que el final de lo escrito viene marcado por el papel.


LCM: ¿Y el principio de una novela?¿Tiene que ver con la nieve, con esa metáfora sobre la página en blanco?


EVM: No sé explicar la página en blanco, pero sí me siento próximo a la nieve. Me fascina la muerte de Robert Walser. Ocurrió un día de Navidad que salió a caminar por los alrededores del sanatorio y murió sobre la nieve. No puede ser una muerte más metafórica sobre la pureza de su estilo y de su vida. Fue encontrado por dos niñas que pasaban por allí ese día de Navidad y colocaron una flor al lado del cadáver


LCM: ¿Y Doctor Pasavento es Alonso Quijano o Don Quijote?


EVM: Doctor Pasavento se parece más a Robert Walser, que es quien inaugura de alguna manera la literatura contemporánea del siglo XX. Y es el anti-Thomas Mann, el que puede abarcar todo el mundo y se compara con el mismísimo Dios. La tradición que inaugura Walser enlaza con lo mínimo, lo minúsculo y fragmentario y es luego recogida por algunos grandes como Kafka, que era cinco años menor que él, y que incorporó el sentido del humor a este tipo de prosa walseriana. De hecho, cuando apareció Kafka en Alemania se dijo que había aparecido una variación de la prosa de Walser. Hay que recordar que Robert Walser fue muy conocido en los años veinte en los ámbitos de la literatura alemana y suizo-alemana, pero después su confinamiento en el sanatorio y la guerra hicieron que desapareciera completamente su recuerdo hasta que comienza a ser republicado en los años sesenta.

"Me gustaba la ironía secreta de su estilo y su premonitoria intuición de que la estupidez iba a    avanzar ya imparable en el mundo occidental. Me intrigaba la gran originalidad de sus relaciones con el mundo de la conciencia. Y siempre había encontrado infelices pero muy bellos sus melancólicos paseos alrededor del manicomio de Herisau, donde, remedando el destino de Hölderlin, estuvo internado durante veintitrés años, hasta el final de sus días. Desde que entrara en el manicomio de Herisau hasta que murió, no había escrito una sola línea, se había apartado radicalmente de la literatura. Murió en la nieve, un día de Navidad, mientras caminaba por los alrededores de aquel sanatorio mental. Se ha dicho de él que es el poeta más secreto de todos, y seguramente esto se aproxima a la verdad, pues para Walser todo se convertía por entero en el exterior de la naturaleza y lo que le era propio, más íntimo, lo estuvo negando a lo largo de toda su vida. Negaba lo esencial, lo más hondo: su angustia. Tal como él mismo decía en su novela Jakob von Gunten, disimulaba su desasosiego «en lo más profundo de las tinieblas ínfimas e insignificantes».


 En Walser, el discreto príncipe de la sección angélica de los escritores, pensaba yo a menudo. Y hacía ya años que era mi héroe moral. Admiraba de él la extrema repugnancia que le producía todo tipo de poder y su temprana renuncia a toda esperanza de éxito, de grandeza. Admiraba su extraña decisión de querer ser como todo el mundo cuando en realidad no podía ser igual a nadie, porque no deseaba ser nadie, y eso era algo que sin duda le dificultaba aún más querer ser como todo el mundo. Admiraba y envidiaba esa caligrafía suya que, en el último periodo de su actividad literaria (cuando se volcó en esos textos de letra minúscula conocidos como microgramas), se había ido haciendo cada vez más pequeña y le había llevado a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz, porque sentía que éste se encontraba «más cerca de la desaparición, del eclipse». Admiraba y envidiaba su lento pero firme deslizamiento hacia el silencio".



WALSER HABLA DE WALSER

Ustedes van a poder oír hablar de escritor Walser. ¡Al señor Walser, escritor!
Así comienzan las cartas que recibo, como si algunas personas preocupadas por mi quisieran recordarme mi oficio de escritor.

¿Dormirá en mí la capacidad de escribir?
¿Personas bien intencionadas quizá quieran hacerme reaccionar?

Desde que un día comencé a llevar una vida de dependiente, el escritor Walser se durmió ya en mí. De otra forma no habría podido ser un auténtico dependiente.
Para escribir “Los hermanos Tanner”, tuve que esperar largo tiempo, y eso se produjo de manera espontanea e inconsciente. Y recordaría más bien a un escritor que antes que escritor es hombre. La escritura emana también de la esfera de lo humano.

Conozco personas que piensan que se escribe muchísimo. De la misma manera que se pinta demasiado.

Comparto esta opinión y por lo tanto no me inquieta en absoluto que el escritor Walser esté aparentemente dormido. Al contrario su comportamiento me hace feliz.

¿Cuándo desempeñaba realmente las tareas de “criado” presentía que de esta parcela de la experiencia saldría una “novela de lo real”, y que, en consecuencia, de un acto real emanaría una obra literaria? No, no, ¡por nada del mundo!

Walser, ya entonces, también vivía, dormía y escribía demasiado poco, es verdad. Pero es porque se consagraba a lo vivido sin interesarse por ello, es decir sin soñar con escribir, o digamos, sin escribir nada entonces, así años más tarde escribió su Der Geülfe ["El Ayudante"], es decir después de la crisis.
He ahí por qué no sucumbió al deseo insatisfecho de publicar.
En definitiva, todo lo que el escritor ha escrito “después de la crisis”, debió vivirlo “antes”.
¿Un hombre que no trata de escribir algo sólo puede tomar un café por la mañana?




¡Un hombre así apenas puede respirar!
Y, con todo, Walser da cada día un paseo de una horita, en lugar de escribir hasta hartarse. En su espontaneidad natural, encuentra incluso pretextos para ayudar a las sirvientas a poner la mesa. ¿Por qué Walser ha vivido en el pasado toda suerte de aventuras?
Porque el escritor dormía en él indolente y no le impedía, pues, vivir. Por esta razón, piensa que sería bueno dejarlo en un profundo olvido, y ruega a los que se preocupen por ello que esperen pacientemente una decena de años, deseando a sus colegas todo el éxito posible. ¿Por qué la gloria de Walser deja a cualquier otro individuo menos frío que a él?
Cuando escribía "Los hermanos [Tanner]", por ejemplo, ¡qué poco me preocupaba de la celebridad! Si hubiera sido ya famoso, el libro no hubiera visto jamás la luz.
Deseo, pues, permanecer ignorado. Y si algunos, a pesar de todo, quieren preocuparse por mí, pues bien, yo no prestaré atención alguna a estas preocupantes personas. Hasta aquí nunca he escrito mis libros por obligación. Quiero decir que el hecho de escribir mucho no garantiza sin embargo que una obra sea buena. ¡Qué no venga nadie a hablarme de mis libros “anteriores”! Que no los sobrevaloren, y que se esfuercen en tomar a Walser tal cual es.



lunes, 23 de julio de 2012

ROBERT WALSER



Como odio los números redondos -y mucho más si son pares- voy a saltarme las convenciones a la torera rindiendo homenaje al gran Robert Walser hoy, exactamente 49 años después de su muerte.

El texto que sigue lo escribí hace un tiempo y, más que nada por inseguridad y porque se trata de un trabajo académico, tenía la intención de reescribirlo. Pero ahora, cuando he vuelto a leerlo, me he dado cuenta de que está en él todo lo que quiero decir. Está centrado en uno de sus libros, 'El paseo', y hace especial hincapié en la idea del relato como viaje, pero creo que es igualmente representativo del conjunto de su obra. Si no lo conocéis ya, desería al menos conseguir despertar vuestro interés por él.

"Creo en el mundo como en una margarita, porque lo veo. Pero no pienso en él, porque pensar es no comprender...

El mundo no se hizo para pensar en él
(pensar es estar enfermo de los ojos)
sino para mirar hacia él y estar de acuerdo..."

Fernando Pessoa / Alberto Caeiro
El guardador de rebaños


Decía Elias Canetti, uno de los más apasionados defensores de Walser, que no había nada que le fuera más ajeno que la grandeza. Quizás esto, unido a una misantropía que le llevó siempre a rehuir los círculos intelectuales de su tiempo, fuera uno de los motivos que sumió su obra y a él mismo en un silencio que sólo en los últimos años se ha empezado a rasgar. Sin embargo, Walser sigue siendo un escritor tan elogiado como desconocido, y no sólo entre el publico: aún hoy es casi imposible encontrar su nombre en los manuales de historia de la literatura.

Huyendo siempre de los grandes artificios literarios, lo realmente fascinante de Robert Walser es su visión. Según él, "el escritor como es debido es alguien que acecha, un cazador, un ojeador, alguien que busca y encuentra". De ahí su gran afición a los largos paseos, una costumbre rayana a la manía que le llevaba a caminar durante horas, recorriendo decenas de kilómetros, y que constituía la fuente de su inspiración. Berlín fue su destino más lejano, pero eso no impide considerarlo uno de los mayores viajeros del siglo XX.

1. El paseo como viaje en busca de lo (extra)ordinario

Si hubiera que señalar unas constantes en el amplísimo género de la literatura de viajes, éstas serían, según el estudio Los viajes y la literatura, de Domenico Nucera, la decisión de partir, el viaje en sí, y la necesidad de retorno. La primera de estas etapas, la partida, precisa sólo de unas líneas para concretarse en nuestro relato. Una frase, por otro lado, que va a marcar la austeridad y la vitalidad del lenguaje literario que impregna la novela:

"Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle".

Pero, ¿cual es el motivo que lo impulsa a partir? El propio narrador, que por la multitud de detalles biográficos podemos identificar perfectamente con el mismo Walser, responde en el párrafo siguiente:

"Olvidé con rapidez que arriba en mi cuarto había estado hacía un momento incubando, sombrío, sobre una hoja de papel en blanco. Toda la tristeza, todo el dolor y todos los graves pensamientos se habían esfumado, aunque aún sentía vivamente delante y detrás de mí el eco de una cierta seriedad".

Así, el motivo del viaje es escapar de un estancamiento creativo del que se conseguirá salir convirtiendo el mismo viaje en tema literario. Paradójicamente, para poder escribir hay que huir de la escritura.

El relato que sigue es un monólogo en el que intervienen tan sólo unos pocos personajes con voz, que, sin embargo, parece ser la misma del narrador, creando la sensación de un discurso ininterrumpido. Ningún nexo de unión enlaza todos estos personajes, que tampoco están organizados en diferentes unidades narrativas. Simplemente aparecen, como islotes flotantes en medio del monólogo que recorre la obra de principio a fin.

Como el mismo narrador resume cerca del final del relato, en su paseo, a la manera de los cuentos maravillosos, se ha encontrado con un gigante, ha visto profesores, ha tratado con libreros y empleados de banca, ha hablado con futuras cantantes y antiguas actrices, ha comido con ingeniosas damas, ha paseado por los bosques, ha enviado peligrosas cartas y se ha batido violentamente con insidiosos e irónicos sastres. Una serie de encuentros que sirven a Walser para poner en juego su visión crítica.

En algunos casos, parece tratarse de una crítica ingenua e inofensiva, pero esto se debe, de nuevo, a la engañosa sencillez con la que está construida y a la presencia omnipotente del humor, enemigo incondicional de esa solemnidad, de esa "aureola de santidad" que tiende a los escritores "la escalera al éxito". Así, tras el episodio del librero encontramos una crítica a estos escritores instalados en la comodidad de la fama (auténticos asesinos, en la opinión de Walser) y a la aprobación gregaria del público:

" -¿Podría -pregunté con timidez- ver y apreciar al instante lo más esmerado y serio, y por tanto naturalmente también lo más leído y más rápidamente reconocido y vendido? (...)
-Con mucho gusto -dijo el librero. (...) Llevaba el valioso producto intelectual tan cuidadosa y solemnemente como si portara una milagrosa reliquia. (...)
-¿Podría usted jurar que este es el libro más difundido del año?
-Sin duda
-¿Podría afirmar que este es el libro que hay que haber leído?
-A toda costa
-¿Y es realmente bueno?
-¡Qué pregunta tan superflua e inadmisible!".

Sin embargo, Walser también es capaz de detenerse ante una mujer y alabar su belleza ("¿Puede hacer que se irrite conmigo la abierta confesión de que fui muy feliz cuando la vi?"), de quedar atrapado por el canto de una voz sublime ("Era como morir de pena, morir quizás de extrema alegría") o de narrarnos el enfrentamiento con el sastre a causa de un traje mal cortado como si estuviéramos en una novela de caballerías ("Mi quizá demasiado y fogoso ataque se había transformado en una dolorosa y ultrajante derrota, retiré mis tropas del desdichado combate, me marché silencioso y huí avergonzado. De tal modo terminó la osada aventura con el sastre").

Es evidente que, al menos en cuanto a la forma, el paseo de Walser puede considerarse perfectamente un viaje literario. Pero, ¿y en cuanto a los objetivos?. Según el mencionado estudio de Domenico Nucera, el viaje será estéril si no consigue transformar y renovar al individuo. En El paseo esta transformación puede verse desde tres perspectivas diferentes:

. El encuentro de la inspiración

Tanto en la novela como en la vida real, los paseos eran para Walser la mayor fuente de inspiración. Sin ellos, como afirma en la larguísima réplica al empleado de la hacienda municipal, "no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema en verso o prosa". Esta réplica-monólogo es uno de los más bellos discursos en torno a la figura del escritor paseante, que tiene como ilustres representantes a Edgar Allan Poe, William Wordsworth, Thomas de Quincey o Jean-Jacques Rousseau:

"Sólo produzco mientras paseo, el campo es mi cuarto de trabajo; el aspecto de una mesa, del papel y de los libros me aburre, las herramientas de trabajo me desaniman, si me siento a escribir no me viene nada al espíritu y la necesidad de tener ingenio me priva de él"

Una afirmación con la que guarda un gran parecido la siguiente de Walser, escrita más de cien años después:

"Sin el paseo y sin la contemplación de la Naturaleza a él vinculada, sin esa indagación tan agradable como llena de advertencias, me siento como perdido y lo estoy de hecho".

El encuentro de la Unidad

Algunos de los rasgos más característicos de las obras de Robert Walser son el lenguaje directo, sencillo, las frases cortas, las lista de adjetivos, los juegos visuales... Todos ellos acaban convirtiendo las descripciones en una sucesión de imágenes dispersas, algo parecido a ver desfilar rápidamente ante nosotros una selección de fotografías, primeros planos que nos muestran los detalles pero no la imagen total de la que forman parte. El siguiente pasaje da buena muestra de ello:

"Un perro se refresca en el agua de la fuente. Golondrinas, me parece, trisan en el cielo azul. Una o dos damas elegantes, con faldas asombrosamente cortas y botines altos de color sorprendentemente finos, se hacen notar espero que tanto como cualquier otra cosa. Llaman la atención dos sombreros de verano o de paja. La cosa con los dos sombreros de paja es la siguiente: de repente veo dos sombreros en el aire luminoso y delicado, y bajo los sombreros hay dos excelentes caballeros que parecen desearse buenos días mediante un bello y gentil levantar y agitar el sombrero".

Es decir: no sabemos si se trata realmente de golondrinas, o si hay una o dos damas. Éstas, por otro lado, quedan reducidas a un par de bonitas piernas con sus correspondientes botines, y a su lado, dos "sombreros" se dan los buenos días. El mundo que nos hace llegar Walser está totalmente fragmentado.

Esta fragmentación de la realidad es, según Georg Lukacs, el rasgo definitorio de la novela en contraposición a la epopeya. En la primera, su protagonista, el héroe novelesco, debe convertirse en un buscador de "la totalidad secreta de la vida", mientras que la segunda ya formaba por su misma una totalidad. El resultado de esa búsqueda, el encuentro de la unidad, queda reflejado en algunos de los pasajes más bellos y extáticos del libro:

"Yo me detenía y escuchaba, y de repente se apoderó de mí un inefable sentimiento del mundo y una sensación de gratitud, unida a él, que brotaba del alma con violencia".

"Aquí en el paso a nivel me parecía estar en el punto culminante o algo como el centro, desde el que volvería a bajar poco a poco. (...) Casas, huerto y personas se transformaban en sonidos, todos los objetos parecían haberse transformado en un solo espíritu y una sola ternura (...) El espíritu del mundo se había abierto, y todos los padecimientos, todas las decepciones humanas, todo lo malo, todo lo doloroso, parecía esfumarse para no volver más".

El encuentro del Otro

También en El paseo aparece el componente de descubrimiento del Otro, pero en este caso no se refiere a los personajes con los que se va cruzando. Ya hemos comentado antes que, de hecho, son de algún modo incorpóreos y no llegan a interferir en el transcurso del monólogo. El Otro en este caso se encuentra dentro mismo del narrador y, sin embargo, el viaje es el medio necesario para llegar a él:

"Yo me había convertido en un interior, y paseaba como por un interior; todo lo exterior se volvió sueño, lo hasta entonces comprendido, incomprensible. (...) Yo ya no era yo, era otro, y precisamente por eso, otra vez yo. A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe".

Unas páginas más adelante, el sol comenzará a caer y anunciará el silencioso fin. La necesidad de retorno se había anunciado desde las primeras páginas ("Todo esto lo escribiré después en una especie de fantasía que titularé El paseo"), de hecho, no existiría el viaje si no existiera desde el principio la posibilidad del retorno. Una vez de vuelta a casa, no obstante, empezará otro viaje, el de la escritura:

"Ha acabado consigo mismo cada vez que escribe la primera palabra y cuando ha formado la primera frase, ya no se conoce. Pienso que todo esto le honra..."
¿Desandando el camino?

2. La escritura de Walser

Si hay algo que llama la atención en las obras de Robert Walser, es sin duda la aparente falta de ambición, la ausencia de un argumento sólido, el rechazo (casi una huida) de la trascendencia y de la solemnidad. Sin todos estos elementos, se hace evidente que lo único que realmente interesaba a Walser era el mero ejercicio de la escritura. En palabras de Roberto Calasso:

"El texto tiene una vida autónoma que su autor no conoce: de eso, por los menos, Walser no ha dudado jamás. Pocos autores han conseguido borrarse con tanta perfección, encapsulados en sus propias palabras, dichosos de la propia invisibilidad; pocos autores han estado tan seguros de la autosuficiencia de la escritura..."

De una forma similar, los héroes de sus novelas muestran una atracción consciente y decidida por la servidumbre, quieren fundirse, desvanecerse, despojarse de su conciencia. Este sometimiento es en realidad un acto de libertad absoluta, por un lado porque están negando al otro el poder de someterlos; por otro, porque sacrificando su conciencia pueden tener alguna oportunidad de preservarla.

Si hacemos caso a lo que sabemos de Robert Walser, es evidente que su estado psíquico le hacía sufrir unos enormes altibajos anímicos. Su hipersensibilidad era capaz de llevarlo de una absoluta felicidad a la más honda depresión. Quizás la única forma de superar esta esclavitud era crear otra, parcial, controlada. Tal vez por este motivo Walser acabó conformándose con su encierro, porque la cadencia anestesiante del manicomio, las rutinas, las horas empleadas en labores de autómata le permitían disfrutar de un equilibrio que de otra forma no hubiera sido posible.

Como señala Claudio Magris en su estudio sobre Walser, "el Lied que resuena en El Paseo es la imposibilidad de vivir a causa de la enervante intensidad de la vida". Ante una realidad tan terriblemente abrumadora, es ridículo intentar superarla con la literatura o siquiera analizarla. Lo único que podemos hacer es callar o arrepentirnos de haber hablado:

"Tan pronto como pone su mano en la pluma, se apodera de él una actitud temeraria. Tiene la sensación de que todo está perdido; prorrumpe en un alud de palabras en el que cada frase tiene la única misión de hacer olvidar la anterior"
Esta sería la explicación, según Walter Benjamín, para entender las continuas rectificaciones e incluso reprimendas metaliterarias que inundan el relato, con la única excepción del interludio extático al que hacíamos referencia en el apartado anterior. Estos son algunos ejemplos:

"He de prohibirme del modo más estricto detenerme aunque no sean más de dos segundos con esta brasileña o lo que fuere; porque no puedo desperdiciar ni espacio ni tiempo"

"Por lo demás, se ruega humildemente al autor guardarse de burlas y sarcasmos, en realidad superfluos. Se le insta a mantenerse serio, y ojalá lo haya entendido de una vez por todas"

"Si alguien dice aún que soy un hombre desconsiderado, autoritario y prepotente que se lanza ciegamente contra las cosas, afirmo, es decir, me atrevo a esperar que tengo razón en afirmar, que la persona que tal dice yerra gravemente".

La humildad y la ausencia de cinismo, aunque en este caso formen parte de un juego, son también rasgos característicos de las obras de Walser. El deseo de no sobresalir, de vivir con moderación, de disfrutar de los placeres más cotidianos de la vida, convierten algunas frases de su obra en máximas de un moderno epicureismo: "Quien no sepa renunciar no llegará a ningún placer profundo", encontramos en el relato Un trocito de azúcar. No obstante, y pese al apabullante vitalismo de El paseo, se manifiesta en ciertos fragmentos una leve amargura, una sombra de decepción. Hay que tener en cuenta que el relato fue escrito ya de vuelta en Biel, cuando comenzaba a hacerse patente su escaso éxito editorial.

Por último, y aunque es fácilmente deducible de lo comentado con anterioridad, es evidente que Robert Walser fue uno de los primeros y, según Mark Harman, más radicales practicantes de lastream of conciousness. De hecho, El paseo fue publicada en 1917, tan sólo un año antes de queLittle Review comenzará a publicar las entregas del Ulises de Joyce, una de las obras paradigmáticas en cuanto al uso de la técnica del monólogo interior. En cuanto a Walser, uno de los más hilarantes ejemplos es el monólogo acerca del cartel de la hospedería con la que se cruza en el camino y que le inspira una larga reflexión acerca del más que probable esnobismo de sus dueños ("La gente que no es más que sencilla no nos es adecuada (...) La perspicacia que tenemos al respecto linda con la hechicería"). El final, por cierto, es totalmente walseriano:

"Quizás dos o tres lectores pongan un tanto en duda la veracidad de este cartel, diciéndose que no se puede creer una cosa así. Quizá se hayan dado repeticiones aquí y allá..."

3. Un escritor para escritores

Franz Kafka, Robert Musil, Herman Hesse, Thomas Mann, Walter Benjamín, Max Brod, Elias Canetti, Giorgio Agamben, Claudio Magris, Susan Sontag y Roberto Calasso. Estos son los nombres que aparecen en las contraportadas de las obras de Robert Walser. "Con unos lectores de esta altura", podríamos pensar, "Walser debe ser un escritor extraordinariamente reconocido". Sin embargo, no es así. La presencia de estos nombres deja patente que, ante el lector común, Walser aún necesita padrinos, el aval de un puñado de grandes nombres.

El mismo Walser, en uno de sus paseos con Carl Seelig, confiesa que su falta de instinto social, su empeño por actuar de espaldas a la sociedad, fueron los causantes de su fracaso editorial: "tenía condiciones para convertirme en una especie de vagabundo, y apenas me resistí a ello".

Trató durante años de vivir de la escritura, pero sólo lo consiguió durante breves períodos de tiempo, en especial a lo largo de su estancia en Berlín, donde escribió sus tres obras más conocidas: Los hermanos Tanner (1907), El ayudante (1908) y Jakob von Gunten (1909), así como gran cantidad de relatos, poemas y artículos periodísticos. En 1913, sin embargo, las dificultades económicas le obligaron a regresar a Suiza, desde donde siguió intentando que sus trabajos fueran publicados. Entre multitud de negativas, aparecen editados El paseo (1917) y La rosa (1925). El siguiente fragmento, extraído deEl paseo, sirve para entender la difícil situación que atravesaba Walser en esos años:

"He escrito libros que por desgracia no han gustado al público, y las consecuencias de ellos son angustiosas. (...) El vivo interés por las bellas letras se da de manera en extremo escasa, y la crítica implacable que todo el mundo cree poder ejercer y cultivar sobre nuestra obra constituye otra fuerte causa de daño y frena como una zapata la realización de cualquier modesto bienestar".

Finalmente, en 1928, recibe una carta del suplemento literario Berliner Tageblatt en la que le recomiendan no producir nada durante un semestre. Parece que este fue el desencadenante de una grave crisis que obligó a sus caseras de aquel entonces a alertar a su hermana. A punto de cruzar la puerta del sanatorio de Waldau, le pregunto: "¿Estaremos haciendo lo correcto?", a lo que ella respondió con un elocuente silencio. Seguramente la actitud de su hermana, así como los antecedentes familiares de trastornos nerviosos acabaron de convencer a Walser de lo adecuado de su internamiento, una decisión que no debe confundirse, como a menudo ocurre, con un internamiento voluntario. Quizás una de las que mejor hayan entendido la actitud de Walser sea Elfriede Jelinek:

"Robert Walser asumió el hecho de ser perdedor con un placer eufórico pues era tan inteligente como para saber que en la vida sólo se puede ser perdedor. Un debe soltar inmediatamente todo lo que tiene, no aferrarse a nada. Pero no quiero dar una imagen romántica de él, porque pasó treinta años recluido por la fuerza en un manicomio, algo terrible para un hombre con esa apertura al mundo, autor de delicado y magníficos poemas. Lo encerraron y dejó de hablar".

El día de Navidad de 1956, durante un solitario paseo, el cuerpo de Walser cayó sobre la nieve. A mí no me parece una muerte tan triste.


"¿Para qué recogía entonces las flores? "¿Recogía flores para depositarlas sobre mi desdicha?", me pregunté, y el ramo cayo de mis manos. Me había levantado para irme a casa; porque ya era tarde, y todo estaba oscuro."


ESTUDIO DEL NATURAL. DE ROBERT WALSER




La mera existencia se convirtió en una suerte para mí, para la que no hallaba palabras ni pensamientos. Me apetecía sobremanera compararme con los árboles, que son mudos, que no necesitan en modo alguno estar pensativos, que se mantienen callados formando así el bosque, que pueden vivir sin necesidad de pedirse cuentas al respecto, que pueden crecer sin tener que alegrarse o afligirse, sin buscar un motivo para hacerse toda clase de preguntas como les ocurre a las pobres, agitadas, ora arrogantes, ora derrotadas, débiles, medrosas personas...

1- El “sentido poético” que deja (puede ser una imagen que no esté expresada con palabras) el texto:

a) La imagen que se capta en el texto de Robert Walser es la personificación de los árboles con atributos humanos: No piensa, no se aflige, no se alegra, son mudos y callados… Prosopopeya
b) La comparación entre el árbol y la persona, con las virtudes del primero enfrentadas a los defectos del segundo

2 Desmontando el “sentido poético” del texto, buscamos la realidad (discursiva o visual) que ha sido trastocada. 

La realidad de Robert Walser era su realidad: creatividad ilimitada sumergida en la locura. El silencio y la soledad eran su meta, junto a un largo paseo contemplando la naturaleza, frente a las incualidades del ser humano que buscaban interpretar su locura a base de arrogancias.

La soledad resultó infructuosa, para el escritor de la observación y de la descripción, la creatividad se apagó, no volviendo a escribir durante su internamiento.

El personaje narrativo de “estudio natural “no es que no hallase palabras ni pensamientos, no deseaba pensar, no necesitaba estar pensando en su mera existencia, quería convertirse en soledad, aislamiento y silencio; los arboles son mudos, se mantienen callados porque no pueden hablar…

Pero ya sabemos que los arboles no son humanos, no tienen sentidos que puedan influir en su mente, algo que no poseen. Son algo que no se puede personificar lógicamente aunque un escritor puede cambiar la realidad del mundo…

Son realidades diferentes la persona y el árbol. La persona siente, ama, piensa y sufre; el árbol no; no tiene mente ni corazón .La persona puede ser en un momento determinador positiva o negativa. En la obra estudio natural Robert Walser solo encuentra la parte negativa del ser humano: arrogancia, derrota, debilidad…

El sabe que es un ser humano, no un árbol pero no asume lo positivo que se puede encontrar en una persona: amor, coraje, riqueza de espíritu…

Las personas son individuos aislados que por su debilidad no pueden formar parte de una sociedad justa y equitativa, como el árbol es parte del bosque.

Walser despreciaba los ideales de prosperidad, éxito y no era capaz de someterse ningún tipo de ataduras. Su lucha por la existencia le llevó al manicomio voluntariamente y walser enmudece en vida como el árbol que calla. Sus ensoñaciones durante sus largos paseos lo convierten en descripciones dotando a sus personajes reales o no de vida propia. Su obra fue admirada por otros escritores como Franz Kafka, Elías Canetti, Herman Hesse…

Una característica de su obra es su humildad, falta de cinismo y falta de instinto social junto con su empeño de vivir de espaldas a la sociedad.

La verdad para el pragmatismo es circunstancial y apuesta por la literatura como fuente de ética. No habrá de ofrecerse argumentos en contra del léxico que nos proponemos sustituir, en cambio se tratará que el léxico que preferimos se presente atractivo y deseable… (Rorty)
Nietze ha sostenido como lo hará posteriormente Rorty que la fuente original del lenguaje y del conocimiento no está en la lógica sino en la imaginación. ¿Que es entonces la verdad? : Metáforas, metonimias…una suma de relaciones humanas realzadas y adornadas poéticamente y retóricamente…

La mera existencia se convirtió en una suerte para mí, al alcanzar un hálito de lucidez, que penetró con firmeza en mi mente. Las palabras de repente se apagaron y mis pensamientos se evaporaron alcanzando al fin a ver el silencio, lo que me llevaría al olvido, olvido de palabras y pensamientos…

Me apetecía sobremanera compararme con los arboles, ya que su mudez se enfrentaba a sus palabras. No necesitaban un simple pensamiento que se enfrentase a la locura de sentir, sentimiento cuyo origen no llevaría a ningún destino y callados, la mejor virtud del ser humano, no como ellos que con sus discursos buscaban confundirme y arrojarme con ellos al aislamiento y el silencio. No, como el árbol callado que formaba parte del bosque, naturaleza que no pedía cuentas por los errores ni por los defectos de los demás. En cambio las pobres En cambio las pobres personas embriagadas en toda clase de preguntas llevarían siempre a otras personas a agitarse, afligirse, llevándolos irremediablemente a sentirse derrotadas, débiles y sumiéndolas en la desesperación y el olvido.

3 La “prudencia discursiva” (recursos puntuales que permiten no sobrecargar al texto) dentro de la narración.

Frases cortas con muchas comas para no cansar al lector con frases largas y el lenguaje que no es retórico sino sencillo, junto con el uso de la primera persona como narrador, unas descripciones como fotogramas que producen juegos visuales y mantiene el interés del lector.



RENDIJAS DE LA CONCIENCIA

José María Guelbenzu



Un bandido enamorado. Un ser que rehúsa a la conciencia como referencia de vida. Ése fue el retrato literario que Robert Walser hizo antes de abandonar la escritura. El autor suizo cerraba así un ciclo que confirmaba su ruptura con los cánones de la novela tradicional.

"Siempre el hombre que tiene conciencia de sí mismo choca con algo hostil a la conciencia". Esta frase, tomada por Claudio Magris del Jakob von Gunten me parece perfectamente definitoria del mundo y los personajes de Robert Walser (1878-1956). Y es perfectamente aplicable a este bandido que se esconde y se muestra en las páginas de la última de sus novelas. En realidad, el libro tiene un tono de confesión, como casi toda la obra de Walser, una confesión que es también una autojustificación y de ahí parte uno de los cauces de su ironía. En El bandido hay un narrador que nos cuenta la vida del bandido; este bandido es, sencillamente, un ser difícil de encajar en el orden burgués predominante porque no posee ninguna de las cualidades apreciadas por ese orden, pero no es un individuo peligroso sino raro, porque finalmente todo su deseo es someterse. El narrador actúa como intérprete y álter ego del bandido; sin embargo a medida que avanza el texto y, sobre todo, en su último tercio, lo acaba desplazando y, en cierto modo, sustituyendo como si, en realidad, el personaje protagonista se hubiera venido desdoblando en dos: el que actúa y el que lo narra. La novela es un repaso demoledor al orden burgués realizado desde dentro, desde la mano del narrador que conduce al bandido, es decir, desde su propia contradicción.

La mecánica de actuación del bandido es simple: siempre piensa lo que debe hacer, pero si se lo autorizan, su reacción es no hacerlo. No hay un solo paso adelante en su vida que no vaya seguido de un paso atrás. Todo su esfuerzo vital se reduce a actuar de este modo e interpretar inmediatamente sus actos de modo que su conformismo y su desconcienciación se conviertan en valores positivos de la figura que imagina ser. Esta forma de sometimiento, de conformismo, es sin embargo una estrategia de renunciamiento que, en realidad, le lleva tanto a escapar de ese orden burgués como de la conciencia de ser poseído por él, pero diluyéndose en él; se trata de no ser, simplemente, renunciando a la conciencia, a la individuación; se trata de someterse como modo de escurrirse por las rendijas de lo establecido. Y eso es, paradójicamente, lo que le convierte en un raro. Hay una frase de un personaje de Gombrowicz que definiría muy bien al bandido: "Mais me révolter? Mais comment? Moi? Serviteur?".

Y el bandido se siente muy agusto en el anonimato; dice de él el narrador: "Le bastaba caminar por entre el gentío para ser feliz, le parecía tremendamente placentero". Ésta es la imagen del flâneur baudeleriano, del gozo de sentirse anónimo entre la multitud. De hecho, el personaje de su novela El paseo es un flâneur.Como señaló el mismo Magris, Robert Walser es un hombre que no tiene fe en el proceso de autoconciencia del espíritu, lo mismo que otros maestros de su generación. La misma construcción de sus textos lo muestra con toda claridad. En El bandido, novela que exige paciencia y lucidez abundantes al lector, la fragmentación es total; el modo de hilar escenas, anécdotas, reflexiones, sentencias, momentos, tiene una apariencia de dispersión -incluso promete continuamente explicaciones que luego no da-, convertidas por la voz del narrador en imágenes y escenas que sin embargo se van encadenando sugestivamente porque lo que el lector va descubriendo poco a poco es que, en realidad, construyen la cabeza del personaje y su actitud ante la vida, constituyen una realidad e incluso una verdad. El resultado pertenece al género de lo grotesco, pero no menos de lo que pertenece a lo grotesco una novela como el Ferdydurke de Gombrowicz.

"En estas páginas habrá hechos que al lector le parecerán misteriosos", dice el narrador, "y ésa es, digámoslo, nuestra intención, pues si todo estuviera en su lugar, si todo fuera comprensible, el contenido de estas líneas les haría bostezar enseguida". La escritura de Walser está en abierta ruptura con los cánones de la novela tradicional. En la estela de su concepción de la literatura y del mundo están obras posteriores comoEl castillo de Kafka, El hombre sin atributos de Musil (cuánto debe el sentido de la ironía de éste a Walser) o el mencionado Ferdydurke de Gombrowicz. Su empleo de la paradoja contiene un sentido crítico y expresivo que va más allá del agudo ingenio a lo Chesterton (tan en las antípodas de Walser, por otra parte) y se demuestra en expresiones como ésta, como la que se refiere a la nostalgia de una muchacha inculta casada con un hombre culto, junto al que se siente descolocada e infeliz: "Qué rica se había sentido en su ignorancia".

So capa de una alegoría de la mediocridad, lo que El bandido cuenta es una vida que transcurre por la cara oculta de la mediocridad, una asunción de la disolución en lo indiferenciado (¿lo masivo?), tras lo cual se encuentra una formidable representación de ese hombre moderno incapaz de creer en la conciencia como una referencia de vida. Y lo cierto es que, tras la muerte de Dios, ese problema se instituye quizá como el más trascendente al que debe enfrentarse la sociedad occidental en el futuro. Una novela distinta y difícil, de lectura atenta y calmada para captar y disfrutar de toda su profunda ironía; nada complaciente, pero muy inteligente.



UNA HISTORIA SIN TÍTULO

Kato Ramone


A Roberto Apablaza, el Negro





Ya lo sabemos: cuando Robert Walser quedó tendido sobre la nieve, no murió ahí, en ese instante. Sólo lo hizo en el momento en que alguien, ese alguien que vio aquel cuerpo inerte sobre la nieve, dijo o pensó: “Ha muerto”, “está muerto”.

 Antes de que ello ocurriera sólo eran eso que la gente llama nieve, un cuerpo sobre aquello, algún árbol deshojado y viejo, el cielo tranquilo, algún bicho buscando su alimento, algún pájaro sin nombre buscando a su bicho, el cielo vuelto hacia arriba siempre. La calma. Las huellas en la nieve. La mañana. La perfección total.

 Ni la vida ni la muerte, sólo las cosas y los seres ocurriendo o ajenos a todo concepto de tiempo y espacio y voluntad. La muerte no era más que el buitre agazapado, inútil e impotente, a la espera de ser nombrado o señalado de alguna forma para, recién ahí, ser, hacerse, existir: la muerte: el buitre que se devora a sí mismo. Los niños, se ha dicho una y otra vez, son inmortales hasta el minuto en que toman conciencia de la finitud de los días. Mientras son inmortales, los niños habitan en ese espacio/tiempo en que el cuerpo de Walser yació sobre la nieve, en secreto, sin que nadie lo hallara y estableciera el principio de su condición de muerto, sí, los niños habitan allí, en ese lapso en que sólo otras inmortalidades son posibles: el árbol viejo y sin hojas, el pájaro y el bicho que sólo buscan su alimento, carentes de toda ambición, pues no quieren ser algo en la vida, no buscan trascender en obras o vivir y trabajar en pos de fines de semana, y sencillamente suceden como quien vive para siempre, y el cielo, tendido ahí, como un reverso de escarcha, donde cumple una única función: estar vacío y ser, al mismo tiempo (qué hermosa locura), el vacío. 

Pero no la muerte; la vida, tampoco. Sólo un escenario perfecto, inexistente de tan existiendo. Algunos maderos de un establo, también vacío. Eso que imaginamos cuando niños: que cuando les damos la espalda, que cuando no las vemos, todas las cosas dejan de moverse. 

Otra vez coinciden los niños con ese momento en que Walser, que había salido a dar su acostumbrado paseo matinal, no era aún hallado y yacía con su ropa vieja sobre la nieve. Cualquier animal, insecto o pájaro o ese frustrado proyecto de pájaro que nombramos cielo, cualquiera de esos elementos no humanos siguió o sólo se mantuvo sin construir la muerte, sin edificarla. Pero desde el momento en que alguien halló el cuerpo y dijo o pensó “ha muerto”, “está muerto”, se hizo la muerte y se propagó hasta nosotros para saber que, sí, Walser murió el día tanto del año tanto. El escritor Robert Walser, o quizá Robert Walser, es —en casi todos los sentidos— la prefiguración de la literatura de Kafka o, tal vez, de Kafka: leemos a Kafka y estamos leyendo a Walser. O, de algún modo, Kafka siguió escribiendo o terminó sin terminar de escribir a Walser. Esto hasta Kafka lo supo. Walser no lo supo. 


Y un dato más, que ni Walser ni Kafka conocieron: Kafka, años después, ya muerto, siguió urdiendo un texto imposible en que un hombre llamado Robert Walser, que había de nacer muchos años antes (un texto imposible: Kafka nace en 1883, y Walser, en 1878; sin embargo, Kafka muere en 1924 y Walser en 1956), loco y lúcido, sale a dar su acostumbrado paseo matutino y no regresa. Como era un loco, un demente más en el manicomio en que vivía, y como era el día 25 de diciembre con sus preocupaciones y ocupaciones de “buena voluntad”, nadie se acordó de él.

 Mientras nadie se acordaba de él, su cuerpo yacía tendido sin ser aún un muerto: sólo una forma, una materia tendida sobre la nieve, cercana a un árbol viejo y sin hojas, en los suburbios de un algo como cielo, a cierta distancia de unas cosas como llamadas pájaro y bicho, los maderos de una verja o de un establo vacío, en fin, una perfección perdida o invisible a los ojos de cualquiera, menos de Kafka.

Y ahora dos cuerpos, dos cuerpos ahora bocabajo sobre la nieve. 


ROBERT WALSER

Yuri_Zhivago 



Admirado por los más importantes escritores y pensadores de la época, Walser vivió una permanente "lucha con la existencia" y padeció problemas psicológicos. Su autoexilio de la literatura y su compromiso con la vida, la belleza, la creación artística, el comportamiento humano o la discreción lo confirman como una referencia.

Robert Walser nació en Biel (Suiza) el 15 de abril de 1878 y murió, caído sobre la nieve, el día de Navidad de 1956. Su vida, semejante a la de sus personajes, fue inquieta y errática, siempre escapando a cualquier forma de duración o permanencia. A los 14 años abandonó los estudios y ejerció los más diversos oficios: fue empleado de banca, secretario, archivero; incluso sirvió de criado en un castillo de Silesia. Walser despreciaba los ideales de prosperidad, aborrecía el éxito, era incapaz de someterse a ningún tipo de rutina o atadura. Vivió siempre, de un lugar a otro, sin domicilio fijo, con graves problemas económicos. A partir de 1925 empieza a sufrir trastornos nerviosos y alucinaciones auditivas; se embriaga y tiene periodos de enorme agresividad. Su hermana Lisa, la única ayuda constante que recibió, le recomienda que ingrese en un sanatorio psiquiátrico.

Canetti ha escrito sobre Walser:

"Su experiencia con la 'lucha por la existencia' le lleva a la única esfera en que esa lucha no existe, al manicomio, el monasterio de la época moderna".Ingresa, probablemente con alivio, en el manicomio de Waldau, de donde será transferido, en 1933, al sanatorio de Herisau. Allí permanecerá, silencioso y olvidado, hasta su muerte. A semejanza de su admirado Hölderlin, Walser enmudece en vida. Sus libros habían despertado el entusiasmo de algunos escritores: Kafka (que lo leía en voz alta a sus amigos), Christian Morgensten, Robert Musil, Walter Benjamin, pero no habían encontrado su público. El editor Karl Seelig, que lo visitó reiteradamente en su encierro y gestionó la reedición de sus obras, ha contado en su imprescindible Paseos con Robert Walser (Siruela, 2000) que consideraba que "el único suelo en el que el poeta puede producir es el de la libertad". Seelig había ayudado a otros escritores y le propuso esa libertad, pero a la pregunta "¿volvería realmente a escribir?", Walser contestó: "Con esa pregunta sólo se puede hacer una cosa: no responderla".

Walser fue un maestro de la prosa; en sus textos, las palabras son un fluido casi natural de su imaginación. Su estilo es siempre de aire libre, de vagabundeos y ensoñaciones. Cuando se demora en las descripciones las activa por dentro, dotándolas de vida propia, de movimiento. A veces se detiene y las descripciones adquieren la condición de personajes. A todo superpone un tono de indecisión, de duda aparente: "Pluma, si no me asistes, no sé cómo avanzar". En el fondo está advirtiendo que probablemente miente, que acaso el texto no sea más que una tentativa de fuga, un modo incluso reprobable de embozarse en las palabras. Walser devuelve a la escritura su propia suficiencia mientras él se consume escribiendo. De ahí que, en su mundo de renuncias, de propensión a la desaparición, incluso sea deseable prescindir de los artistas: "Es bueno que los hombres no tengan necesidad de artistas para ser gente artísticamente despierta y talentosa". Sus personajes están dotados de una rica disposición ante la belleza, quieren disfrutar de sí mismos, pero les horroriza tener éxito en la vida. Deambulan y dedican sus esfuerzos a buscar una habitación, un lugar donde convalecer. Nadie disfruta tanto de la vida, ha escrito Benjamin, como el convaleciente.

Walser es el más extraño de los escritores, pero su extrañeza no es sombría. Lo asombroso, lo que resulta extraordinario en Walser es que vivía sus fantasías poéticas, como el resto de la humanidad vive sus ambiciones, o dicho de un modo más taxativo: nunca perdió la ingenuidad. Una ingenuidad que no tiene nada de ignorancia o de inconsciencia. Oskar Loerke, uno de los pocos críticos que saludó fervorosamente sus libros, logró una definición exacta del carácter de Walser:
"Su ingenuidad es tan espontánea que después de ser destruida por la conciencia, se presenta tan segura e incólume como si fuera natural".Su existencia fue un compendio de incomprensión, penuria y dolor, pero en sus páginas no se halla ninguna queja.
"La peculiaridad de Robert Walser como escritor", otra vez Canetti, "consiste en que nunca habla de motivaciones. Es el más oculto de todos los escritores. Siempre está bien, siempre está encantado con todo". Su obra rebosa de frases tan deslumbrantes como impredecibles. He aquí una que concentra, en su brevedad, su manera de sentir: "En el asunto del amor, todo fracaso es casi una dicha". Aunque escasos y dispersos, no hay ningún lector de Walser que, bajo los efectos de su estilo, que actúa como una música, no se sienta reconfortado y tal vez mejor persona. Leer a Walser nos libera de embrollos éticos y nos limpia de mezquindad. Vila-Matas, en su Doctor Pasavento, lo convierte en héroe moral por su "afán de librarse de la conciencia, de Dios, del pensamiento, de él mismo". Walser se mimetiza para no ser descubierto, no compite por ningún puesto social, se desentiende de la maquinaria que engarza al individuo con el poder. En La rosa, el último libro que publicó en vida, asoma esta insinuación: "Alabar parece francamente trivial". Así pues, escribir con entusiasmo sobre Robert Walser podría resultar incluso ofensivo.



ROBERT WALSER: EL ESCRITOR MÁS SOLITARIO DE TODOS LOS SOLITARIOS

Alfredo Coello


El enigma de la vida ha cautivado mis ojos desde la niñez;

 y mis ojos se han hecho ciegos y no he podido descifrarlo.
Rafael Cansinos Assens/ Alef


Para quien fortalece y debilita a la vez,

Para aquel cuya alma alcanza el despertar,
La tarea más difícil es coser y cantar
R.W

                               
La historia de la literatura está llena de destinos extravagantes o trágicos. Y la de Robert Walser está entre las más trágicas. W. G. Sebald ensaya sobre la vida del escritor en su librito El paseante solitario/ En recuerdo de Robert Walser y nos cuenta que en opinión de Elias Canetti, la singularidad de Walser consistía en que, al escribir, negaba siempre su miedo en lo más íntimo, excluía continuamente una parte de sí mismo. En esta ausencia, decía Canetti, se basaba lo peculiarmente inquietante que había en él. Este miedo fue cultivo del ambiente familiar en su infancia, como lo describe en varias de sus novelas. Walser  se expresó en un alemán exquisito y extraño (el dialecto Biel).

Su obra literaria influyó a personajes de la talla de un Kafka, W. Benjamin, Robert Musil y quién sabe cuántos más hasta llegar a la contemporánea Elfriede Jelinek que escribe una obra de teatro Él no como él (para con Robert Walser). 

No es su locura la que me entusiasma ni su permanente angustia de escribir para no ser nadie; ni siquiera reconocer el éxito como defensa de la persona o personalidad del “escritor”, nada más lejano de las pretensiones de Walser. Es su deseo de permanencia y laxitud, su enorme empeño de ser paciente en la desesperación que espera, en su actitud humilde de internarse en un psiquiátrico a vivir el tiempo que no retorna.

La niñez

Me gustaría volver a ser un niño y tener padres, pero los 
padres han muerto, y la infancia ya no volverá.
Schwendimann/ Robert Walser

Su infancia es un arco iris perdido entre todas sus novelas, no es necesario aquí citarlas, no alcanzaría nuestro espacio disponible para relacionarlas. Se puede afirmar, a la luz de tantos estudios que incluyen la creación de  un instituto de investigaciones especializado en Robert Walser en Alemania, que su infancia estuvo marcada por el abandono de sus padres y ser el incomprendido de su familia. Robert es el séptimo hijo de ocho y mantuvo una relación estrecha con su hermano pintor Karl Walser. Su madre, transtornada mentalmente, como él, le heredó la pregunta y el misterio que iluminó y obnubiló los ojos de otro judío entrañable y borgeano: Cansino Assens. 

“Un niño que constituía una esperanza decidió un día esconderse [...] Se decía que escondiéndose sería pasajeramente valioso, que durante el tiempo que mediase desde su ocultamiento hasta que descubrieran su invisibilidad se revestiría de una especie de nimbo. Así opinaba, y de hecho no se equivocaba un ápice. Los niños enfermos o extraviados son más valorados que los que se saben seguros, pues de estos no es preciso ocuparse o  preocuparse. El niño del que hablo, en apariencia distinguido, jugaba casi con la madre al desear que lo tomara en serio (Madre e hijo, 1929)” Y aunque escribió este texto ya entrando a los cincuenta años, y su madre ya había muerto, es un recordatorio o una evocación de que nunca tuvo una relación amorosa con ella y esto marcó su larga vía hacia la locura.

    En su texto Robert Walser Una biografía Literaria Jürg Amann nos cuenta cómo nuestro autor aprendió a inventarse lo que le faltaba, así solía imaginarse que estaba enfermo. Pero en realidad estaba sano y entonces  una noche, cuando empezó a entrar al sueño, yaciendo de espaldas tapado hasta la nariz, se encendió la luz y apareció su padre. Entró en el cálido resplandor amarillo de la lámpara para ver cómo se encontraba su hijo enfermo. Le dio la bendición. Urbi et orbi. Sin palabras ni gesto alguno. Luego llegó su madre, le sonríe. Le hace un guiño. Y mueve los labios infinitamente finos e infinitamente bellos. Estás sano, le dicen sus labios.  Claro que está sano. Sólo quiere estar enfermo otro día más. La madre menea la cabeza. “Cuando pienso cómo nosotros, los niños, tuvimos que abrirnos paso así, uno tras otro siempre, a través de fallos y sensaciones bruscas, rápidas, y cómo todos los niños del mundo tienen que hacer lo mismo, con tanto riesgo para su integridad juvenil, no quisiera alabar precipitadamente la infancia como una etapa dulce y entrañable, y, no obstante, sí quisiera alabarla, pues pese a todo es un recuerdo precioso.” Esto lo escribió en Los hermanos Tanner, 1906, y es la primera novela que le publicó Bruno Cassirer.


La juventud y la desventura del escritor

La vida es de por sí una excelente inventora.
¿No nos basta con eso?
R. Walser /Escrito a lápiz. Microgramas 2 (1926 – 1927)

No sabemos con precisión  a qué edad Robert Walser empezó a escribir, podría ser a los quince años o más adelante. Su tipo pertenece a esa herencia literaria de los caballeros que vestían de manera llamativa y descuidada, en los años veinte del siglo pasado; “¡Qué atrevido y fantasioso era yo a los veintitrés años!” rememora.

Walter Benjamin ha dicho que las frases de Walser tienen como objeto hacer olvidar la anterior y cuando leo La Habitación del Poeta en una tarde lluviosa como en esta que escribo, lo imagino saltando entre las treinta prosas breves, cinco poemas y cuatro fragmentos que se daban por perdidos y que fueron publicados en Alemania por primera vez en forma de libro en 2003. Aquí desfilan los personajes más walsianos de su literatura: un poeta que vive en un cuarto de baño y un niño que antes de ser hombre fue una ola.

Y si alguien puede exhibir un olfato agudo en su escritura es el mismísimo  Walser; es una especie de Jack el destripador, disecciona la realidad, la pule de tal manera que surgen de su pluma una especie de exquisitas miniaturas, temas que pueblan la noche, sombras anticipadas de los días que le esperaban en el sanatorio bernés de Waldau.


El Paseante   

Estas exquisitas miniaturas, fugaces, inesperadas, cotidianas, detalles sin importancia para la pluma de los ‘grandes’, es donde se concentra el escritor, sustancias y cosas a las que nadie presta atención, donde los sentimientos surcan el espejo y en las astillas del reflejo hallamos el desamor, la niebla de lo fugaz: “De hecho –dice Walser sobre la ceniza – sólo con una penetración algo profunda de ese objeto aparentemente tan poco interesante pueden decirse muchas cosas, por ejemplo que, si se sopla la ceniza, no hay en ella lo más mínimo que se niegue a dispersarse al instante volando. La ceniza es la humildad, la intrascendencia y la falta de valor mismas y, lo que es más hermoso, ella misma está obsesionada con la creencia de no valer nada. ¿Se puede ser más inconsistente, más débil y más  insignificante que la ceniza? Sin duda no es fácil. ¿Hay alguna cosa que pueda ser más transigente y paciente que ella? No, desde luego. La ceniza no tiene carácter y está más alejada de todo tipo de madera de lo que lo está la depresión de la alegría desbordante. Donde hay ceniza, en realidad no hay nada. Pon tu pie sobre la ceniza y apenas notarás que has pisado algo”.

Precisamente sobre la ceniza de Walser,  Sebald apunta: “Lo altamente emotivo de ese pasaje, que no tiene igual en toda la literatura alemana del siglo XX, tampoco en Kafka, estriba en que allí, en ese ensayo casi casual sobre ceniza, aguja, lápiz y cerilla, el autor escribe en realidad sobre su propio martirio, porque esas cuatro cosas que le importan no han sido alineadas caprichosamente, sino que son los instrumentos de tortura del autor o, mejor dicho, lo que necesita para escenificar su autocremación y lo que queda cuando el fuego se ha extinguido”.

J. M. Coetzee ensaya sobre Walser en su libro Inner Workings. Traza un retrato del escritor: “La escritura de su juventud le dejó un sentimiento de orgullo al considerarla prístina y abundante. Los manuscritos que le sobreviven a esos días –meras copias –son modelos de fina escritura. El acto de escribir fue, sin embargo, uno de los sitios donde primero se manifestaron sus disturbios psíquicos. En algún momento en sus treintas (no tiene certeza sobre la fecha) empezó a sufrir de calambres sicosomáticos en la mano derecha. Él atribuyó esto a un sentimiento de oposición inconsciente a la pluma como una herramienta;  era capaz de superar esto al abandonar la pluma por el lápiz”.

Escribir con un lápiz era de suma importancia para Walser y su método de escritura que denominaba “pencil system” o “pencil method”. Este procedimiento significaba algo más que el uso de un simple lápiz. Cuando cambia de la pluma al lápiz su escritura se radicaliza sustancialmente. A su muerte deja cerca de 500 hojas de papel cubiertas de borde a borde  de filas de delicados, diminutos signos caligráficos a lápiz, un escrito tan difícil de leer que en su transcripción los traductores pensaron que pertenecieran a un diario en código secreto.

Walser es por excelencia el no-Rimbaud del siglo XX. Je suis autre encarna la ausencia en la literatura o el tiempo que Walser vivió en el psiquiátrico de las montañas suizas.  Cuando vivía en Zurich se cambió continuamente de domicilio. De regreso a Berna empiezó a beber demasiado; sufría de insomnio, escuchaba voces imaginarias, tenía pesadillas y ataques de ansiedad. Intentó suicidarse, pero falló porque, como él mismo admitió “no puedo ni siquiera hacer el nudo de la horca como se debe”.

Era obvio que no podía continuar viviendo solo: su madre había sido una depresiva crónica; un hermano se había suicidado; otro había muerto en un hospital mental. Una hermana fue presionada para que lo acogiera, pero ella se negaba. El escritor decidió entonces en un acto de humildad ser internado en el sanatorio en Waldau. “Marcadamente deprimido y severamente inhibido” se lee en el reporte médico inicial. “Responde evasivamente a preguntas de estar harto de la vida”.

¿Recogía flores para depositarlas sobre mi desdicha?, me pregunté, y el ramo cayó de mis manos. Me había levantado para irme a casa;
 porque ya era tarde, y todo estaba oscuro.
              Robert Walser/ El Paseo


Autodidacta, errante solitario, caminante insaciable, finísimo estilista de la lengua alemana y provisto de una mirada agilísima capaz de destripar la realidad con la más suave ironía e imaginación. Pero, ¿qué es la imaginación? pregunta Rider Haggar en su novela Ella. Y responde “¡Quizás sea una sombra de la verdad intangible, quizás el pensamiento del alma!”  ¡Exacto! ahí está la mirada y la escritura de Walser, en esa sombra de la verdad intangible, tanto que su sol se ocultó antes del atardecer en los psiquiátricos donde paso una cuarta parte de su vida. Y tu deseo de pasar desapercibido e invisible, fue mal logrado querido Robert, porque ahora te leemos  y disfrutamos de tu  presencia escritural. A final de cuentas “La vida se lee de la misma manera como se lee un libro” diría el maestro Henry Miller.  Y tu vida fue un paseo interminable por esos páramos y montañas que querías con el buen amor humano, y tu sensibilidad al paso  por este planeta siempre te acompañó con un rasgo de humildad y desobediencia civil al dictado de los poderosos. Fuiste servicial y mayordomo de los nobles y ricos, pero sólo para entender esa rustica dialéctica entre el amo y el esclavo. Y entonces escribiste tus novelas El Ayudante y Jakob Von Gunten.

Sin embargo Walser no sólo desempeñó trabajos arduos y humillantes. En 1903 se empleó en la fábrica de tejidos elásticos Ganzoni en Winterthur, después pasó a una escuela de reclutas en Berna, y a mediados de este año se contrató como “ayudante”  del ingeniero e inventor Dubler en Wädenswil, junto al lago Zurich. Habría que leer esa extraña novela El ayudante en la que escribe sobre la extraña fidelidad fatalista de un ayudante hacia su señor (inventor de objetos inútiles, jugador y arruinado), y su melancólica esposa, como reflejo de los años que pasó en Zurich.

Jürg Amann y Carl Seelig han registrado los paseos de Walser, sobre todo este último en su hermoso libro de crónicas  Paseos con Robert Walser, que da inicio un 26 de junio de 1936 y termina el día de la muerte de nuestro querido escritor, el 25 de diciembre de 1956. No es solamente un nómada urbano, también le gusta emprender largas caminatas por el campo. Amann relata cómo recorre trayectos increíbles en muy poco tiempo. De día o de noche. Zapatos y calcetines se desgastan durante el camino, como si fuera la cosa más natural de mundo. Va  a pie de Munich a Würzburg, en un día. O en dos jornadas de Berna a Ginebra, pasando por Friburgo, lo que como mínimo parece una locura. Es su locura, entonces, la que impulsaba su deseo de pasear, porque para él la vida siempre fue un paseo. Y esto lo relata de una forma magistral Carl Seelig cuando le pregunta:
- ¿No quiere usted ir a Turquía?
-¡No merci!... no quiero ir a ninguna parte ¿para qué necesitan viajar los escritores, mientras tengan imaginación? (28 de diciembre de 1944)

El generoso y gran escritor Carl Seelig se despide de su amigo en la navidad de 1956 “El muerto que yace en la pradera nevada es un poeta al que extasiaba el invierno, con su ligera y alegre danza de copos. . ., un verdadero poeta, que anheló como un niño un mundo de paz, de pureza y de amor:

Nieve

 Nieva que nieva, la tierra se cubre
 de un blanco quejido allá a lo lejos.
 Vacila bajo el cielo el hervidero
 de copos en un ay, nieve, la nieve.
 Una quietud te da, una amplitud,
 me ablanda el mundo blanco de la nieve.
Mi afán, pequeño, pues, y luego grande, en lágrimas me apremia de por dentro.
                                                                     Robert Walser