¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

jueves, 12 de abril de 2012

ROBERT WALSER MURIENDO SOBRE LA NIEVE

Emilio Arnao


Acabo de descubrir a otro poeta maldito. Cuando uno creía que lo tenía todo controlado, o casi todo, resulta que aparece por ahí, como un aluvión de nieve concreta, un poeta vagabundo, bohemio, vividor, loco, desengañado, Robert Walser. Robert Walser nació en 1878 en Biel, en el cantón suizo de Berna, y provenía de una familia numerosa que siempre estuvo al lado de la tragedia, muertes jóvenes, suicidios, ingresos en hospitales psiquiátricos. De muy joven Walser quiso ser actor, pero las tablas le repelían como balas de guerra, por lo que decidió hacerse poeta. Marchó a París y, como el joven Rilke, pasó hambre, frío, soledad y rimbaudismo, con tal de garantizarse su libertad de escritor. Prosiguió su vida errante, cambiando continuamente de empleo, ayudado por su óptima caligrafía. Otra vez en Berna publicó sus primeros poemas y se dio a conocer al crítico austriaco Franz Blei. Pronto, después de acertar como poeta, se dio al dandismo, y se dejaba ver por la ciudad con estrafalarios sombreros y señoriales bastones. Lo llamaron a filas y (como Proust) de aquello iba a conservar un recuerdo feliz. La rudeza del ambiente y la rígida rutina iban a descansar su mente, a la vez que la compañía de otros jóvenes de su misma edad iba a aliviar su soledad. En 1904 se produjo un acontecimiento importante en su incipiente carrera: la aparición de su primer libro, "Los cuadernos de Fritz Kocher", pero de 1.300 ejemplares publicados, sólo se vendieron 47. La sensación de fracaso sólo fue diseccionada por la crítica positiva del por entonces escritor también primerizo Hermann Hesse. Pero Walser, siempre dado al vagabundeo, marchó de Berna y recaló en Zúrich, donde decidió ingresar en una escuela de empleados domésticos. Tras un tiempo de aprendizaje, encontró colocación como sirviente en un castillo de Silesia, y se puso a las órdenes del conde Konrad von Hochberg. Limpiar salones, pulir cucharas de plata, sacudir alfombras y servir vestido de frac pasaron a ser sus actividades diarias. Por lo demás, disfrutó de la magia o de los planetas de un castillo señorial, viviendo en contacto con su mobiliario, sus armaduras, su biblioteca y un espacioso parque.

Después de esa experiencia como lacayo, a la que él se referiría como "locuras voluntarias", volvió a Berlín, donde su hermano Karl, pintor profesional, quien siempre había intentado ayudarle en todo lo que podía (muy en Theo van Gogh), le presentó al editor Bruno Cassirer y éste lo animó a  escribir una novela. Así nació "Los hermanos Tanner", una ficción autobiográfica redactada de un tirón, en cuatro semanas, con una escritura segura y poquísimos borrones. Revisó el manuscrito el poeta Christian Morgenstern, y tras darle algunos retoques, el libro apareció en 1907, con una portada ideada por Karl. Hubo críticas entusiastas de Franz Blei y de nuevo Hermann Hesse.

"Era feliz en mi pobreza y vivía como un bailarín despreocupado", diría de viejo recordando aquellos años berlineses en que escribió otras novelas como "El ayudante" o "Jacob Von Gunten", su novela más popular. Pero Walser, siempre inquieto, empezo a andar. Era un gran caminante, como Rimbaud, capaz de procurarses largas excursiones de diez y doce horas sin destino ni vuelta a casa.

"Jacob Von Gunten" le granjeó nuevos admiradores. Hasta en Praga, Kafka leyó en voz alta el libro a sus amistades. Pero las ventas fueron mínimas y Walser malvivía en cuartuchos de alquiler y buhardillas, sobre todo después de que la relación con su hermano Karl se enfriara, al casarse éste con una ambiciosa prusiana, Hedwig Czarnetzki. En aquella época, Walser bebía mucho y frecuentaba cabarés y cafés marginales. Escribió un libro del que se hizo eco otro grande de las letras germánicas, Robert Musil, "Pequeños ensayos e historias".

En 1911 mantuvo una relación amorosa con una vieja dama rica, a la que le sacaba todo el dinero que quería, pero al fallecer ésta volvió a su región natal, Biel. Allí vivió en una pequeña habitación donde sólo había una cama, una silla y una mesa. En invierno, escribía sin estufa, abrigándose con un viejo capote militar.

En 1921, a los 43 años, volvió a salir de Biel. Se trasladó de nuevo a Berna. Durante los seis años en que residió en la capital suiza, se mudó de vivienda (muy rilkeanamente) al menos quince veces. Le tocaron por entonces dos herencias y ello le estimuló para alternar con la burguesía de la capital, pero sus extravagancias no fueron bien recibidas, por lo que pronto se volvió a refugiar en su individualismo.

Al llegar a los cincuenta, siempre a caballo de la marginalidad y la inadaptación, Walser empezó a sufrir trastornos nerviosos y alucinaciones auditivas; manifestaba intermitentes arranques de agresividad y sus extravagancias lindaban con la chaladura. El deterioro mental, día a día, iba acentuándose. Algunas noches sus caseras lo oían lanzar alaridos y, tras una larga pesadilla, una mañana intentó suicidarse. Lo internaron en el centro psiquiátrico de Waldau, donde permaneció en esta clínica durante seis años, con el diagnóstico de esquizofrenia. Allí escribió algo, pero en 1933, año en el que entró en el asilo de Herisau, cesó del todo su actividad literaria.

A partir de 1936, el escritor y editor Carl Seeling lo visitaba con regularidad, y algunos domingos emprendían caminatas por Appenzell, en las que el enfermo daba curso al "amor mundi" (por las montañas y la buena comida, por las mujeres y los pueblos solitarios) que siempre lo acompañó.

El 28 de diciembre de 1956 Robert Walser salió a pasear solo, como solía hacer a menudo, gran caminante como era, y horas después, unos niños lo encontraron tumbado en la nieve, muerto, con una mano en el corazón.


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