¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

miércoles, 11 de abril de 2012

UN PASEO CON ROBERT WALSER

Miguel Blasco



_1917. Europa se debate convulsa y sufre los efectos de la Primer Guerra Mundial. En Rusia, estalla la Revolución. No es extraño que Robert Walser escriba en Suiza -  país neutral donde nunca pasa nada apenas trastocado por el fragor de la batalla- El paseo.

Homero (“que nada sabe de batallas, glorias y honores… está ciego y se aburre”) se centró en la guerra para construir sus poemas épicos y hablarnos del ser humano. El encanto de El paseo –y de casi toda la literatura de Walser- reside en su contemplar puro, alejado del mundanal ruido. Pero no hay nada frívolo ni trivial en sus páginas y cada pasaje nos remite a un tema universal, a una reflexión filosófica sobre lo humano. En el fondo, “hay más inspiración y humanidad en la derrota que en la victoria”.

Un poeta decide abandonar su estudio de trabajo (“el cuarto de los escritos o de los espíritus”) una hermosa mañana y bajar a la calle a dar una vuelta. Su primera parada es una librería, donde pide la novela más vendida del año y, “por tanto sin duda también”, la más aclamada por la crítica. Cuando el librero le ofrece lo que hoy llamaríamos el best seller del año, Walser escribe: “Preferí dejar tranquilamente donde estaba el libro que había tenido la más absoluta difusión, porque había que haberlo leído a toda costa, y me alejé sin ruido, sin perder una sola palabra más”.

Después acude a un banco done un grupo de bondadosas y filantrópicas señoras han abonado mil francos en su cuenta. Deberíamos entender este momento como un canto al estado idílico del verdadero poeta/escritor, despreocupado de cualquier tema económico. Esta conciencia de poeta valientemente defendida por encima de las exigencias sociales permite esa voz límpida hasta lo absoluto. “Que mal mira la gente a aquellos que como yo hemos decidido no hacer nada”. Ideaque complementa cuando, páginas más tarde, acude a Hacienda y pide que le bajen los impuestos.

Un hecho lástima su vista a la salida de la entidad bancaria: un panadero ha decidido poner el nombre de su negocio en grandes letras doradas. El poeta reflexiona sobre lo hortera, sobre el mal gusto y los nuevos ricos. “¿Qué tendrán que ver esas letras doradas que lastiman a la vista con el pan?”.

Suceden más cosas durante su trayecto, pero ya hay aquí claves suficientes para entender la figura del escritor suizo. Se ha calificado la vida de Robert Walser como “una de las mayores tragedias de la literatura centroeuropea”. Discrepo totalmente con esta opinión.

Una persona que en vida rechazó todo tipo de fama, poder o gloria y se esforzó cada día más por ser “un completo y perfecto cero a la izquierda”. Internado en 1925 en un sanatorio mental, se dedicó hasta el año 1932 a escribir lo que hoy se han conocido como los microgramas. Una colección de textos que Walser escribía en servilletas, papelillos, recibos y trozos de periódico con una caligrafía que apenas excedía el tamaño de un milímetro por letra. Exquisitas miniaturas escritas a lápiz que hablan sobre la vida cotidiana, el gusto por los detalles  o la absurdidad del amor.

Los microgramas han sido revelados gracias a la paciencia de dos estudiosos alemanes que tuvieron que recurrir a la ampliación de estos textos mediante aparatos electrónicos. Cuando uno los lee (también están editados en tres volúmenes por la editorial Siruela) no cabe sino preguntarse: ¿es ésta la obra de un loco? ¿Hasta que punto Walser decidió auto internarse en ese manicomio suizo?

Incluso su muerte parece teñirse de ese impulso hacia la desaparición y el misterio que cosechó también en vida. Un día de Navidad, salió Robert Walser a dar un paseo y pereció en el bosque. Sepultado por la nieve, se fundió con la Naturaleza y su cadáver no se halló hasta meses después del deshielo. Naturaleza que ya en “El paseo” ensalza y glorifica en lúcidas reflexiones como esta:

“Pero he de confesar que veo la Naturaleza y la vida humana como una serie tan hermosa como encantadora de repeticiones, y además quisiera confesar que contemplo esa misma manifestación como belleza y como bendición. Desde luego que en algunos lugares hay cazadores y degustadores de novedades, echados a perder por exceso de estímulo, ansiosos de sensaciones, hombres que ansían casi cada minuto goces no disfrutados aún. El poeta no escribe para tales gentes, como el músico no hace música para ellos y el pinto no pinta para ellos. En conjunto, la continua necesidad de goce y prueba de cosas siempre nuevas se me antoja un rasgo de pequeñez, falta de vida interior, alejamiento de la Naturaleza y mediana o defectuosa capacidad de comprensión. Es a los niños pequeños a los que siempre hay que mostrarles algo nuevo y distinto para que no estén descontentos. El escritor serio no se siente llamado a acumular material, ser pronto servidor de nerviosa codicia, y consecuentemente no teme algunas naturales repeticiones, aunque por supuesto se esfuerce siempre en prevenir con celo que no haya demasiadas similitudes.”

Walser fue uno de los primeros escritores en darse cuenta de como las sociedades occidentales avanzan irremediablemente hacia la estupidez.  De ahí, tal vez, su rechazo a los convencionalismos y su pasión por “desparecer”. Partiendo de premisas similares, Kafka consiguió un estilo propio.

En otro pasaje de “El paseo”, se constata el absurdo de las convenciones sociales, cuando una señora de clase alta que ha invitado al poeta a comer, le obliga a terminarse los copiosos manjares que están dispuestos en su mesa. Una situación que remite bastante al imaginario del escritor checo.

La novela termina cuando el poeta decide volver a casa. Antes, se enamora fugazmente de una joven pero esta parte sin que le de tiempo a explicarle que él sería el hombre de su vida. Incluso ha recogido un ramo de flores para ella. “¿Recogía flores para depositarlas sobre mi desdicha?”.

En uno de sus microgramas, Walser parece resumir todo “El paseo” y toda su pensamiento en una sola frase: “No es en el camino recto, sino en los rodeos donde se encuentra la vida”. Este es Robert Walser.


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