¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

jueves, 12 de abril de 2012

REDESCUBRIMIENTO DE ROBERT WALSER

Leonardo Tarifeño



La aparición de Paseos con Robert Walser, de Carl Seelig, y de Los Hermanos Tanner (Siruela) rescata la trágica figura del autor suizo.

EN la primavera de 1929, el escritor suizo Robert Walser - admirado y reivindicado por Franz Kafka, Robert Musil, Elías Canetti, Thomas Mann y Walter Benjamin- ingresó voluntariamente en el Sanatorio Waldau de Berna en calidad de enfermo mental. Hasta allí lo siguió el crítico literario Carl Seelig, filántropo y futuro biógrafo de Albert Einstein, quien al menos dos o tres veces por año lo arrancaría de su reclusión para dar largos paseos por los bosques y pueblos vecinos al manicomio. Serían casi veinte años de visitas e intimidad durante los cuales Seelig buscó convertir en comprensión la admiración y el cariño que sentía por el escritor. Esa comprensión le permitió entender y, en definitiva, aceptar por qué el amigo muy querido había abandonado la lucha y se había arruinado la existencia. De todos modos, Seelig no podía evitar la esperanza de una curación. Deseaba que Walser se reintegrara a la vida y a la literatura y por eso propició diálogos como el que sigue:

- Tengo la impresión de que no desea usted esa libertad.
- No hay nadie que me la ofrezca.
Así que lo que toca es esperar.
- ¿Querría usted de verdad salir del sanatorio?
Robert titubea:
- Se podría probar.
- ¿Dónde preferiría vivir?
- En Biel, Berna o Zurich... ¡No importa dónde! La vida puede derrochar su encanto en cualquier parte.
- ¿Volvería realmente a escribir?
- Con esa pregunta sólo se puede hacer una cosa: no responderla.

A pesar del propio autor de La Rosa, ésa y tantas otras cuestiones que sobrevuelan su leyenda y misterio se responden en Paseos con Robert Walser (Siruela, 2000), el imprescindible diario de Carl Seelig, escrito en 1957, cuya primera versión castellana acaba de aparecer junto a Los Hermanos Tanner (Siruela), novela publicada en 1907.

Yo callaba. El callaba. El silencio fue la estrecha senda por la que fuimos al encuentro el uno del otro, escribe Seelig, y ese silencio apenas si se rasga para que el maestro y el discípulo se entreguen a sus paseos. Walser se hundió en una trágica oscuridad. Era un esclavo del alcoholismo, había caído en la miseria, los terrores nocturnos lo acosaban, tuvo dos intentos de suicidio y la sociedad le enviaba señales mezquinas como la sutil indiferencia de los críticos y del público, por entonces hechizados por el modelo de escritura posromántica a la manera de Hermann Hesse. Todas esas gentes encantadoras que creen poder mandarme y criticarme son adeptos fanáticos de Hermann Hesse, le confía Walser a Seelig, durante una de sus recorridas invernales; para ello no hay más que dos opciones: o escribes como Hermann Hesse o eres y serás un fracasado. No tiene ninguna confianza en mi trabajo. Y por esa razón he ido a parar el sanatorio. Siempre me ha faltado la aureola de la santidad. Sólo con ella se puede triunfar en la literatura. Cualquier nimbo de heroísmo, de paciencia y cosas por el estilo, y ya se tiene a mano la escalera hacia el éxito.... Walser, cuya obra excede el romanticismo tardío y anticipa las visiones metafísicas de Kafka, se cree obligado a asumir el gesto romántico por excelencia: el retiro del mundo, la misantropía, la renuncia desesperada como eco de la incomprensión social. En El Paseo, el poeta protagonista se augura un futuro inminente en el que habrá de morir de pena, morir quizá de extrema alegría, de un amar y vivir feliz en exceso y un no poder vivir por una idea demasiado rica y bella de la vida. Ese exceso mortífero y contradictorio de vitalidad lo llevaría a la particular temporada en el infierno que se extendió durante casi treinta años y lo alejó definitivamente de la literatura. Hasta que en la Navidad de 1956 Walser emprendió una caminata solitaria (Seelig se había quedado en su casa para cuidar a su perro enfermo) que terminaría con la muerte del autor en un campo nevado.

Como el Joseph Roth de Hotel Savoy y La leyenda del santo bebedor o Peter Altenberg en Como yo lo veo, Walser es el tipo de escritor con el que nunca se sabe si reír o llorar. Seelig detectó esa ambigüedad no sólo en la obra, sino en el mismo Walser, pero no intentó resolverla, en un gesto de confraternidad que ayudó a crear el ambiente de admiración y calidez en el que el suicida frustrado podía decir lo suyo sin ninguno de sus viejos temores.

En ese sentido, una revelación invalorable de Paseos... es que por primera vez se explicita la furia y el desconsuelo vital del autor de Jacob von Gunten, una rabia inapelable que paradójicamente lo acerca a Thomas Bernhard, situado en las antípodas estéticas de Walser, pero víctima como él de la misma persecución burguesa. Envenenado por la confianza, la amistad y las tardes bautizadas con vino tinto de Berneck, Walser se dejaba guiar por Seelig, ese admirador que no lo juzgaba y lo llevaba a las tabernas donde atendían las camareras más bonitas. Se trataba, por cierto, del escenario preciso para que el mayor escritor secreto de su tiempo sugiriera que si Austria hubiese sido gobernada por mujeres elegantes no se hubiera hincado ante Hitler. 

O para que se negara a ver a su hermana moribunda (... las peticiones sentimentales me dejan frío. ¿Acaso no estoy yo también enfermo? ¿Acaso no preciso también descanso? En estos casos, lo mejor es estar completamente solo. No quería otra cosa cuando fui ingresado en el hospital...). En esas charlas también declaró su admiración por Dostoievski y Hlderlin así como el rechazo que sentía por Thomas Mann y Rilke (un poeta para la mesita de noche de las solteronas). En esas conversaciones se resistió, con sus últimas fuerzas, a regresar a la literatura y a la libertad: No echo de menos ni volver a Biel ni a Berna. En el sanatorio tengo la paz que necesito. Lo que me conviene es desaparecer, llamando la atención lo menos posible (...) Poder soñar en un modesto rincón, sin tener que responder a continuas pretensiones, no es ningún martirio. ¡Sólo la gente hace que lo sea!

Registros de la sutileza

Justamente, en Paseos... Walser comenta que le hubiera gustado recortar unas 70 u 80 páginas de Los hermanos Tanner. Y de todas sus concesiones al mal humor o al egoísmo, ésta parece dirigida a la exaltación con que retrata la incondicionalidad de la entrega amorosa: Me pasaría todo el día contemplándola y la encontraría cada vez más bonita, se dice uno de los protagonistas de la novela, a punto de perderse a sí mismo en el laberinto del amor, rompería a reír como un idiota sólo por no usar siempre palabras demasiado tiernas y delicadas... quizá hasta me aventuraría a llevarme a los labios su zapato, que estaría recubierto de betún; pues el objeto en la cual metiese sus blancos piececitos bastaría para despertar mis sentimientos de admiración.... Como Jakob von Gunten o El Ayudante, Los Hermanos Tanner es fundamental en la poética del instante de Walser (La verdadera belleza, la belleza de la vida cotidiana, se revela del modo más delicado en la pobreza y en la sencillez) y compendia los innumerables registros de la sutileza a través de los personajes más entrañables de toda la obra walseriana, aquí en el umbral de un absurdo cuya herencia será enarbolada por Franz Kafka, especialmente en El Castillo. Las insólitas maravillas de un mundo herido por la belleza metafísica, las paradojas de la existencia y el misterio que transforman a lo contingente en extraordinario se yerguen en Los Hermanos Tanner a través de la odisea que el autor protagoniza en su intento despiadado por expresar lo inexpresable del amor.

Así, la aparición conjunta de Paseos... y Los Hermanos Tanner desmiente los peores temores de Walser y recuerda que la suya es una literatura atemporal y clásica, noble y eterna como el desasosiego humano frente a las incógnitas del mundo. En mi entorno siempre ha habido complots para rechazar bicharracos como yo, le confía el autor a Seelig, y agrega: Siempre se rechazaba, con arrogancia y distinción, todo lo que no tenía cabida en el propio mundo. Jamás me atreví a abrirme paso. Ni siquiera tuve el coraje de echar un vistazo. Así que viví mi propia vida, en la periferia de la burguesía, y ¿acaso no estuvo bien así? ¿No tiene mi mundo derecho a existir, aunque en apariencia sea un mundo más pobre e impotente? Si esa respuesta es posible, hay que buscarla en estos libros.

Claves

La marginaciOn: Robert Walser nació en Biel, Suiza, en 1878. Quiso ser actor, pero lo disuadieron y resolvió convertirse en escritor. Se ganaba la vida oscuramente como oficinista.

Obras: El Estanque, Las Composiciones de Fritz Kocher, El Paseo, La Rosa, Jakob von Gunten, Los Hermanos Tanner.

Enigma: después de la muerte de Walser, en la Navidad de 1956, se encontraron más de 500 páginas escritas en el lenguaje inventado por el novelista y poeta. Tan sólo en 1985 se logró descifrar esos manuscritos. Se trataba de poemas, relatos y obras de teatro.


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