¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

lunes, 23 de julio de 2012

ROBERT WALSER: EL ESCRITOR MÁS SOLITARIO DE TODOS LOS SOLITARIOS

Alfredo Coello


El enigma de la vida ha cautivado mis ojos desde la niñez;

 y mis ojos se han hecho ciegos y no he podido descifrarlo.
Rafael Cansinos Assens/ Alef


Para quien fortalece y debilita a la vez,

Para aquel cuya alma alcanza el despertar,
La tarea más difícil es coser y cantar
R.W

                               
La historia de la literatura está llena de destinos extravagantes o trágicos. Y la de Robert Walser está entre las más trágicas. W. G. Sebald ensaya sobre la vida del escritor en su librito El paseante solitario/ En recuerdo de Robert Walser y nos cuenta que en opinión de Elias Canetti, la singularidad de Walser consistía en que, al escribir, negaba siempre su miedo en lo más íntimo, excluía continuamente una parte de sí mismo. En esta ausencia, decía Canetti, se basaba lo peculiarmente inquietante que había en él. Este miedo fue cultivo del ambiente familiar en su infancia, como lo describe en varias de sus novelas. Walser  se expresó en un alemán exquisito y extraño (el dialecto Biel).

Su obra literaria influyó a personajes de la talla de un Kafka, W. Benjamin, Robert Musil y quién sabe cuántos más hasta llegar a la contemporánea Elfriede Jelinek que escribe una obra de teatro Él no como él (para con Robert Walser). 

No es su locura la que me entusiasma ni su permanente angustia de escribir para no ser nadie; ni siquiera reconocer el éxito como defensa de la persona o personalidad del “escritor”, nada más lejano de las pretensiones de Walser. Es su deseo de permanencia y laxitud, su enorme empeño de ser paciente en la desesperación que espera, en su actitud humilde de internarse en un psiquiátrico a vivir el tiempo que no retorna.

La niñez

Me gustaría volver a ser un niño y tener padres, pero los 
padres han muerto, y la infancia ya no volverá.
Schwendimann/ Robert Walser

Su infancia es un arco iris perdido entre todas sus novelas, no es necesario aquí citarlas, no alcanzaría nuestro espacio disponible para relacionarlas. Se puede afirmar, a la luz de tantos estudios que incluyen la creación de  un instituto de investigaciones especializado en Robert Walser en Alemania, que su infancia estuvo marcada por el abandono de sus padres y ser el incomprendido de su familia. Robert es el séptimo hijo de ocho y mantuvo una relación estrecha con su hermano pintor Karl Walser. Su madre, transtornada mentalmente, como él, le heredó la pregunta y el misterio que iluminó y obnubiló los ojos de otro judío entrañable y borgeano: Cansino Assens. 

“Un niño que constituía una esperanza decidió un día esconderse [...] Se decía que escondiéndose sería pasajeramente valioso, que durante el tiempo que mediase desde su ocultamiento hasta que descubrieran su invisibilidad se revestiría de una especie de nimbo. Así opinaba, y de hecho no se equivocaba un ápice. Los niños enfermos o extraviados son más valorados que los que se saben seguros, pues de estos no es preciso ocuparse o  preocuparse. El niño del que hablo, en apariencia distinguido, jugaba casi con la madre al desear que lo tomara en serio (Madre e hijo, 1929)” Y aunque escribió este texto ya entrando a los cincuenta años, y su madre ya había muerto, es un recordatorio o una evocación de que nunca tuvo una relación amorosa con ella y esto marcó su larga vía hacia la locura.

    En su texto Robert Walser Una biografía Literaria Jürg Amann nos cuenta cómo nuestro autor aprendió a inventarse lo que le faltaba, así solía imaginarse que estaba enfermo. Pero en realidad estaba sano y entonces  una noche, cuando empezó a entrar al sueño, yaciendo de espaldas tapado hasta la nariz, se encendió la luz y apareció su padre. Entró en el cálido resplandor amarillo de la lámpara para ver cómo se encontraba su hijo enfermo. Le dio la bendición. Urbi et orbi. Sin palabras ni gesto alguno. Luego llegó su madre, le sonríe. Le hace un guiño. Y mueve los labios infinitamente finos e infinitamente bellos. Estás sano, le dicen sus labios.  Claro que está sano. Sólo quiere estar enfermo otro día más. La madre menea la cabeza. “Cuando pienso cómo nosotros, los niños, tuvimos que abrirnos paso así, uno tras otro siempre, a través de fallos y sensaciones bruscas, rápidas, y cómo todos los niños del mundo tienen que hacer lo mismo, con tanto riesgo para su integridad juvenil, no quisiera alabar precipitadamente la infancia como una etapa dulce y entrañable, y, no obstante, sí quisiera alabarla, pues pese a todo es un recuerdo precioso.” Esto lo escribió en Los hermanos Tanner, 1906, y es la primera novela que le publicó Bruno Cassirer.


La juventud y la desventura del escritor

La vida es de por sí una excelente inventora.
¿No nos basta con eso?
R. Walser /Escrito a lápiz. Microgramas 2 (1926 – 1927)

No sabemos con precisión  a qué edad Robert Walser empezó a escribir, podría ser a los quince años o más adelante. Su tipo pertenece a esa herencia literaria de los caballeros que vestían de manera llamativa y descuidada, en los años veinte del siglo pasado; “¡Qué atrevido y fantasioso era yo a los veintitrés años!” rememora.

Walter Benjamin ha dicho que las frases de Walser tienen como objeto hacer olvidar la anterior y cuando leo La Habitación del Poeta en una tarde lluviosa como en esta que escribo, lo imagino saltando entre las treinta prosas breves, cinco poemas y cuatro fragmentos que se daban por perdidos y que fueron publicados en Alemania por primera vez en forma de libro en 2003. Aquí desfilan los personajes más walsianos de su literatura: un poeta que vive en un cuarto de baño y un niño que antes de ser hombre fue una ola.

Y si alguien puede exhibir un olfato agudo en su escritura es el mismísimo  Walser; es una especie de Jack el destripador, disecciona la realidad, la pule de tal manera que surgen de su pluma una especie de exquisitas miniaturas, temas que pueblan la noche, sombras anticipadas de los días que le esperaban en el sanatorio bernés de Waldau.


El Paseante   

Estas exquisitas miniaturas, fugaces, inesperadas, cotidianas, detalles sin importancia para la pluma de los ‘grandes’, es donde se concentra el escritor, sustancias y cosas a las que nadie presta atención, donde los sentimientos surcan el espejo y en las astillas del reflejo hallamos el desamor, la niebla de lo fugaz: “De hecho –dice Walser sobre la ceniza – sólo con una penetración algo profunda de ese objeto aparentemente tan poco interesante pueden decirse muchas cosas, por ejemplo que, si se sopla la ceniza, no hay en ella lo más mínimo que se niegue a dispersarse al instante volando. La ceniza es la humildad, la intrascendencia y la falta de valor mismas y, lo que es más hermoso, ella misma está obsesionada con la creencia de no valer nada. ¿Se puede ser más inconsistente, más débil y más  insignificante que la ceniza? Sin duda no es fácil. ¿Hay alguna cosa que pueda ser más transigente y paciente que ella? No, desde luego. La ceniza no tiene carácter y está más alejada de todo tipo de madera de lo que lo está la depresión de la alegría desbordante. Donde hay ceniza, en realidad no hay nada. Pon tu pie sobre la ceniza y apenas notarás que has pisado algo”.

Precisamente sobre la ceniza de Walser,  Sebald apunta: “Lo altamente emotivo de ese pasaje, que no tiene igual en toda la literatura alemana del siglo XX, tampoco en Kafka, estriba en que allí, en ese ensayo casi casual sobre ceniza, aguja, lápiz y cerilla, el autor escribe en realidad sobre su propio martirio, porque esas cuatro cosas que le importan no han sido alineadas caprichosamente, sino que son los instrumentos de tortura del autor o, mejor dicho, lo que necesita para escenificar su autocremación y lo que queda cuando el fuego se ha extinguido”.

J. M. Coetzee ensaya sobre Walser en su libro Inner Workings. Traza un retrato del escritor: “La escritura de su juventud le dejó un sentimiento de orgullo al considerarla prístina y abundante. Los manuscritos que le sobreviven a esos días –meras copias –son modelos de fina escritura. El acto de escribir fue, sin embargo, uno de los sitios donde primero se manifestaron sus disturbios psíquicos. En algún momento en sus treintas (no tiene certeza sobre la fecha) empezó a sufrir de calambres sicosomáticos en la mano derecha. Él atribuyó esto a un sentimiento de oposición inconsciente a la pluma como una herramienta;  era capaz de superar esto al abandonar la pluma por el lápiz”.

Escribir con un lápiz era de suma importancia para Walser y su método de escritura que denominaba “pencil system” o “pencil method”. Este procedimiento significaba algo más que el uso de un simple lápiz. Cuando cambia de la pluma al lápiz su escritura se radicaliza sustancialmente. A su muerte deja cerca de 500 hojas de papel cubiertas de borde a borde  de filas de delicados, diminutos signos caligráficos a lápiz, un escrito tan difícil de leer que en su transcripción los traductores pensaron que pertenecieran a un diario en código secreto.

Walser es por excelencia el no-Rimbaud del siglo XX. Je suis autre encarna la ausencia en la literatura o el tiempo que Walser vivió en el psiquiátrico de las montañas suizas.  Cuando vivía en Zurich se cambió continuamente de domicilio. De regreso a Berna empiezó a beber demasiado; sufría de insomnio, escuchaba voces imaginarias, tenía pesadillas y ataques de ansiedad. Intentó suicidarse, pero falló porque, como él mismo admitió “no puedo ni siquiera hacer el nudo de la horca como se debe”.

Era obvio que no podía continuar viviendo solo: su madre había sido una depresiva crónica; un hermano se había suicidado; otro había muerto en un hospital mental. Una hermana fue presionada para que lo acogiera, pero ella se negaba. El escritor decidió entonces en un acto de humildad ser internado en el sanatorio en Waldau. “Marcadamente deprimido y severamente inhibido” se lee en el reporte médico inicial. “Responde evasivamente a preguntas de estar harto de la vida”.

¿Recogía flores para depositarlas sobre mi desdicha?, me pregunté, y el ramo cayó de mis manos. Me había levantado para irme a casa;
 porque ya era tarde, y todo estaba oscuro.
              Robert Walser/ El Paseo


Autodidacta, errante solitario, caminante insaciable, finísimo estilista de la lengua alemana y provisto de una mirada agilísima capaz de destripar la realidad con la más suave ironía e imaginación. Pero, ¿qué es la imaginación? pregunta Rider Haggar en su novela Ella. Y responde “¡Quizás sea una sombra de la verdad intangible, quizás el pensamiento del alma!”  ¡Exacto! ahí está la mirada y la escritura de Walser, en esa sombra de la verdad intangible, tanto que su sol se ocultó antes del atardecer en los psiquiátricos donde paso una cuarta parte de su vida. Y tu deseo de pasar desapercibido e invisible, fue mal logrado querido Robert, porque ahora te leemos  y disfrutamos de tu  presencia escritural. A final de cuentas “La vida se lee de la misma manera como se lee un libro” diría el maestro Henry Miller.  Y tu vida fue un paseo interminable por esos páramos y montañas que querías con el buen amor humano, y tu sensibilidad al paso  por este planeta siempre te acompañó con un rasgo de humildad y desobediencia civil al dictado de los poderosos. Fuiste servicial y mayordomo de los nobles y ricos, pero sólo para entender esa rustica dialéctica entre el amo y el esclavo. Y entonces escribiste tus novelas El Ayudante y Jakob Von Gunten.

Sin embargo Walser no sólo desempeñó trabajos arduos y humillantes. En 1903 se empleó en la fábrica de tejidos elásticos Ganzoni en Winterthur, después pasó a una escuela de reclutas en Berna, y a mediados de este año se contrató como “ayudante”  del ingeniero e inventor Dubler en Wädenswil, junto al lago Zurich. Habría que leer esa extraña novela El ayudante en la que escribe sobre la extraña fidelidad fatalista de un ayudante hacia su señor (inventor de objetos inútiles, jugador y arruinado), y su melancólica esposa, como reflejo de los años que pasó en Zurich.

Jürg Amann y Carl Seelig han registrado los paseos de Walser, sobre todo este último en su hermoso libro de crónicas  Paseos con Robert Walser, que da inicio un 26 de junio de 1936 y termina el día de la muerte de nuestro querido escritor, el 25 de diciembre de 1956. No es solamente un nómada urbano, también le gusta emprender largas caminatas por el campo. Amann relata cómo recorre trayectos increíbles en muy poco tiempo. De día o de noche. Zapatos y calcetines se desgastan durante el camino, como si fuera la cosa más natural de mundo. Va  a pie de Munich a Würzburg, en un día. O en dos jornadas de Berna a Ginebra, pasando por Friburgo, lo que como mínimo parece una locura. Es su locura, entonces, la que impulsaba su deseo de pasear, porque para él la vida siempre fue un paseo. Y esto lo relata de una forma magistral Carl Seelig cuando le pregunta:
- ¿No quiere usted ir a Turquía?
-¡No merci!... no quiero ir a ninguna parte ¿para qué necesitan viajar los escritores, mientras tengan imaginación? (28 de diciembre de 1944)

El generoso y gran escritor Carl Seelig se despide de su amigo en la navidad de 1956 “El muerto que yace en la pradera nevada es un poeta al que extasiaba el invierno, con su ligera y alegre danza de copos. . ., un verdadero poeta, que anheló como un niño un mundo de paz, de pureza y de amor:

Nieve

 Nieva que nieva, la tierra se cubre
 de un blanco quejido allá a lo lejos.
 Vacila bajo el cielo el hervidero
 de copos en un ay, nieve, la nieve.
 Una quietud te da, una amplitud,
 me ablanda el mundo blanco de la nieve.
Mi afán, pequeño, pues, y luego grande, en lágrimas me apremia de por dentro.
                                                                     Robert Walser

1 comentario:

  1. apasionante lectura--cada vez más me empeño en seguir esos laberínticos pasajes de las mentes creativas y sufrientes--- para entender algo de mí de todo---

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