¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

lunes, 9 de julio de 2012

LAPICERÍAS GENIALES

Cecilia Dreymüller 





Quince años tardaron en descifrarse aquellas hojas de letra minúscula escritas por Robert Walser que tanto intrigaron a los especialistas. Este volumen recoge los primeros años de esos microgramas que muestran el real yo walseriano personal y literario.

En una carta de 1927, Robert Walser mencionó haber padecido tiempo atrás un "tedio de la pluma" que le indujo a cambiar de material de escritura y servirse del lápiz y de todo tipo de papel: hojas de calendario, avisos de cobro, sobres, galeradas, recibos, incluso el margen de los periódicos. Los modestos utensilios de trabajo, especialmente el hecho de no usar hojas en blanco, libraron al escritor suizo de su bloqueo. Walser, que había escrito Los hermanos Tanner en seis semanas, sin apenas retocar el manuscrito, autoengañó el "colapso de mano" realizando esbozos que posteriormente reelaboraba y copiaba a pluma. Posiblemente utilizó este procedimiento desde 1917, pero no se conservan bocetos de esa época. A partir de 1924 se guardaron y así los recoge, por orden cronológico, la presente edición, concebida en tres tomos. A la curiosidad del material y del origen de los bocetos se suma la fascinación de su caligrafía: fueron redactados en una escritura hoy en desuso y en una letra diminuta, cuyo tamaño concuerda, ciertamente, con la proverbial humildad de su autor y su ideal de escritor invisible.

El desciframiento

Así que los llamados "microgramas" no corresponden a garabatos enigmáticos de un enajenado grafómano, ni representan una derivación de la "enfermedad mental" del poeta, como presumía el amigo y albacea de Walser, Carl Seelig, sino que constituían el bloc de notas del escritor. Gracias a ellos se conoce la novela extraviada El bandido y las escenas dramáticas de Félix (editadas por separado). Walser apuntó en ellos ideas chistosas, observaciones del momento, la primera versión de poemas y relatos breves; pero ¡qué primeras versiones! Con la edición de los microgramas, se abre ahora el taller del escritor -su "almacén de lenguas y laboratorio lingüístico"- y nos permite comprobar la asombrosa plenitud creadora de Walser. Sus "lapicerías", de las que empleó menos de la mitad para la publicación, están en su mayoría tan magníficamente redactadas que no se distinguen de los textos corregidos. El propio Walser no tardó en revelar el secreto de tamaña excelencia: "Por lo general, antes de ponerme a escribir, me enfundo primero una bata de prosas breves". Si bien la mayor parte del conjunto no fue destinado a la publicación, posee una enorme fuerza narrativa, manifiesta desde sus mismos títulos: "Al suave viento del este, colgado de la robusta rama de un roble, un gran duque que se había ahorcado agitaba los pies luchando por abandonar el reino de la absoluta certidumbre".

Precisamente por su carácter fragmentario, de almacén literario, en los microgramas se encuentra el Walser de todos los registros y géneros, en pleno ejercicio paradójico: el lírico de la calle, el intelectual bufonesco, el irreverente compasivo, el introvertido enamorado de la vida. Uno de los grandes atractivos del libro es que se puede abrir al azar y toparse con una multiplicidad de facetas de un autor convertido en personaje que se prodiga en parodias folletinescas, retratos de tipos observados en calles y tabernas o diálogos con figuras literarias. Estos textos póstumos tratan, sobre todo, y en ello estriba su mayor interés, del autor que se contempla en el espejo de la escritura. Escrito a lápiz es un libro eminentemente autorreferencial, donde el yo walseriano reflexiona -con escepticismo y autoironía- sobre lo que está haciendo mientras escribe: "¿No parecerán estas líneas escritas por una camarera? Sin duda alguna me saldrá una de esas novelas tremendamente fútiles en las que soy un gran especialista". Walser confirma aquí su condición de "tenedor de ocurrencias", "el que siempre tiene una risa a punto, el estupendo", cuyo espíritu lúdico es la marca específica de su modernidad. Su alegría, su saltarina comicidad, embelesan tanto como su agudeza psicológica y su finura expresiva. No hay mayor felicidad que abrir una página y dejarse llevar: "Oh, era una vida serena, delicada, profusamente adornada con hepáticas, en esa región verde y silenciosa, en medio de la provincia, con sus horizontes en cierto modo refrescantes, que todo lo ponderan".


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