¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

lunes, 23 de julio de 2012

RENDIJAS DE LA CONCIENCIA

José María Guelbenzu



Un bandido enamorado. Un ser que rehúsa a la conciencia como referencia de vida. Ése fue el retrato literario que Robert Walser hizo antes de abandonar la escritura. El autor suizo cerraba así un ciclo que confirmaba su ruptura con los cánones de la novela tradicional.

"Siempre el hombre que tiene conciencia de sí mismo choca con algo hostil a la conciencia". Esta frase, tomada por Claudio Magris del Jakob von Gunten me parece perfectamente definitoria del mundo y los personajes de Robert Walser (1878-1956). Y es perfectamente aplicable a este bandido que se esconde y se muestra en las páginas de la última de sus novelas. En realidad, el libro tiene un tono de confesión, como casi toda la obra de Walser, una confesión que es también una autojustificación y de ahí parte uno de los cauces de su ironía. En El bandido hay un narrador que nos cuenta la vida del bandido; este bandido es, sencillamente, un ser difícil de encajar en el orden burgués predominante porque no posee ninguna de las cualidades apreciadas por ese orden, pero no es un individuo peligroso sino raro, porque finalmente todo su deseo es someterse. El narrador actúa como intérprete y álter ego del bandido; sin embargo a medida que avanza el texto y, sobre todo, en su último tercio, lo acaba desplazando y, en cierto modo, sustituyendo como si, en realidad, el personaje protagonista se hubiera venido desdoblando en dos: el que actúa y el que lo narra. La novela es un repaso demoledor al orden burgués realizado desde dentro, desde la mano del narrador que conduce al bandido, es decir, desde su propia contradicción.

La mecánica de actuación del bandido es simple: siempre piensa lo que debe hacer, pero si se lo autorizan, su reacción es no hacerlo. No hay un solo paso adelante en su vida que no vaya seguido de un paso atrás. Todo su esfuerzo vital se reduce a actuar de este modo e interpretar inmediatamente sus actos de modo que su conformismo y su desconcienciación se conviertan en valores positivos de la figura que imagina ser. Esta forma de sometimiento, de conformismo, es sin embargo una estrategia de renunciamiento que, en realidad, le lleva tanto a escapar de ese orden burgués como de la conciencia de ser poseído por él, pero diluyéndose en él; se trata de no ser, simplemente, renunciando a la conciencia, a la individuación; se trata de someterse como modo de escurrirse por las rendijas de lo establecido. Y eso es, paradójicamente, lo que le convierte en un raro. Hay una frase de un personaje de Gombrowicz que definiría muy bien al bandido: "Mais me révolter? Mais comment? Moi? Serviteur?".

Y el bandido se siente muy agusto en el anonimato; dice de él el narrador: "Le bastaba caminar por entre el gentío para ser feliz, le parecía tremendamente placentero". Ésta es la imagen del flâneur baudeleriano, del gozo de sentirse anónimo entre la multitud. De hecho, el personaje de su novela El paseo es un flâneur.Como señaló el mismo Magris, Robert Walser es un hombre que no tiene fe en el proceso de autoconciencia del espíritu, lo mismo que otros maestros de su generación. La misma construcción de sus textos lo muestra con toda claridad. En El bandido, novela que exige paciencia y lucidez abundantes al lector, la fragmentación es total; el modo de hilar escenas, anécdotas, reflexiones, sentencias, momentos, tiene una apariencia de dispersión -incluso promete continuamente explicaciones que luego no da-, convertidas por la voz del narrador en imágenes y escenas que sin embargo se van encadenando sugestivamente porque lo que el lector va descubriendo poco a poco es que, en realidad, construyen la cabeza del personaje y su actitud ante la vida, constituyen una realidad e incluso una verdad. El resultado pertenece al género de lo grotesco, pero no menos de lo que pertenece a lo grotesco una novela como el Ferdydurke de Gombrowicz.

"En estas páginas habrá hechos que al lector le parecerán misteriosos", dice el narrador, "y ésa es, digámoslo, nuestra intención, pues si todo estuviera en su lugar, si todo fuera comprensible, el contenido de estas líneas les haría bostezar enseguida". La escritura de Walser está en abierta ruptura con los cánones de la novela tradicional. En la estela de su concepción de la literatura y del mundo están obras posteriores comoEl castillo de Kafka, El hombre sin atributos de Musil (cuánto debe el sentido de la ironía de éste a Walser) o el mencionado Ferdydurke de Gombrowicz. Su empleo de la paradoja contiene un sentido crítico y expresivo que va más allá del agudo ingenio a lo Chesterton (tan en las antípodas de Walser, por otra parte) y se demuestra en expresiones como ésta, como la que se refiere a la nostalgia de una muchacha inculta casada con un hombre culto, junto al que se siente descolocada e infeliz: "Qué rica se había sentido en su ignorancia".

So capa de una alegoría de la mediocridad, lo que El bandido cuenta es una vida que transcurre por la cara oculta de la mediocridad, una asunción de la disolución en lo indiferenciado (¿lo masivo?), tras lo cual se encuentra una formidable representación de ese hombre moderno incapaz de creer en la conciencia como una referencia de vida. Y lo cierto es que, tras la muerte de Dios, ese problema se instituye quizá como el más trascendente al que debe enfrentarse la sociedad occidental en el futuro. Una novela distinta y difícil, de lectura atenta y calmada para captar y disfrutar de toda su profunda ironía; nada complaciente, pero muy inteligente.



No hay comentarios:

Publicar un comentario