¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

martes, 1 de enero de 2013

ROBERT WALSER FUE UN HOMBRE MISTERIOSO Y ERRANTE, Y UN ESCRITOR CAPAZ DE TRANSMITIR EL PENSAMIENTO QUE OCUPABA SU MENTE

José A. Garriga Vela



EL escritor Robert Walser nació en Biel (Suiza) en 1878 y, tras vivir en varias ciudades antes de que le sorprendiera la muerte, murió el día de Navidad de 1956 mientras paseaba cerca del manicomio de Herisau; donde había pasado los últimos años de su vida aquejado de una enfermedad mental de origen hereditario que quebró su carrera literaria casi treinta años antes de morir. La obra de Robert Walser está compuesta por las novelas 'Los hermanos Tanner' (1907), 'El ayudante' (1908) y 'Jacob von Gunten' (1909). También tiene publicados varios libros de prosas breves como 'El Paseo', 'La rosa' y 'La habitación del poeta'. Se trata de breves joyas literarias que fueron celebradas por escritores como Kafka, que consideraba a Walser su escritor favorito, Thomas Mann, Musil, Canetti, que dijo: «De todos sus contemporáneos, Robert Walser se ha convertido a mis ojos -exceptuando a Kafka que no existiría sin él- en el más importante», Walter Benjamín, Thomas Bernhard, Peter Handke o Claudio Magris. 

Robert Walser reflexiona en sus textos sobre pequeños detalles, personajes, impresiones y circunstancias de la vida cotidiana que rapta de la realidad para inmortalizar por escrito esa sobrecogedora fugacidad. Robert Walser fue un hombre misterioso, errante, a veces irónico, que amaba la vida y se emocionaba con la belleza que brota de las pequeñas cosas. Un escritor capaz de transmitirnos el pensamiento que ocupa su mente, las sensaciones que experimenta mientras da un paseo y también es capaz de camuflarse dentro del cuerpo y el cerebro de personajes profundamente dispares. 

En una de sus prosas, Robert Walser señala que el escritor todo lo vive para sus adentros, es carretillero, restaurador y camorrista, cantante, zapatero y dama de salón, mendigo, general, aprendiz de banca y bailarina, madre, hijo padre, estafador, amante y creador. Él es el claro de luna y el murmullo de la fuente, la lluvia y el calor de las calles, la playa y el barco de vela. Es quien pasa hambre y quien se empacha, el fanfarrón y el predicador, el viento y el dinero. Es la moneda de oro sobre el contador. Es el rubor en las mejillas de la mujer a la que siente que ama, el odio del mezquino rencoroso; en suma, él es y deber serlo todo. Para él existe una sola religión, un solo sentimiento, una sola manera de concebir el mundo: refugiarse cual amante, con cuidado, en la forma de pensar, en los sentimientos y en la religión de otras personas, si no de todas. Se olvida a sí mismo cada vez que escribe la primera palabra, y cuando ha dado forma a la primera frase no quiere saber nada más. Supongo que todo eso habla a su favor.

Cuando Robert Walser habla del escritor se define a sí mismo. Se dice que él encarnó mil figuras y entonó mil voces sin revelar lo que pensaba realmente. Yo opino todo lo contrario. Creo que él estaba detrás de cada una de esas voces, se camuflaba en los personajes que describía y a través de ellos expresaba sus propios pensamientos. Lo escribió Watt Whitmann: «Soy contradictorio: ¿Y qué?; soy inmenso y contengo multitudes». Robert Walser era una persona inmensa con una sensibilidad maravillosa. Fue la voz del paseante. Su pensamiento. El niño que antes de nacer era una ola que se lo pasaba de lo lindo encrespándose y rompiendo en el mar; el hombre que buscaba comprensión en las flores; el amante de la cabaretera; el escritor que, como el propio Walser señala en uno de sus textos, escribe sobre lo que siente, oye y ve, o sobre lo que se le ocurre. El escritor acecha los acontecimientos, persigue las rarezas del mundo, busca lo extraordinario y verdadero. El escritor ve más allá de lo que se aprecia a simple vista. Ve detrás de las cosas. Robert Walser es un maestro a la hora de descubrir las cosas invisibles y contárselas al lector. 

En otra de sus prosas Robert Walser nos cuenta la historia del Robert Walser poeta que vive en un cuarto de baño. Él se siente a gusto en ese escueto lugar. Dice que el aire es húmedo, pero no importa, porque le gustan los aires húmedos y frescos. La habitación es baja, pero ha vivido en habitaciones aún más bajas. El polvo se acumula sobre los muebles. Pero el poeta nos confiesa que con el polvo le pasa lo siguiente: le gusta respirar el aire polvoriento. El aire sucio contiene una cierta magia romántica. El poeta del texto de Robert Walser duerme en una cama plegable que le cambió a una jornalera. Él le dio para su hijo un par de botas que no se podía poner porque le iban grandes. Así es como uno da al otro lo que le sobra y recibe un trato recíproco. La estufa del poeta es una estufa de baño y según él calienta que es una maravilla. Hubo un tiempo en el que el poeta vivó en una habitación elegante y señorial. Un conde no podría vivir con más distinción. Al final terminaron por echarle, pero a él no le importó. Imagino al escritor Robert Walser exhalando un suspiro de placer y diciendo: Es tan bonito poder soñar con la suntuosidad de antaño. Un par de paños, alfombras y mantas hacen que una habitación sea cálida. El poeta asegura que con eso tiene de sobra. Y luego el escritor Rober Walser que vive en un cuarto de baño, acaba diciendo: ¿Acaso no brilla el amable sol lisonjera y prodigiosamente? Y por la noche, ¿quién es esa muchacha curiosa y agradable que me contempla a través de la ventana? ¿Es la luna? Sí, es la buena y noble luna. ¿No debería estar contento? Sí debería estar contento. Tengo la cabeza clara y el alma rodeada de esperanzas amables y de ojos azules. Nunca, nunca jamás querría una vida distinta de la que tengo. Ésta y no otra distinta. Ni un ápice.

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