Ramiro T.
De vez en cuando (muy de vez en
cuando) cae en tus manos un libro de esos realmente especiales, un libro
prácticamente desconocido en las librerías, un libro de un autor de los que no
te suenan ni de casualidad…
De vez en cuando un libro te
frena en seco, te sacude la mirada y te refresca las ideas.
Ése es el caso de un pequeño
libro de la colección “Libros del Tiempo” de la editorial Siruela: EL PASEO, de
Robert Walser, Madrid, 4ª edición, 2001. Traducción de Carlos Forteca.
De entrada uno recibe el libro
con un cierto escepticismo… ¿quién será Robert Walser?, se le da un buen
repaso, se le acaricia, se mesura la calidad del ejemplar, la credibilidad de
la editorial, el año de publicación… se ojean las páginas, el tipo de papel, el
tamaño de la letra… se leen las primeras líneas…
“Declaro que una hermosa mañana,
ya no sé exactamentee a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté
el sombreo en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus,
y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle”
…y se guarda, se aparca en el
rincón de los libros especiales porque, como todo el mundo sabe, para leer
según qué libros se necesitan (según las personas) determinados estados de
ánimo.
Días (semanas, meses o años)
después, a saber por qué oscuros motivos, uno reconoce en su interior una
incierta inquietud lectora bien diferente de la lectora sed de cada día… es
entonces cuando, a saber por qué oscuros motivos, uno se acuerda al instante de
éste o aquél libro que no se sabe cuánto tiempo hace que nos espera.
Sólo en estos momentos cabe
acometer la lectura de “El paseo” y claro… se trata de apenas 70 páginas que se
leen en un suspiro y se digieren (quien no me crea que lo pruebe) con una
relajante sonrisa.
¿y de qué va la “cosa”?
Pues sencillo. Tal como queda
“declarado” en las primeras líneas del libro y tal como reza el mismo título,
se trata ni más ni menos que de un paseo que tan ricamente se da el señor Walser
(para más información poeta) por su pueblo, en algún lugar de Suiza, un día
cualquiera a media mañana.
La lectura es cuando menos
relajada o mejor dicho relajante. Uno se ve arrastrado por la tranquilidad
(evito términos como espiritualidad) por la paz de la narración, por el estado
“romántico-extravagante” en el que se reconoce el propio Walser…
“El mundo matinal que se extendía
ante mis ojos me parecía tan bello como si lo viera por primera vez”
Pero Alto!… ¿en qué año, en qué
mítica época se dio el señor Walser semejante paseo? Se atiende entonces, una
vez más, a los datos de edición del libro y se topa uno con la fecha: 1917 !!!
En plena Primera Guerra Mundial !! En los incios de la Revolución Rusa !!
Europa se bate en armas y Walser
pasea “romántico y extravagante” disfrutando hasta de su propia sombra.
¿Frívolo?
“Desde la superficie, me
precipité a la fabulosa profundidad que en ese momento reconocía como el Bien.
Aquello que entendemos y amamos nos entiende y nos ama también”
¿Trivial?
“Yo ya no era yo, era otro, y
precisamente por eso era otra vez yo. A la dulce luz del amor, reconocí o creí
deber reconocer que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe”
En absoluto.
En el contemplar del paseante
cabe toda una filosofía de la percepción:
“Su cuidadosa mirada tiene que
vagar y deslizarse por doquier, desinteresada y carente de egoísmo; tiene que
ser siempre capaz de disolverse en la observación y percepción de las cosas, y
ha de postergarse, menospreciarse y olvidarse de sí mismo, sus quejas,
necesidades, carencias, privaciones…”
Probablemente uno de los secretos
de “El paseo” sea lo contagioso de su tono. En apenas unas líneas nuestra
lectura se tiñe de esa inefable lógica optimista o alegre esgrimida por el
autor, que nos hace reconocer y participar de ese peculiarcísimo estado de
ánimo.
La magia de “El paseo” es ese
contemplar puro, esa conciencia de poeta valientemente defendida por encima de
las exigencias sociales y sobre todo esa voz límpida hasta lo absoluto.
A riesgo de abusar de las citas
prestadas del libro, no puedo sino terminar este breve paseo por “El paseo” con
otro de sus párrafos, con todo un arrebato (permítaseme expresarlo así) de
lucidez realista, con un jirón de naturalleza humana:
“A veces ando errante en la
niebla y en mil vacilaciones y confusiones, y a menudo me siento miserablemente
abandonado. Pero pienso que es bello luchar. Un hombre no se siente orgulloso
de las alegrías y del placer. En el fondo lo único que da orgullo y alegría al
espíritu son los esfuerzos superados con bravura y los sufrimientos soportados
con paciencia. Pero no gusta derrochar palabras a este respecto. ¿Qué hombre
honrado ha mantenido por completo intactos a lo largo de los años sus
esperanzas, planes, sueños? ¿Dónde está el alma cuyos anhelos, osados deseos,
dulces y elevadas concepciones de la felicidad se cumplieron, sin tener que
hacer descuentos en ellas?
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