Nicolás Gelormini
“¡Joven, provenga usted de donde
provenga, sea muy burgués o no, a usted le falta la chispa divina!”. Con esta
versión propia de una fallida prueba de talento, Robert Walser –que por
entonces (1905) rondaba los diecinueve años– dio por concluida su no comenzada carrera
de actor y al mismo tiempo decidió convertirse en “un gran escritor”.
“La nueva misión en la vida
exigía, según parece, un cambio de lugar de residencia”, escribe Robert
Mächler, el más importante de sus biógrafos. Esta sentencia puede aplicarse a
la obra misma de Walser: con cada cambio de ciudad, un cambio de estilo. Y las
ciudades no son muchas, son cuatro: Zürich, Berlín, Biel y Berna. Wlaser,
nacido en Biel (Suiza) en el año 1878, no tuvo una vida sedentaria ni mucho
menos: “Me conformo con llevar una vida nómade dentro de los límites de nuestra
ciudad”. Esta vida nómade implicaba cambios casi ininterrumpidos de trabajo y
de lugar de residencia; según el período, más intensivos o no. Teniendo en
cuenta las ciudades ante mencionadas, una ojeada al mapa basta para definir dos
grandes líneas de interpretación de la obra de Walser.
Por un lado, el kafkiano mundo
centroeuropeo del escritor fantástico; por otro, la patria suiza realista de
los paseos por el bosque y Guillermo Tell. Otra oposición surge según se
considere la distancia de Walser con sus contemporáneos. Walser “pariente” de
Kafka, Walser periodista, Walser y el Jugendstil. Cada vez son más numerosas
las lecturas que lo acercan a los discursos de su tiempo.
Por otro lado, aquellos que lo
consideran un escritor incomprendido, le otorgan un privilegiado lugar marginal
y enarbolan la figura del poeta encerrado en su buhardilla o muestran su foto,
donde aparece caído sin vida sobre la nieve, en 1956, luego de un paseo
solitario una noche de Navidad por los alrededores del hospital psiquiátrico de
Herisau, lugar donde permaneció internado los últimos veintitrés años de su
vida. Aislamiento y locura, dos platos deliciosos para quienes quieren, hagan ficción o no, estetizar
circunstancias personales que, penosas o no (Walser suscribiría esto último)
poco tienen que ver con la literatura. Cuando relató la vida de Hölderlin,
destino similar al suyo, Walser concluye su breve pieza con las siguientes palabras:
“Hölderlin salió de la casa, vagó todavía un tiempo más en el mundo y cayó
luego en una demencia incurable”.
Zürich 1895-1904. El primer libro
Los textos de Walser se
adelantaron a su autor. Su primera publicación conocida es la de una selección
de poemas que apareció en 1896 anónimamente en el diario suizo Der Bund.
Posteriormente, el autor colaboró, instalado por unos meses en Münich, con la
prestigiosa revista Die Insel, alineada en las filas del Jugendstil –el art
nouveau en su versión alemana–. Tras una breve estadía en Berlín, regresa a
Zürich en 1904, año en que aparecerá su primer libro, Las composiciones de
Fritz Kocher. En esta recopilación (cuya reciente edición en Eudeba reproduce,
a diferencia de la española, las ilustraciones originales de Karl Walser,
hermano del escritor), Walser reúne los supuestos trabajos de un alumno de
segundo grado de nombre Fritz Kocher. Dichos textos ya habían aparecido como
artículos en Der Bund y habían provocado la indignación de alguno de sus
lectores.
“Yo amo y venero los hechos”,
escribe Fritz Kocher refiriéndose a la escuela. Esta vocación de realidad
recorre casi por entero el texto y es extensible al conjunto de la obra de
Walser. Sin embargo, la simpleza aparente con que el mundo es aceptado implica
un trabajo y el niño confiesa su esfuerzo “por querer voluntariamente lo que
una vez se me impuso, y de cuya necesidad se me ha persuadido en silencio desde
todas partes”. Así, descubrimos otra de las vocaciones del niño, a saber: la
del sometimiento a la norma –sea ésta caligráfica, estilística o incluso lade
cortesía–, tan placentera para el protagonista, pues en ella “reconoce uno la
esencia de una persona”. Por eso, hay una reflexión permanente sobre el propio
estilo: “Es necesario que mejore mi estilo. La última vez recibí una nota:
estilo deplorable”. Pero si el estilo es el lugar del autodominio, también es
aquello que lo separa a él, pequeño escritor por encargo, del escritor
profesional.
Las breves redacciones de Kocher,
sometido con tanta voluntad a la norma que casi termina por anularla, tienen
temas clásicos (“La patria”, “Mi montaña”, “La feria”) y otros no tanto (“La
composición escolar”, “En reemplazo de una composición”). Tres textos, agregó
Walser, para la publicación en forma de libro de las composiciones: “El
dependiente”, “Un pintor” y “El bosque”. Son, a primera vista, independientes
de aquéllas. En el segundo, un escritor inexperimentado –un pintor– cuenta su
estancia en el castillo de una condesa. El primero y el último de los textos
poseen el carácter de una investigación, de una lectura ideológica y a la vez
ingenua del mundo comercial y del bosque, lugar tan privilegiado en la cultura
centroeuropea. Igual que en las demás composiciones, también aquí el narrador
aparece distanciado del “escritor profesional”, pero si la mano del pequeño
temblaba ante temas tan difíciles como la Navidad o la naturaleza, la mano del
dependiente “dispara, y vuelan las letras, las palabras, las frases como sobre
un campo paradisíaco, y cada frase tiene la graciosa cualidad de expresar
generalmente muchísimo”.
Berlín 1905-1913. Las novelas
Karl Walser, el hermano de
Robert, se había ganado en Berlín un importante lugar como ilustrador de textos
y diseñador de decorados para teatro. De esta manera, mudado a la casa de su
hermano en la capital alemana, Walser pudo entrar en contacto rápidamente con
escritores, artistas y, lo que es más importante, con editores. Así
aparecieron, editadas por Bruno Cassirer, las novelas Los hermanos Tanner
(1907), El ayudante (1908) y Jakob von Gunten (1909). A todas se les atribuye
un carácter autobiográfico que, de todos modos, no es necesario atender aquí.
Según Claudio Magris, las novelas de Walser son un “adiós a la totalidad épica
sirviéndose por una última vez de las formas de esa totalidad, descarnadas
hasta el hueso y reducidas a una estructura tan esencial que resulta
abstracta”.
En El ayudante, Walser narra la
estadía de Joseph Marti en la casa del inventor Tobler, donde se lo emplea para
tareas administrativas. Paseos por la ciudad cercana y excursiones al lago se
enlazan en una complicada dialéctica de amo y esclavo. “¡Mira qué amable soy!”,
responde en silencio Joseph a su jefe, y ésa parece ser la mejor arma contra el
colérico y tartamudeante ingeniero y su distante esposa: el tono. En este
contexto a medio camino entre lo comercial y familiar, el tono ocupa un lugar
parecido al que ocupa el estilo en Los apuntes de Fritz Kocher. Es en el tono
donde el sometimiento y la rebelión, son posibles. “Que el tono de voz no le parecía
del todo adecuado, se atrevió a decirle a su jefe”. Pero pese al excelente
estilo comercial de las cartas de Joseph, los inventos no se venden. La caída
de la casa Tobler es inevitable, sobre todo si se tiene en cuenta el derroche
permanente que realiza su dueño: “El ingeniero no introdujo en su casa ningún
nuevo régimen de vida. La batuta y la tonalidad siguieron siendo las mismas”.
Biel 1914-1920. La patria suiza
En Biel se forja la leyenda del
poeta aislado en su buhardilla. De hecho, Walser vive en la del hotel Blaues
Kreuz y coquetea con las empleadas. Alejado del mercado alemán por la guerra,
publica predominantemente en revistas y diarios suizos. 1917 es el año de
mayorcantidad de publicaciones: Obras en prosa, Vida de poeta, Pequeña prosa, todas
compilaciones de piezas breves. En el mismo año, aparece también una de sus
obras más conocidas, El paseo.
Cuando el protagonista de El
paseo decide abandonar la habitación, en la que había estado “incubando (...)
sobre una hoja en blanco”, podemos ver a la sedentaria literatura salir en
busca de su motor móvil, el vagabundeo. Éste, a su vez, se convertirá en
literatura cuando el paseante regrese y escriba. El espacio de la hoja en
blanco, que dejará de ser tal con la narración del paseo, es tan importante
como el tiempo del paseo mismo. Así, luego de encontrase con una “mujer que
parecía española, peruana o criolla”, el narrador huye apurado: “No puedo
desperdiciar ni espacio ni tiempo”. Y es así que este texto programático nos
habla también de una posición frente al mundo: “Decir sí a toda imagen de vida
y de muerte, un abrirse sin límite a las infinitas posibilidades del
encuentro”, como ha señalado Massimo Cacciari. El paseo puede conducir al mundo
o a la literatura. Sin embargo, El paseo no termina con un regreso del
protagonista, cargado de experiencias, a la hoja de papel, ni tampoco con la
pérdida del paseante entre todas las maravillas que se le ofrecen. Encerrado en
la oscuridad, luego de un movimiento de incorporación, “me había levantado para
irme a casa; porque ya era tarde, y todo estaba oscuro”. El bosque, las flores,
el recuerdo de la muchacha y la librería están allí para ser registrados por el
paseante y parecen decir: puesto que nos abandonas, es hora de irnos.
Berna 1921-1929. El folletín
Exceptuando La rosa (1925),
Walser ya no publica ningún libro más. Sus textos aparecen exclusivamente en
diarios y revistas, aunque no siempre con la periodicidad deseada y muchas
veces a regañadientes de los lectores que “amenazaban con suspender la suscripción
si se continuaban publicando esas tonterías”. Saltos bruscos en la narración y
forzamiento máximo de la lengua caracterizan este período. Según la
interpretación de Peter Utz, las voces de los paseantes que entran en la
habitación del escritor representan los discursos de época, de los que
injustificadamente se supone separado al poeta. Con ello, se desvanece la
aureola de escritor marginal, aislado en su buhardilla, que rodea tan
cómodamente a Walser. Peter Utz es precursor en el estudio de los textos
walserianos atendiendo al contexto en que aparecieron, el folletín –sección de
los diarios en la cual se publican pequeños artículos de interés general,
reseña de libros, novelas, o (definido negativamente) “todo lo que escapa a las
rúbricas establecidas de la política y la economía”.
Si, como escritor de folletín
–tal la tesis de Utz–, Walser se halla aislado de los grandes discursos y de la
alta literatura condenada a la inmortalidad, el autor dispone de recursos para
saltar la raya que separa, en los diarios de la época, las noticias serias de
las “femeninas” historias de folletín. Uno de los procedimientos favoritos de
Walser es la tematización de los códigos del folletín a los que se somete. En
el caso de “Reseña”, por ejemplo, el autor nos cuenta que ha leído la novela
objeto de su comentario “rápida y placenteramente a la vez”, tal como lo harán
a su vez los lectores perezosos y ávidos de entretenimiento que Walser imagina.
Microgramas, hasta 1933.
La ciudad privada
A partir de la década del veinte
y hasta 1933, año en que cesó toda actividad literaria, Robert Walser produjo
los que posteriormente se conoció como microgramas, textos escritos a lápiz en
letra minúscula no sólo sobre hojas en blanco sino también sobre recibos,
telegramas y otros papeles por el estilo. Durante mucho tiempo se pensó que
estos textos estaban redactados en un tipo de escritura indescifrable inventada
porWalser, hasta que Bernard Echte y Werner Morlang descubrieron que se trataba
simplemente de cursiva alemana corriente –escondida, eso sí, detrás de la
pequeñez del trazo–. Así comenzó la tarea de desciframiento (que todavía hoy
continúa) que permitió agregar a las tres novelas antes mencionadas una nueva,
El ladrón (inconclusa) y una cifra similar a la gran cantidad de piezas breves
publicadas. De esta manera, lo que parecía ser un dato biográfico más a
anotarse en la lista de las excentricidades psicológicas de Walser pudo ser
recuperado y puesto en el haber literario del autor.
Algo parecido ocurre con las
interpretaciones de que fue objeto este tipo de escritura. Fascinados con el
carácter de miniatura, algunos críticos no vacilaron en atribuirlo al deseo de
pequeñez o desaparición tan característicos de Walser. Sin embargo, Werner
Morlang no se dejó cegar por lo pequeñamente obvio e indicó el sorprendente
parecido que tiene el conjunto con “la diagramación de una hoja de diario”.
Este “diario privado”, donde
Walser era a la vez periodista y jefe de redacción, podría pensarse como una
quinta ciudad, virtual, donde el autor, sin el pacato lector medio de por
medio, pudo llevar libremente una vida nómade y literaria.
Walser sigue escribiendo
La ordenación cronológica de las
piezas breves en las Obras completas presenta dificultades. La puesta en serie
de textos destinados a una publicación separada no siempre resulta atractiva,
sobre todo si se tiene en cuenta la variedad temática del folletín. Quizás esta
idea animó a Völker Michels a publicar en 1994 la interesante antología
Liebesgeschichten (Historias de amor). Basándose en una declaración de Walser,
según la cual sus textos no serían más que “una novela que escribo y sigo
escribiendo”, Jochen Greven armó el mismo año una novela a partir de los textos
de la época de Berna. Más recientemente, en 1998, la escritora austríaca
Elfriede Jelinek publicó él no en tanto él, una obra de teatro a partir de citas de
Robert Walser. El texto se abre con la siguiente indicación para una eventual
representación escénica: “Muchos, pero de muy buen ánimo, diciéndose entre sí
(quizás en una bañadera tal como se usaban antes en los manicomios)”.
La renuncia de Walser a la
escritura ha sido siempre objeto de lamentaciones. En sus paseos con Robert
Walser, Carl Seelig le preguntó una vez por qué no seguía escribiendo. Walser
mencionó la falta de libertad (se encontraba, entonces, internado en un
manicomio). Jelinek da otra respuesta. Entre las cuatro paredes del hospicio,
digamos ocho (¿diez?, ¿doce?) Walser locos dicen sin razón: “Aquí, dentro del
bosque, está tan sereno como dentro de un alma, de la cual ya ha escapado una
obra”.
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