Fco. Javier Jiménez
«¿Seré un hombre de ciudad nato? Es muy posible».
Todos los escritos de Robert Walser, los publicados en vida y los que forman esa masa ingente de su legado, tienen algo de autobiográfico. Esta pregunta clave y con tanta carga simbólica se la hace el personaje central de Jacob von Gunten, una de las novelas más autobiográficas del escritor suizo.
Los walserianos españoles e hispanoamericanos estamos de suerte con la reciente publicación de una nueva «biografía literaria» de este escritor al que, gracias a editores como Carlos Barral, Felisa Ramos o Jacobo Siruela, vamos descubriendo poco a poco. Ahora Ediciones Siruela, que ya publicó hace un tiempo un hermoso texto de Sebald sobre Robert Walser, El paseante solitario, nos regala este libro de Jürg Amann que explora, de forma original, aspectos más íntimos y familiares de la vida de este escritor al que no deja de referirse como «nómada urbano».
En efecto, Walser tiene mucho del prototipo de ciudadano centroeuropeo de entreguerras que, preso del anillo de Clarise, vive una vida fragmentada, nunca resuelta, siempre en escorzo, en una constante trayectoria abierta que, cual flecha inmantada, nunca llega a dar en la diana.
Aún así, «él sigue adelante. Continúa igual. De trabajo en trabajo. Durante cinco meses es auxiliar en una empresa de banca y transportes en B. En dos editoriales de S. se dedica durante algún tiempo a los anuncios. En Z. es empleado sucesivamente como oficinista en dos fábricas de maquinaria rivales. Como criado doméstico limpia durante algún tiempo los zapatos de una dama judía, sacude sus alfombras, en las que no hay nada que sacudir, y le sirve la comida. Durante una temporada a un abogado le desordenará adrede distintos legajos. Durante un breve espacio de tiempo trabajará en una librería como un bibliófilo que desea convertir su bibliofilia en la base de su existencia A continuación, ni siquiera él mismo sabe qué hace en una fábrica de máquinas de coser… En todo ello su único consuelo es la transitoriedad de los trabajos».
Esta constante permanencia en la cuerda floja, en la transitoriedad en estado puro, en la liquidez de una vida que no llega a fijarse o anclarse en ningún puerto, se refleja a su vez en el nomadismo de un urbanita que no cesa de cambiar de domicilio:
«Si fuera una figura de ajedrez, sería el caballo. Dos pasos en línea recta, uno en diagonal. O dos en diagonal y uno en línea recta. Lo imaginamos más entre las casas que en casa. En las escaleras de los edificios, en los descansillos, en los umbrales. Más ocupado en inspeccionar habitaciones con caseros, y más frecuentemente aún con caseras, que habitando después estas habitaciones».
La figura de Walser siempre estará asociada, en lo literario a lo fragmentario, en lo personal, al flâneur sin dirección única, en lo estético y lo filosófico al paseo sin rumbo.
«Él no es solamente un nómada urbano, también le gusta emprender largas caminatas por el campo.» De entre todas sus piezas literarias, sin duda El paseo sigue deslumbrando con esa claridad del mediodía, cuando las cosas no tienen sombra.
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