¿Puedo acaso encontrarme si no hay nada qué descubrir en mí?
El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme.

martes, 17 de abril de 2012

ROBERT WALSER: EL MÁS SOLITARIO DE LOS ESCRITORES. LA INFLUENCIA DE SU ENFERMEDAD EN SU CREACIÓN LITERARIA

Marcelo Miranda, Leonor Bustamante, Carolina Pérez 



"Escribo para ausentarme"

"A menudo necesitamos del delirio para mantenernos de algún modo a flote en el oleaje de la vida"
Robert Walser


Robert Walser (Figuras 1b y 2), brillante escritor del siglo XX, deja de escribir tempranamente, cuando sólo tenía 50 años, para internarse por 3 décadas en un sanatorio mental hasta su muerte. Este hecho constituye una de las tragedias que probablemente han tenido influencia en el desarrollo de la literatura del siglo XX. La originalidad de su aporte, aún hoy de escasa difusión, y la influencia en éste de su controvertida enfermedad mental, hacen muy interesante difundirlo en nuestro medio.


Figura 1. A) Los microgramos de Waiser, con una escritura de no más de 1 a 2 mm de altura, sólo recientemente descifrados y publicados. B) Fotografías de Waiser en su sanatorio y en uno de tantos paseos, no dejaba su paraguas aún en días soleados13.


Datos biográficos


Walser nació en Biel, Suiza en 1878. Era el antepenúltimo hijo de una familia de ocho hermanos, cuyos padres eran pastores protestantes1,2. Autodidacta, reconoció haber estudiado en un colegio que parodió en su obra "Jacob von Gunten" (1909), llamándolo "el Instituto Benjamenta", dónde sólo formaban "ceros a la izquierda"3. Walser siempre fue un trotamundos, acogido entre otras ciudades por Basilea, Zurich, Viena, Stuttgart, Munich, Berlín, Ginebra y Berna. Sólo en esta última se conocen hasta 14 domicilios diferentes donde residió1,2. En relación a esta característica de su vida afirmó en uno de sus textos: "Una maleta es toda tu casa en este mundo"3.

Figura 2. Robert Walser a distintas edades, la última foto de la izquierda ya es de su último año de vida13.
Empezó a trabajar como botones en un banco a los 14 años, mientras su sueño era convertirse en comediante en un teatro de aficionados. Estudió finalmente para mayordomo, empleo en el que duró poco, como en todos, dedicándose luego a bibliotecario.

Completamente incomprendido, con nulo éxito comercial, vivió en la pobreza y producto de una enfermedad mental fue internado a fines de la década de los años 20 en los sanatorios de Waldau por 4 años y luego en Herisau, Suiza, dónde permanecerá por 23 años más. Al ingresar a este último lugar dijo: "Me he internado no para escribir sino para enloquecer"1,2. Ya una década antes, en 1921, había presentado alucinaciones auditivas y arrebatos de agresividad. Estando en un restaurante les gritó a algunos comensales vecinos "hasta cuando susurran"11. En este período además, abusó del alcohol.

Mantuvo una permanente tendencia a la soledad. El escritor Martin Waiser lo describió como "el más solitario de los escritores solitarios"2. Nunca logró tener una relación de pareja, y se involucró en múltiples trabajos mal remunerados y que le exigían poco en términos intelectuales: se desempeñó como copiador de textos, ayudante de un notario, empleado de oficina, etc.

En su familia existían varios casos de trastornos mentales: su madre, depresiva, y dos de sus hermanos con esquizofrenia, uno de los cuales se suicidó5.

A pesar de que Walser no tuvo éxito literario y siempre tuvo gran dificultad para publicar, su obra llegó a ser admirada por escritores de gran relevancia como Kafka y Hermann Hesse. Este último señaló "Si los poetas como Walser se contaran entre los espíritus dirigentes ya no habría guerras, y si tuviera cien mil lectores el mundo sería mejor. Sea como fuere, el mundo está justificado por haber gente como Walser"2,4. Otros autores como Robert Musil, Thomas Mann, Elias Canetti y más recientemente Vila-Matas en sus libros "Bartleby y Compañía", "El Mal de Montano" y "El Dr Pasavento"4, han contribuido a su revaloración. Elias Canetti comentó: "De todos sus contemporáneos, Robert Walser se ha convertido a mis ojos, exceptuando a Kafka que no existiría sin él, en el más importante"2.



Su peculiar estilo literario


La obra de Walser estuvo dedicada a mostrar hechos simples de la vida diaria y transmitir la sensación de maravilla que éstos le producían. Esto lo hace en un estilo particular, lleno de una sutil ironía. Sin embargo, tras esta apariencia de sarcasmo, su obra refleja una angustia no reconocida que Elias Canetti describe así: "Durante toda su vida, niega lo esencial, lo más hondo: su propia angustia", apuntando a ese dolor esencial que sub-yace a la obra de Walser. Es posible observar que su aparente éxtasis de jovialidad se desintegra en un vacío, en una tremenda soledad. A su hermana le escribió "es mejor vivir enlodado que triste. Dios odia a los tristes"2, refiriéndose a la incomodidad del trabajo, a los esfuerzos que debían llevar a cabo por la necesidad de supervivencia, algo que siempre lo agobió. Tal vez, la inusual alegría, humor y la frecuente ironía de sus frases fueran su defensa frente a tanta adversidad.

Los personajes casi anónimos y fugaces, la falta de hogar, lo provisional de sus existencias, son parte de su temática. La existencia humana, en la visión de Walser, consiste en una total superficialidad. Walter Benjamín dijo acerca de él: "Podría decirse que al escribirse ausenta". Sus opiniones se ven unidas por un hilo que parece imperceptible: es tal la variedad de frases luminosas, apuntes y parodias que, como si se trataran de meras acotaciones circunstanciales lanzadas al aire, revelan matices insospechados en los objetos, incluso en aquellos que creíamos más familiares y conocidos. Walser da a las cosas cotidianas cierta cualidad críptica, desconcertante, las envuelve en una atmósfera sensitiva y banal que es genial. Walser, expresó muy bien en este aforismo, el sentido de su arte: "No hace falta ver nada extraordinario. Ya es mucho lo que se ve"6. Walser revalora al antihéroe, a los limitados, los humildes, empequeñecidos; él mismo afirmaba que sólo se sentía"cómodo y feliz en las regiones aparentemente inferiores"7.

Walser es un verdadero miniaturista en el sentido literal. Papeles de distinto tamaño y textura, determinarán una forma de escritura con una letra minúscula a lápiz (de 1 a 2 mm de altura máxima) llamada "Microgramas" (Figura 1a), realizados entre 1924 y 1932. Estos "Microgramas" son su última obra, y corresponden a cerca de 526 artículos de prosa breve, rescatados por su albacea y amigo Cari Seelig. Estos manuscritos fueron descifrados pacientemente en un período de más de 20 años por los estudiosos suizos Bernard Etche y Werner Morlang7.



La personalidad de Walser

Walser se describe a sí mismo como: "... una entidad perdida y olvidada en la inmensidad de la vida"8 y refiriéndose a su relación con el mundo: 'qué desapasionado, prosaicamente práctico, noblemente soso es nuestro tiempo. Aunque tal vez tenga también su lado bueno: uno puede distinguirse por su extravagancia"9.

Su visión es premonitoria en relación a que la alienación y uniformidad cultural que venía adosada a la modernidad, se abrirían paso inexorablemente en el mundo occidental. En su vida aislada, con escasez de relaciones, así como en las características de su escritura, con estilo conciso, a veces muy ambiguo, y con la impresión de no tener un hilo coherente, pueden verse los inicios de su enfermedad psicótica: "..deja apreciada dama, que te haga llegar la buena nueva que abre la boca asombrada de que tú la escuches, se acaricia o se frota la oreja y pretende decirte que una vez servidor se quedó boquiabierto ante una librería en cuyo escaparate estaba expuesto un libro titulado "Bajo el látigo de la polaca", y que también ayer me entregué a los placeres del baño, donde tuve la ocurrencia de comportarme como un mendigo que tiene miedo al agua y al que nadie acostumbró de pequeño al aseo personal"7.

Nunca pudo establecerse y no logró la más mínima posesión material: no tuvo casa jamás, ni una vivienda duradera, ni un solo mueble y mantenía escasa pero pulcra ropa. No poseía libros, y en opinión de uno de sus escasos biógrafos, Sebald, ni siquiera conservaba los que él mismo había escrito2. Los que leía eran casi siempre prestados. Hasta el papel de escribir del que se servía era de segunda mano.

Walser reconoce una gran capacidad para amar que es incomprendida: "Soy dueño de un enorme capital de fuerza amatoria, y cada vez que salgo a la calle termino por coger cariño a alguna cosa, a alguna persona"10. Se queja de la recepción de esta postura: "hoy en día, se pretende meter enseguida en la lista negra de los raros a todo aquel que sea aún un poco dueño de sí mismo, lo que da brillante testimonio de la trágica falta de consideración, así como de una negligencia, lamentablemente demasiado arraigada en la sociedad, en los asuntos del trato y las relaciones humanas". Sólo conocemos un intento de relación amorosa, frustrada por lo demás, con Frieda Mermet, viuda, quien tenía su misma edad, era amiga de su hermana y dueña de una lencería, quien recibió al menos dos declaraciones de amor de Walser por carta. Así escribe el 7 de agosto de 1918: "¿le gustaría señora Mermet, poseerme en cuerpo y alma?", tres meses más tarde, insiste: "creo quesería hermoso ser su marido"10. La señora Mermet no aceptó, si bien siguió siendo destinataria de sus cartas más intimas y una amiga fiel hasta el ingreso de Walser al sanatorio de Herisau. Este rechazo ha sido considerado como un posible factor gatillante en el quiebre mental de Walser. La disposición tan extrema para amar de Walser no depende en absoluto de la correspondencia de ese amor. "Privarse del amor, eso es amar", "Si me prohiben amar amo diez veces más. Todo lo prohibido vive diez veces más". Walser necesita a las mujeres como encarnación y catalizador de una personalidad mejor, pues su amor hacia ellas le estimula ante todo a conocerse a sí mismo y a desarrollar su propia imagen ideal a partir de ellas10. Cuando esto sucede, se conoce a sí mismo tan intensamente que ya no es necesaria la correspondencia de su amor. Pues escribiendo se ha erigido un mundo a su medida que supera la realidad. "Para el hombre la mujer es algo que, a menudo sin conocerlo, necesita para fines más altos" escribe en su novela "El Bandido" (1925)8.

Walser disfrutaba del paseo y del andar sin rumbo fijo, lo apasionábanlos detalles y lo efímero, la dificultad de no ser nadie o lo absurdo que puede ser el amor. Siempre, en todos sus trabajos en prosa, se percibe el deseo de estar sobre la pesada vida terrestre, desaparecer suavemente y sin ruido hacia un lugar más libre. En una de sus mejores novelas, "Jakob von Gunten"3, leemos: "Las fatigas, los groseros esfuerzos que se precisan para alcanzar en este mundo honores y famas no están hechos para mi". En el fondo del arte de Walser hay un rechazo al poder, a la dominación: "Soy común, es decir, nadie", afirma el protagonista de esta obra. En una de sus mejores obras: "El Paseo" (1917)6, inicia el breve relato con estas simples palabras. "Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escala para salir a un buen paso a la calle". Contempla la belleza y exhuberancia de la plaza cercana, los jardines, los árboles; la hermosa voz de una mujer que canta un aria en una ventana, en suma, la naturaleza desnuda ante sus ojos; los de un poeta. El paseo semeja una fiesta de los sentidos para este lírico exaltado. Afirmaba: "es divinamente hermoso y bueno, sencillo y antiquísimo, ir a pie".



El diagnóstico de Walser


Aún existe controversia acerca de si Walser tuvo o no una esquizofrenia2,5. Para uno de sus biógrafos más exhaustivos, Bernhard Etche, quien se entrevistó con algunos de los psiquiatras que lo atendieron, como Spoerri, afirmaba que éstos mantuvieron dudas acerca del diagnóstico. Para Lyons y Fitzgerald5, en uno de los pocos trabajos que analiza la psicopatología de Walser, el escritor suizo cumple criterios tanto para un Síndrome de Asperger como para un trastorno de personalidad esquizoafectivo, pero no los criterios DSM IV11 para Esquizofrenia. De los criterios que apoyan el diagnóstico: alucinaciones, lenguaje desorganizado, conducta catatónica y síntomas negativos como afecto aplanado, lenguaje empobrecido y disminución de iniciativa, Walser sólo presentó alucinaciones. Para realizar el diagnóstico deben estar presentes 2 o más de esos síntomas. Las alucinaciones también es posible observarlas en individuos con un Síndrome de Asperger sometido a mucho estrés y ansiedad, y efectivamente los episodios psicóticos de Walser coinciden con mucha angustia. El diagnóstico de Asperger se fundamenta en la temprana presencia de retraimiento, ausencia de amigos, marcada incapacidad de desarrollar relaciones con pares y ausencia de reciprocidad social o emocional. Walser efectivamente era muy tímido, introvertido, socialmente torpe y receloso de la gente. Era incapaz y temeroso de formar relaciones personales y responder a los otros de una manera con significado emocional4. En la novela autobiográfica "Los Hermanos Tanner" (1907)9, el protagonista, dice "Realmente no estoy hecho para la amistad". Walser reúne las características de una personalidad autista como la describió Asperger, quien enfatizó los intereses sofisticados, inteligencia sobre el promedio, creatividad, originalidad de pensamientos y talentos que presentaban algunos de sus pacientes. Se postula que otros notables portadores del síndrome de Asperger fueron el filósofo Wittgenstein y el gran pianista Glenn Gould.

Su hermana Lisa fue quien lo internó en una casa de enfermos mentales en la población de Waldau en enero del año 1929. "¿Estamos haciendo lo conveniente?", le preguntó Robert ya en la puerta1,2. Por esa época escribió que había intentado varias veces suicidarse, pero que era incapaz de hacer correctamente un nudo. En los registros médicos se describen al ingreso síntomas como depresión, incapacidad para trabajar, dificultades para concentrarse, insomnio, temores nocturnos, manía persecutoria y algunos pensamientos suicidas, y se reconoce la presencia de alucinaciones auditivas. Toda esta sintomatología habría cedido al cabo de 6 semanas5.

El diagnóstico realizado fue el de esquizofrenia. Su hermana optó por declararlo interdicto y si bien los médicos no vieron después de algunos meses razón para que siguiera interno, su hermana rechazó recibirlo. Sin opciones, Walser decidió seguir en el sanatorio.

Hay cierta analogía entre su situación y la del gran poeta alemán Holderlin. Haciendo referencia a él, y al silencio de Holderlin a lo largo de los treinta y seis años que pasó encerrado en la torre de Tubinga, Walser afirmó: "Estoy convencido de que, en su largo período final, no fue tan desdichado como se complace en pintárnoslo los profesores de literatura. Poder dedicarse tranquilamente a soñar por los rincones, sin tener que estar haciendo los deberes todo el rato, no es ningún martirio. ¡Sólo la gente hace que lo sea!"4.

Carl Seelig, quizá el único amigo de Walser y su albacea, escribió "Paseos con Robert Walser"1, obra que describe 20 años de largas caminatas con el escritor suizo ya internado en Herisau. Contiene valiosísima información de las conversaciones e impresiones de Walser. Seelig retrata a un Walser que ha enmudecido, un poeta que "tuvo el tacto suficiente como para apearse de la vida". Walser tenía sólo cincuenta años y había dejado de escribir contentándose con la vida que llevaba de paciente en el sanatorio mental. Ayudaba en la limpieza de la cocina del hogar, clasificaba la basura, o leía alguna novela de autores como Julio Verne, en una postura rígida en un rincón. Las notas relativas a estos paseos nos revelan a un Walser que no parece en absoluto un enfermo mental, sino al contrario, un hombre muy sabio.

La prosa tan particular del escritor suizo constituye uno de los logros más originales de la literatura del siglo XX, un siglo que sobrevaloró la innovación. La originalidad de la obra de Walser es espontánea, no buscada o deseada por el autor.

Murió mientras paseaba en la nieve, en una de sus incontables caminatas diarias, en la Navidad del año 1956, en Suiza cerca del sanatorio de He-risau (Figura 3). Fue encontrado por unos niños. Curiosamente, Walser parece haber anticipado su muerte en la descripción que hace del fallecimiento del protagonista de la novela "Los Hermanos Tanner"9. En ella Sebastián, un poeta, es encontrado muerto en la nieve bajo un cielo constelado. Quién lo encuentra es Simón su hermano, cuyas palabras parecen una autoelegía anticipada: "con que nobleza ha elegido su tumba. Yace en medio de espléndidos abetos verdes, cubiertos por la nieve. No quiero avisar a nadie. La naturaleza se inclina a contemplar a su muerto, las estrellas cantan dulcemente en torno a su cabeza y las aves nocturnas graznan. Es la mejor música para alguien que no tiene oído ni sensaciones".

En Walser se hace verdad lo que afirma el escritor francés y Premio Nobel, André Gide (1869-1951). En su diario, Gide escribió el 6 de febrero de 1944: "...creo que las enfermedades son llaves que nos pueden abrir ciertas puertas. Hay un estado de buena salud que no nos permite comprenderlo todo, de alguna manera las enfermedades pueden favorecer las actividades creativas"12. G. Sebald, en su libro sobre Walser llamado "El Paseante Solitario"2, comenta la novela "El Bandido" y considera que el escritor suizo, al escribirla, se dio cuenta de que era precisamente el riesgo de enajenación mental lo que le permitía a veces una agudeza de observación y expresión que es imposible cuando se está plenamente sano. Con respecto a esto, Walser hizo el siguiente llamado en esa novela: "no leáis siempre y de manera exclusiva esos libros sanos; acercaos un poquito a la llamada literatura enfermiza, de la que tal vez podáis sacar un consuelo vital".

Si bien la escritura de Walser puede parecer psi-cótica, el hecho de haberse mantenido escribiendo al menos 4 años luego de haber sido internado, no es compatible con la declinación cognitiva que se observa en pacientes esquizofrénicos. Concordamos con que su psicopatología podría explicarse mejor por un Síndrome de Asperger.

Sólo en los últimos 15 años Walser está siendo traducido al castellano. Gran parte de sus obras ya están publicadas gracias a la iniciativa de Editorial Siruela. Este logro está permitiendo algo que el propio Walser no hubiera querido, obtener un reconocimiento más universal que indudablemente merece.





ÉL Y ELLA

Robert Walser




Por lo visto hay que considerarlos cultos tanto a él como a ella. Él era persona de mundo, y también ella; él era ingenioso, y no menos lo era ella. Podría decirse que ambos están en el punto álgido de la vida, rodeados por las sonrientes praderas de una cultura superior. Las ganas de saber les llevaron a conocer a multitud de personas y lugares. Ora se asentaban en un lugar, ora en otro, se familiarizaban con toda clase de costumbres, objetos y situaciones, y tan pronto se mostraban pasivos y reservados como activos y locuaces. La mujer se hizo construir una casa a la orilla de un lago e invitó a su amado a ponerse cómodo en su hogar. Él, que la tenía por su parte en gran estima, no sabía si aceptar o rechazar el ofrecimiento. Por lo visto era indeciso, prudente, se movía a tientas y gustaba de sondear y analizar las cosas. En el fondo ella era de una índole parecida, me refiero a que sabía muchas cosas y habitaba con su mente en todas partes. Vivía con el alma en un lugar distinto al que se encontraba físicamente. Amándolo como lo amaba, renegaba de este hecho, de modo que no lo amaba. A él le ocurría lo mismo. Siendo suyo era sin embargo de otra mujer. No sin ignorar que él era ambiguo e inseguro, ella le reprendía. Por su parte, tampoco él la privaba de lo que nadie gusta de oír o ver, de escenas delicadas. A veces, de tanta ternura, no sabían qué decirse. Luego se hacía un silencio que pedía a gritos una ruptura. Se habrá ya advertido que ambos eran egoístas y que preferían la independencia a la falta de libertad. A ella no le hubiera gustado verlo dependiente. El apego puede ser muy molesto. No obstante, si él no pensaba en ella, ella lo tenía por poco cariñoso. En cuanto a él, se alegraba de una independencia, la de ella, que no podía por menos de criticar. Ambos querían erigirse como modelos. En este sentido cada uno escribió un libro. Él leería el de ella y ella leería el de él. Ella escribía como una mujer, él como un hombre, si bien la escritura tiene de suyo un tono muy sutil, es masculina y femenina a un tiempo y emerge de almas dichosas.




viernes, 13 de abril de 2012

DESENGAÑO

Robert Walser




Un desengaño no se olvida nunca,
como es inolvidable la gracia de la dicha.
Recuerdo es la nostalgia,
porque es tan infinita,
que no se olvida nunca.


MÁS LEJOS

Robert Walser




Quise quedarme quieto,
y me empujaron más,
pasé entre negros árboles,
y bajo aquellos árboles,
quise quedarme quieto,
y me empujaron más,
pasé por verdes prados,
y junto a su verdor,
quise quedarme quieto,
y me empujaron más,
pasé por casas pobres,
y en una de estas casas
quise quedarme quieto,
quedarme un rato largo
mirando su pobreza,
y cómo asciende al cielo
el humo de su lumbre.
Dije esto y me reí,
rió también el verde,
y el humo humeante,
y me empujaron más.


EN LA OFICINA

Robert Walser




La luna desde fuera nos contempla,
y me ve a mí,
pobre criado distraído, bajo
la estrecha mirada de mi patrón,
cómo con timidez me rasco el cuello.

No, nunca conocí rayos solares
que una vida duraran,
ni los conoceré. La carencia es mi sino;
me agobia tener que rascarme el cuello
bajo la mirada de mi patrón.

Es la luna la herida de la noche,
gotas de sangre, las estrellas todas.
Como la dicha me queda muy lejos,
me he vuelto comedido;
es la luna la herida de la noche.


DEJADEZ

Robert Walser



Desde que me he abandonado al tiempo
siento vivir algo en mí, tibia, maravillosa tranquilidad.
Desde que bromeo sin parar con los días,
con las horas, se acoplan mis quejas.

Y he sido aliviado del lastre de mis culpas,
que me dañan, a través de una palabra no florecida:
tiempo es tiempo, que quiere trasnocharse,
que siempre me encuentra como obediente
ser humano, a mí, en el viejo sitio.


COMO SIEMPRE

Robert Walser




La lámpara aún sigue ahí
la mesa también sigue ahí
y yo sigo en la habitación
y mi Anhelo, ah,
como siempre, aún suspira.
Cobardía, ¿sigues ahí?
y Mentira, ¿también tú?
escucho un lejano sí:
la infelicidad aún está ahí
y en la habitación hoy,
como siempre, estoy.


MIEDOS

Robert Walser



He esperado saludos mucho tiempo,
frases suaves, al menos un sonido.

El miedo no es de voces o tañidos:
penetrar, sólo la niebla penetran.

Un secreto canto en acecho oscuro:
alíviame, pena, el arduo viaje.


EL RETIRO

Robert Walser





Tú ve allí, que allí todo
es fácil, quiero decir que estando allí
no necesitarás nada, y te sentirás bien contigo
siempre. Todo lo mejor
estará en y junto a ti, y todo alrededor
será claro, y también tú serás clara,
de tal modo que estarás eternamente
satisfecha contigo y con el mundo,
y de acuerdo con la vida.

Allí la tierra es verde y marrón
Y blanca como una alfombra, y si quisieras
Flores, bien, creo que también allí florecen,
Y que tampoco falta un cielo azul.
Trinan los pájaros en las ramas,
Y tienen mesas y sillas en todas partes
para que puedas dibujar
en una hoja de papel
todo cuanto sientes,
si es que te apetece
semejante pasatiempo. Pero más te gustará
descansar y entregarte al pensamiento
y soñar y sentirte sólo bien.

Tú ve. El lugar
se encuentra fácil. Si quisieras,
te podría acompañar;
así podremos los dos
alegrarnos de lo ameno
y hartarnos de observar lo bello,
sólo tienes que confiar en mí.
Seguro que encontrarás sólo
lo que quieres y que no pasará nada
que no pueda hacernos felices.


UN POETA LE DIJO A SU NOVIA

 Robert Walser
Traducción de Juan de Sola Llovet





Un poeta le dijo a su novia
«Ya sabes que soy un genio
Y que por eso no puedo evitar
Vivir al día cual inútil.
Es lo que hacían todos
Quienes se sintieron llamados a algo superior.
Los de mi linaje no nos resignamos a
Ser aplicados y trabajadores,
Es algo que dejamos para los burgueses».
Acto seguido, la muchacha respondió:
«¿Acaso te crees más que el resto?
Deberías avergonzarte de un orgullo tan descarado.

Si eres un verdadero poeta
Léeme lo que has escrito.
El cuento de No nos resignamos
Mejor se lo cuentas a otra
¡La arrogancia y las osadas frases hechas
No bastan para hacer un poeta!»
Él le mostró su último
Poema y dijo: «He tardado cuatro semanas
En escribirlo». «¿Qué?» exclamó ella. 
«¿Cuatro semanas?»
Lo leyó , y cuando hubo terminado,
Se rió en su cara y le tiró
El poema a los pies:

«Estos versos son horribles
Y el que los haya compuesto
Que se quite ahora mismo de mi vista».
El poeta estaba derrotado,
Se pasó la mano por el cabello
Y dijo: «No te lo tomes así»,
Y le dio un beso y recogió
El poema, se buscó un buen
Oficio, y se convirtió en un hombre honrado
Y ambos fueron muy felices
Y se amaron, tuvieron hijos
Y no hicieron nada que no fuera sensato.



TIEMPO

Robert Walser





Estoy acostado, tengo mucho tiempo, reflexiono, tengo mucho tiempo.El día es sombrío, tiene tiempo.Más tiempo del que quisiera, tiempo, tengo con qué medirlo, tiempo, largo tiempo. La medida crece con el tiempo. Una sola cosa adelanta al tiempo,es el deseo, pues ningún tiempo, iguala al tiempo del deseo.



jueves, 12 de abril de 2012

PASEOS CON ROBERT WALSER Y JUAN EMAR




Al igual que Walser, el chileno Juan Emar también forma parte de este presente literario que construimos rescatando del archivo del olvido aquellas palabras en las que nuestra imaginación encuentra eco y morada. La vida del escritor suizo Robert Walser (1878-1956) es la historia esquiva de una desaparición. Entre los años 1904 y 1925, antes de sucumbir a una enfermedad mental hereditaria, Walser se dedicó a escribir profusamente. Publicó quince libros, entre los que se cuentan Los hermanos Tanner, Jakob von Gunten y La rosa.

Comenzaré esta marcha tras los pasos de Juan Emar y Robert Walser visitando un pasaje de El anillo de Clarisse, en el que Claudio Magris plantea:

la historia literaria de estos años se halla marcada ante todo por los libros que han sido redescubiertos y recuperados a modo de voces que responden a nuestras preguntas: los narradores de nuestro tiempo son Robert Walser o Musil, publicados de nuevo medio siglo más tarde y no los autores que se asoman a las crónicas de la temporada. El destino de los dos últimos decenios lo encontramos escrito en muchas obras de fines de siglo o de los años treinta. (1993: 430)

Al igual que Walser, el chileno Juan Emar también forma parte de este presente literario que construimos rescatando del archivo del olvido aquellas palabras en las que nuestra imaginación encuentra eco y morada. La vida del escritor suizo Robert Walser (1878-1956) es la historia esquiva de una desaparición. Entre los años 1904 y 1925, antes de sucumbir a una enfermedad mental hereditaria, Walser se dedicó a escribir profusamente. Publicó quince libros, entre los que se cuentan Los hermanos Tanner, Jakob von Gunten y La rosa. El 25 de diciembre de 1956, después de comer con los otros pacientes del sanatorio mental en el que pasó los últimos años de su vida, Robert Walser salió a dar un paseo. Enrique Vila-Matas, en un episodio de El mal de Montano, describe esta caminata de Walser por la nieve:

Desde la cumbre se disfrutaba una gran vista sobre las montañas de Alpstein. La hora era tranquilizadora, era el mediodía, y fuera había nieve, nieve pura hasta donde alcanzaba la vista. El caminante solitario se puso en marcha, comenzó a aspirar a pleno pulmón el claro aire invernal. Dejó atrás el sanatorio de Herisau. (…) Dos niños le encontraron tumbado y muerto en la nieve, extasiado eternamente ante el invierno suizo. (2002: 285).

Vila-Matas termina de trazar ésta, su propia huella sobre la senda invernal del escritor suizo con las siguientes palabras: “Walser o el arte de desaparecer en Navidad, de saber abandonar en fecha tan sentimental el cuarto de los escritos, de los espíritus” (286). Alude, así al párrafo inaugural de El paseo (publicado originalmente en 1917), uno de sus libros más conocidos: “Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle” (1997: 9). Creo que incluso en un fragmento tan breve como éste es posible percibir su peculiar manera de contar las cosas, estilo que el propio narrador del texto comenta: “no podrá extrañar que diga que escribo todas estas, espero, elegantes y pulidas líneas con pluma de Tribunal Supremo. De ahí la brevedad, precisión y agudeza lingüísticas que pueden percibirse en algunos pasajes” (29-30). Ahora bien, esta clase de reflexiones sobre la naturaleza de la escritura interrumpe en reiteradas ocasiones el curso de la historia. Hacia el final del libro, por ejemplo, el narrador cuenta que un campesino ha derribado un nogal, acción que a su juicio merece un castigo ejemplar: nada más y nada menos que mil latigazos y la expulsión de la comunidad. Inmediatamente después, cuestiona su propio discurso, manifestando una especial preocupación por la pertinencia del léxico empleado:

Quizá he ido demasiado lejos en lo que respecta al árbol, la codicia, el campesino, el transporte a Siberia y los azotes que al parecer el campesino merece por derribar el árbol, y he de confesar que me he dejado arrastrar por la ira. (…) Yo mismo repruebo la expresión ‘cretino’. Desapruebo tan fea palabra y ruego al lector que me perdone. (62-3)

Es probable que a los lectores de Juan Emar les resulte familiar este tipo de composición en que un narrador en primera persona da cuenta del acontecer de manera escueta y objetiva, no se inmuta ante la naturaleza absurda o asombrosa de lo narrado pero sí se preocupa por la forma, el modo en que los hechos han sido relatados. Así, por ejemplo, en el capítulo de Un año dedicado a las peripecias del 1º de abril, el narrador-personaje comenta la inconveniencia de una palabra. En el cuerpo del texto describe el aspecto de los cosacos que ve pasar por la calle y señala que cada uno de ellos tiene “una sonrisa de alambre” (1996a: 30). En una nota a pie de página da cuenta de la génesis de esta expresión: “En mi original había escrito ‘una sonrisa estereotipada’. Lo leyó Vicente Huidobro. Me dijo: -No pongas tal cosa. Es la frase fatal de cuantos se sienten literatos... Pon..., pon..., espera..., pon ‘una sonrisa de alambre’.

¡Eso es!” (30). En el episodio del 1º de enero también aparece una reflexión de este tipo. El protagonista cuenta en su diario que ese día cuando empezaba a subir hacia la cumbre de una torre a la altura del vigésimonono peldaño, dio un trastabillón “(¡qué linda palabra!)” (18), comenta. Estas cavilaciones dibujan la figura de un narrador que, como Pedro Lastra señala respecto de Eduardo Anguita (cuando lo compara con Emar), “no sólo observa su proceso de escribir y reflexiona al pasar sobre una determinada palabra, sino que levanta de pronto la vista de la página, por así decirlo, para enfrentar y contradecir al lector convertido súbitamente en un interlocutor directo” (1994: 20). Mediante estas reflexiones sobre la textura de lo escrito, todos los elementos del andamiaje oculto de la narración emergen a la superficie. Es así como el narrador no sólo toma conciencia de sí, de su papel en el proceso de la escritura, sino que además ilumina la presencia del lector. Cierto es que cada texto inventa su lector, pero en el caso de autores como Walser y Emar esta figura emerge de manera explícita. El narrador-personaje de El paseo de Robert Walser concluye el análisis de su propio relato de la caída del árbol señalando que:

Como ya he tenido que disculparme varias veces, he alcanzado cierta práctica en la cortés petición-de-disculpas. (…) ¿No es encantador cómo corrijo los errores y allano las faltas? Al hacer concesiones, demuestro ser pacífico. (…) Quizá nunca un autor haya pensado en el lector, de manera constante, tan tierna y gentilmente como yo. (64)
Con un sesgo de ironía, medita aquí sobre su actitud deferente hacia el lector, preocupación que a mi juicio encubre su real intención:desnudar el artificio de la narración meditando en voz alta sobre la naturaleza de la creación literaria. Juan Emar también suele plasmar en su escritura esta preocupación constante por lo que el lector pueda opinar o entender. Aún más, en no pocas ocasiones Emar intenta acotar, precisar la imagen del narratario. El caso más claro es Umbral, que puede ser considerada como una gran epístola dirigida a Guni Pirque, uno de sus personajes.

Por otra parte, tanto en El paseo como en Un año, la figura del narrador tiende a confundirse con la del autor, ya que en ambos textos el protagonista es un escritor que relata su historia en primera persona. En el caso del libro de Walser, en el ya citado primer párrafo (“Declaro que una hermosa mañana…”), el protagonista al salir a pasear abandona un lugar particular de su casa: “el cuarto de los escritos o de los espíritus”, interesante imagen que Walser utiliza para referirse al escritorio del protagonista, al lugar en el que emanan las historias. En Un año de Juan Emar la identificación es más sutil ya que se marca principalmente a través de los pasajes metaliterarios, es decir, en las notas a pie de página y en el último episodio del libro, que dan cuenta del control textual que este narrador-escritor siente la necesidad de ejercer.

Regreso al texto del escritor suizo para revisar un pasaje que aborda otro aspecto de este asunto: el éxito o fracaso de una carrera literaria. “He escrito libros”, nos cuenta el narrador, “que por desgracia no han gustado al público y las consecuencias de ello son angustiosas. (…) El vivo interés por las bellas letras se da de manera en extremo escasa, y la crítica implacable que todo el mundo cree poder ejercer y cultivar sobre nuestra obra constituye otra fuerte causa de daño y frena (…) la realización de cualquier bienestar” (51). Esta situación ciertamente se aproxima bastante a la recepción real de la obra de Walser por parte de sus contemporáneos. En cuanto a Emar, quizás a estas alturas resulta incluso un tanto majadero insistir en que su obra fue víctima de la incomprensión del público y de la crítica de su época. En una carta que le escribió a su hija Carmen el 28 de junio de 1957, Emar señala: “Yo sigo escribiendo mucho: voy en mi libro ‘Umbral’ en la pag. 2.407 y tengo todavía para otras tantas páginas. No pienso publicar mientras yo viva. Después lo verán mis ‘herederos’. No quiero ni me interesa la opinión de críticos ni de público” (1998: 35). Estas palabras permiten imaginar la sensación de fracaso que debe haber experimentado tras la publicación de sus novelas y cuentos en los años 30.

Además de estas sintonías, también sabemos que Juan Emar y Robert Walser frecuentemente visitan en sus escritos el tema del paseo. El escritor suizo, en su novela homónima, registra precisamente el devenir de una accidentada marcha. Ya he revisado el comienzo de este texto, por ende, sabemos que el narrador abre su relato contando que una cierta mañana experimentó la intempestiva necesidad de salir a caminar. La narración da cuenta de las peripecias ocurridas en este largo paseo que se extiende hasta la llegada de la noche. En Un año de Juan Emar, en tanto, muchos de los días que se registran en el diario están marcados por los sucesos acaecidos en los paseos que el narrador emprende por la ciudad, hacia el mar o en un barco.

Más allá de la anécdota, lo interesante es que en la obra de ambos escritores el paseo representa la posibilidad de abrir la puerta a lo inquietante, a aquello que se aparta en mayor o menor medida de la lógica cotidiana. Así, lo inesperado acecha al paseante de Walser, al transeúnte de Emar. En este sentido, el paseante pone en peligro sin proponérselo el precario mecanismo de la costumbre y se convierte, por tanto, en sospechoso. Vale la pena mencionar ahora a otro ilustre miembro de esta escuela de paseantes que vamos conformando: Franz Hessel. En su libro Paseos por Berlin (cuyo epílogo “El retorno del flâneur” pertenece a Walter Benjamin), declara:

Caminar despacio por calles llenas de gente es un placer singular. (…). Pero mis queridos paisanos berlineses me dificultan hacerlo (…). Siempre recibo miradas de desconfianza cuando intento ‘flanear’ por entre los ocupados transeúntes. Me da la impresión de que me toman por un carterista. (Hessel 1997: 33)
Y luego sostiene que en su país “se está obligado a tener obligaciones; en caso contrario, no te está permitido hacer nada. No se puede ir a cualquier lugar, sino a un determinado lugar” (34).

En su cuento “El perro amaestrado” de Juan Emar, el narrador y sus amigos adiestran a un perro en el arte de atacar transeúntes. Desiderio Longotoma, el amo del perro, justifica así estos ataques:

Todo transeúnte es un absurdo. Cada ser humano cuando está quieto o cuando se entrega a sus actividades o satisface sus necesidades vitales, puede ser razonable. Pero al convertirse en transeúnte se convierte en un absurdo. Amigos, ¡hay que vengar tal absurdo! (1997: 74)

Estamos, entonces, ante el mismo juicio negativo de los berlineses de la época de Hessel respecto al caminar sin rumbo del flâneur. Pero el narrador, secuaz de Desiderio, se convierte veintitrés años después en un transeúnte, es decir, deja de lado la razonable preocupación por el trabajo y los afanes cotidianos, entregándose a la absurda actividad de pasear. Es entonces, cuando a poco andar en esta nueva piel, experimenta lo imprevisto:

De pronto, a pocos metros ya del cerro, me ofusqué. Vacilé por un centésimo de segundo. Todas aquellas vías se me confundieron, se me enredaron en un embrollo tan súbito e inesperado que me punzó la sensación aguda de un misterio -obscuro, temible, efervescente- que surgía en todo aquel barrio. Y en aquel misterio que así bulló, Ella estaba. (…) Entonces el barrio todo, al revolverse con Ella, rebotó en mi sexo. ¡Había vuelto a sentir! Durante el espacio de un centésimo de segundo. Poco importaba. (78-9)

El protagonista de El paseo de Walser vive una experiencia muy similar:
El paseo parecía querer ser cada vez más hermoso, rico y grande”, nos cuenta. “Aquí en el paso a nivel me parecía estar el punto culminante o algo como el centro, desde el que volvería a bajar poco a poco. (…) Casas, huertos y personas se transformaban en sonidos, todos los objetos parecían haberse transformado en un solo espíritu y una sola ternura. Un dulce velo de plata y niebla espiritual nadaba en todo y se tendía alrededor de todo. (…) Anteriores paseos aparecieron ante mis ojos, paro la magnífica imagen del modesto presente se convirtió en sensación predominante. El futuro palideció, y el pasado se desvaneció. Yo mismo ardía y florecía en ese instante ardiente y floreciente. (57 - 8)

El paseo representa así un estado de disponibilidad (o “apertura”, como lo llamaría Julio Cortázar) que permite que determinados imprevistos se constituyan en epifanías. Como explica Robert Walser, al paseante lo acompaña siempre algo curioso, reflexivo, fantástico, y sería tonto si no lo tuviera en cuenta o incluso lo apartara de sí; pero no lo hace; más bien da la bienvenida a toda clase de extrañas y peculiares manifestaciones, hace amistad y confraterniza con ellas, porque le encantan, las convierte en cuerpos con esencia y configuración, les da formación y ánima, mientras ellas por su parte lo animan y forman. (55- 6).

No se trata de un acto en el que se niega la voluntad; todo lo contrario, pues como indica Walter Benjamin: “perderse en una ciudad como se pierde uno en un bosque requiere una minuciosa preparación” (citado por Palmier en Hessel: 10). Por eso, para que esta disponibilidad logre graficarse en el relato, es preciso recurrir a una forma de narración (y esto lo saben muy bien nuestros autores) igualmente abierta a la divagación y al desvío. Lo indica Lorenzo Angol en Umbral al oponerse al paradigma del escritor que antes de escribir ya tiene todo construido en su cabeza: “¡Él será el arquitecto! (...) Y yo..., yo lanzándome a las tinieblas. Sésamo, ¡ábrete! -tal es mi frase; ella es mi brújula. Estoy siempre a la espera que, al abrirse, me presente algo insospechado” (1996b: 2349). Concordando con estos preceptos, las narraciones de Emar y de Walser se caracterizan por sus permanentes digresiones, pues muchas veces una anécdota no alcanza a terminar cuando ya es reemplazada por otra, o bien, como ya he dicho, resulta interrumpida por reflexiones metaliterarias: no hay una preocupación por mantener la ilación y la coherencia de la acción narrativa, sino más bien por mantener la apertura a lo misterioso y lo inesperado. El dibujo que crean sus paseos tiene la forma de un ovillo completamente enredado, en el que se funden tiempo y espacio, sujeto y objeto. Pues como señala Jean-Michel Palmier en su prólogo al libro de Franz Hessel, el flâneur no se pierde como en un laberinto, sino que adquiere el sentimiento de hacerse un solo ser con la ciudad. Al igual que aquel pintor chino que según una leyenda budista, a fuerza de contemplar el paisaje que acababa de pintar, termina por perderse en él. (12)


ROBERT WALSER, LA LOCURA DEL ESCRITOR INVISIBLE

(Autor desconocido)


El autor suizo apareció muerto sobre la nieve en el jardín del manicomio de Herisau el día de Navidad de 1956.

Barcelona- La biografía del suizo Robert Walser (1878-1956) es uno de esos casos en los que la vida y la obra se mezclan con una personalidad particular -desequilibrada, romántica y tierna- y un destino tan extraño como atractivo. Walser quiso pasar inadvertido por la existencia, ocupando puestos secundarios, trabajos ignominiosos en los que, sobre todo, desarrollar su capacidad de observación. Escribió mucho, quince libros, y su éxito fue extraordinario en los años en que ofreció sus narraciones, sólo en el periodo 1904-1925. Luego, vendría el silencio, el ingreso en el manicomio de Herisau, y una muerte bella y rara, de repente sobre la nieve, un día de Navidad.La biografía del suizo Robert Walser (1878-1956) es uno de esos casos en los que la vida y la obra se mezclan con una personalidad particular -desequilibrada, romántica y tierna- y un destino tan extraño como atractivo. Walser quiso pasar inadvertido por la existencia, ocupando puestos secundarios, trabajos ignominiosos en los que, sobre todo, desarrollar su capacidad de observación. Escribió mucho, quince libros, y su éxito fue extraordinario en los años en que ofreció sus narraciones, sólo en el periodo 1904-1925. Luego, vendría el silencio, el ingreso en el manicomio de Herisau, y una muerte bella y rara, de repente sobre la nieve, un día de Navidad.

Para quien aún no conozca la trayectoria de Walser -gracias a la editorial Siruela, sus obras se han ido abriendo hueco en los últimos años, obteniendo un enorme interés- es el escritor que más se parece a Kafka, tal vez también a Pessoa. O éstos son los hijos naturales de una actitud frente a la vida muy especial: la de negarse, enclaustrarse, parapetarse tras un empleo mediocre para, en la soledad de los propios pensamientos, ir escribiendo ajenos a los designios del mundo.
 
 Microgramas

En su adolescencia, Walser trabajó de botones; después se trasladaría a Berlín, donde viviría entre 1905 y 1913 y asistiría a un curso para aprender a servir en casas aristócratas -fue sirviente seis meses en un castillo de la Alta Silesia-; luego, en Zúrich, sería criado de una rica mujer judía. Le esperaban una librería, un archivo, un banco, una compañía de seguros… Una vida gris, pero también una literatura excelsa. Así lo vio, en su momento, Kafka, entusiasmado por la novela «Los hermanos Tanner» (1907), o Hermann Hesse, que quedó fascinado tras leer «Los cuadernos de Fritz Kocher» (1904). Décadas después, autores tan relevantes para las letras germanas como Robert Musil y Walter Benjamin valoraron la obra de Walser, al que recuperaron del olvido que había provocado el silencio de sus últimos años. De hecho, deja de escribir en 1925 tras el relato «El bandido» -la historia de un hombre enamorado de una camarera que el autor, al parecer, no pensaba publicar-, aunque durante los dos años siguientes continúe redactando pequeñas piezas que, precisamente ahora, han sido rescatadas con el título «Escrito a lápiz. Microgramas» (Siruela), en dos volúmenes, y después de una tarea infinita. Esta labor consistía en descifrar la letra microscópica de Walser, una tarea que los editores tardaron quince años en realizar pero que ha dado frutos formidables: gran cantidad de escritos narrativos, poéticos y teatrales.

En ese periodo, pues, Walser se aleja de la escritura mientras va padeciendo sus primeras crisis depresivas. Su afición ahora es caminar por Berna y Ginebra, a veces toda la noche, de ciudad en ciudad. Intenta torpemente suicidarse, y al fin su hermana Lisa pone cartas en el asunto: lo ingresa en el hospicio de Waldau en 1929, a los cincuenta y un años. Después, lo trasladarán al asilo de Herisau, donde permanecerá hasta que le sorprenda la muerte en pleno paseo.

Walser no escribe nada allí, incluso se siente bien, fuera del mundo, pasando desapercibido de forma absoluta. Así lo encuentra una especie de mecenas deseoso de recuperar sus obras, Carl Seelig, que empieza a visitarlo en 1933. Las conversaciones, las caminatas que emprenden juntos, llevarán a Seelig a escribir «Paseos con Robert Walser», un documento precioso de la vida del autor.

El editor Jesús García Sánchez escribió en 1984: «Walser habla de cosas a veces inmencionables. En ocasiones ni siquiera lo hace de modo directo, basta con aludir a ellas. Para describir en "Jakob von Gunten" a Sacht, uno de sus compañeros en el siniestro Instituto Benjamenta, centro donde se forman los criados, dice: "Tiene un rostro blanquísimo y unas manos largas y delgadas, que expresan un sufrimiento espiritual sin nombre"».

Walser se identificaba con Hölderlin, el poeta alemán que también pasó una larga temporada en un manicomio. En un sitio así uno podía consagrarse a las pequeñas cosas, a deambular, a soñar, a cumplir a rajatabla con una vida alejada de las reglas sociales, los empleos y las obligaciones. Dice Seelig que Walser estaba «pálido como una muchacha un poco anémica» cuando fue encontrado en la nieve, en Navidad, hace cincuenta años.